«Llego a estos lugares que Tú has llenado de ti de una vez para siempre… ¡Oh, lugar! ¡Cuántas veces, cuántas veces te has trasformado antes de que, de suyo, se hiciera también mío! Cuando Él te llenó la primera vez, no eras aún ningún lugar exterior; eras sólo el seno de su Madre.
¡Oh! saber que las piedras sobre las que caminó en Nazaret son las mismas que su pie tocaba cuando Ella era aún tu lugar, el único en el mundo. ¡Encontrarte a través de una piedra que fue tocada por el pie de tu Madre! ¡Oh lugar, lugar de Tierra Santa, qué espacio ocupas en mí! Por eso no puedo pisarte con mis pasos; debo arrodillarme. Y así dejar constancia de que has sido para mí un lugar de encuentro. Yo me arrodillo y pongo así mi huella. Quedarás aquí con mi huella -quedarás, quedarás- y yo te llevaré conmigo, te transformaré dentro de mí en un lugar de nuevo testimonio.
Yo me voy como un testigo que dará testimonio de ti a través de los milenios» (Karol Wojtyla, Poezje. Poems, Wydawnictwo Literackie, Cracovia 1998, p. 169).