El Gobierno bávaro ha justificado esta insólita medida, a contrapelo de los aires derrotistas vigentes en Europa Occidental, alegando que se trata de un ‘símbolo cultural’ de nuestra civilización y, por tanto, de la alemana y bávara.
Y esta es, precisamente, la principal razón por la que Marx encuentra condenable la medida: porque supone una ‘apropiación’ del símbolo de los cristianos por parte de las instituciones políticas.
Pero Marx tampoco es ajeno, en su censura de esta medida, a la sensibilidad multicultural que prima en la Iglesia actual, en especial hacia otras confesiones religiosas. En declaraciones al diario Süddeutsche Zeitung, el Cardenal ha señalado que semejante ‘imposición’ de símbolos propios causa “división, malestar, conflicto”.
El secretario general del CSU, el partido mayoritario en Baviera, ha declarado, por su parte, que los críticos de la decisión son una “alianza impía de enemigos de la religión y de los que se niegan a sí mismos”.