Ya contamos ayer cómo, en efecto, el Papa volvió a perder una oportunidad de oro para aclarar, como le imporaban siete obispos alemanes, una cuestión tan crucial como es la de la licitud de la comunión por parte de cónyuges luteranos de fieles católicos “en determinados casos”.
El Papa, en lugar de pronunciarse y acabar así con una confusión que afecta a toda la Iglesia y a la consideración de la Sagrada Eucaristía, pidió a los obispos alemanes que lo resolvieran ellos “por unanimidad”. Dado que la propuesta fue aprobada por una abrumadora mayoría de los obispos alemanes en Asamblea, no parece una postura muy realista, ya que exigiría la ‘rendición’ de los siete rebeldes en una cuestión grave de conciencia.
Para Müller, la declaración del Papa fue “muy pobre” ya que “no contenía una respuesta a la cuestión central, esencial”. Insiste Müller en que “no es posible estar en comunión sacramental sin comunión eclesial”, lo que equivale a un rotundo “no” a los obispos alemanes y, sobre todo, al principal defensor de la medida, el Cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana y miembro del consejo privado del Papa.
Podría leerse en las propias palabras de Marx una salida, digamos, ‘jesuítica’, ya que en su redacción se exige que el comulgante luterano “confiese la verdad de la doctrina católica”. En qué sentido puede un luterano “confesar la doctrina católica” y seguir siendo luterano es un misterio por aclarar, como lo es por qué no se le propone a ese hombre o esa mujer la conversión pura y dura.
Pero otro cardenal cercano al Papa, Walter Kasper, se encargó de estropear esta escapatoria semántica cuando, en el sitio web de la CEA, escribió un texto sobre el particular en el que negaba que los luteranos que se acercaran a la comunión tuvieran que creer en la Transubstanciación. Añadía, para mayor perplejidad, que, después de todo, pocos católicos saben qué encierra ese concepto, esencial en la fe y la práctica sacramental católicas.