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Adiós al “Pastor de América”
22 - 02 - 2018 - CULTURA - Grandes Personajes

Con Billy Graham se va el hombre que fue símbolo de los evangélicos en Estados Unidos. Pero también quien estimaba tanto a Juan Pablo II y que contribuyó al acercamiento con los católicos. (Fuente: Vaticaninsider)

Lo llamaban “el pastor de América”. Y no solo porque se codeaba con los inquilinos de la Casa Blanca desde la época de Eisenhower o por sus sermones en momentos decisivos para la vida de Estados Unidos (como el que pronunció después de los atentados del 11 de septiembre de 2001). Billy Graham falleció ayer a los 99 años después de una larga enfermedad y fue el rostro que encarnó durante el siglo XX la nueva vitalidad del protestantismo de inspiración evangélica. Una rara clasificación que hizo la revista “Ladies Home Journal” llegó a situarlo hace algunos años en segundo lugar, después de Dios, en la categoría de “resultados en el campo de la religión”; con un poco más de sobriedad se puede decir que fue uno de los predicadores más importantes del siglo pasado, no solo por los millones de personas con los que se encontró en todo el mundo, sino también por su intuición de recurrir a los medios masivos de comunicación para la evangelización.

 

Billy Graham nació en Carolina del Norte en 1918. Cuando era joven no demostraba gran entusiasmo por la religión, hasta que se encontró con un pastor itinerante que lo transformó en un “born-again christian”, un cristiano renacido. Se volvió pastor de la Southern Baptist Church y a los 31 años ya era toda una celebridad. En 1949 comenzó en el centro de la ciudad de Los Ángeles una “Cruzada de evangelización”. El mensaje era bastante directo: acepta a Jesús en tu corazón y tu vida cambiará. Las capacidades retóricas y de orador de ese joven predicador (además de su inclinación fuertemente conservadora) llamaron la atención del magnate de los medios Randolph Hearst, quien contribuyó a transformarle en todo un personaje. Sus “Cruzadas” se fueron multiplicando en todos los rincones del país: fue legendaria la que se llevó a cabo en 1957 en el Madison Square Garden de Nueva York. En esa ocasión invitó a que tomara la palabra a Martin Luther King, y demostró su posición a favor de los derechos civiles. A pesar de ello fue criticado por el ala más liberal del mundo protestante tradicional por su falta de activismo durante el periodo de las marchas a favor de los derechos de los negros.

 

El verdadero punto de contraste era la actitud misma de la predicación de Billy Graham: el motor de cada una de sus acciones era la exhortación a una vuelta personal a la Biblia, un llamado a la conversión individual mucho más que una doctrina social. Llevó este mensaje a las pantallas de televisión y se convirtió en el tele-predicador por antonomasia. E incluso fuera de Estados Unidos, mediante sus viajes misioneros por todo el mundo: logró ir a la Unión Soviética en 1982 e incluso la Corea del Norte de Kim Il-sung le abrió las puertas. Las estadísticas oficiales de su Billy Graham Evangelistic Association indiccan que tres millones de personas volvieron a la fe cristiana después de haberle escuchado. El mismo George W. Bush decía que debía a Graham y a su movimiento el redescubrimiento de la vida cristiana. Todo ello en el marco de una existencia que nunca estuvo marcada por escándalos, a pesar de que su organización se hubiera convertido en poco tiempo en todo un imperio.


Billy Graham con el ex presidente de Estados Unidos Barack Obama

 

 

Pero hay un capítulo importante en la vida de Billy Graham que tiene que ver con las relaciones entre evangélicos y católicos en Estados Unidos. Desde comienzos de los años cincuenta (cuando la desconfianza recíproca todavía era enorme) Graham trató de involucrar también a los católicos en sus campañas misioneras por todo el país. El ala más ultrancista de su comunidad le criticaba por ello, pero también la amistad que sostuvo con un personaje como Fulton Sheen, obispo auxiliar de Nueva York y también muy activo en la predicación en los medios de comunicación, con quien compartía un estilo bastante semejante. A pesar de haber apoyado la campaña electoral de Richard Nixon, Billy Graham no dejó de rezar en la Casa Blanca al lado de John F. Kennedy, el primer y hasta ahora único presidente católico de Estados Unidos. Y se resquebrajó un tabú muy característico durante esos años.

 

Pero la sintonía más importante con respecto al mundo del catolicismo se reveló con Juan Pablo II: una afinidad basada, por supuesto, en el anti-comunismo del pastor estadounidense, pero también en sus ansias evangelizadoras. Entre los obispos polacos, Karol Wojtyla fue uno de los que no obstaculizaron el deseo de Billy Graham de visitar el gran país católico del otro lado de la “Cortina de hierro” y desplegar sus predicaciones itinerantes. E incluso se habría reunido con él en Cracovia en octubre de 1978 si no hubiera debido volver improvisamente a Roma por la muerte de Juan Pablo I. De hecho, Graham vivió precisamente en Polonia la sorprendente elección de Wojtyla como Pontífice. Una circunstancia que le impresionó de tal manera que llegó a pedirle al Papa una audiencia privada, otro gesto que sacudió al mundo evangélico de la época. El encuentro se dio en 1981 y, al evocar ese día, Graham adoraba repetir las palabras «nosotros somos hermanos» que le habría dicho Juan Pablo II. Ese cara a cara no solamente fue el encuentro entre dos grandes personalidades, sino el inicio de un camino de recíproca comprensión entre la Iglesia católica y la corriente protestante que el gran tele-predicador encarnaba. Entre los frutos en Estados Unidos destaca el documento de 1994 «Evangelical and Catholics together», promovido por un grupo de académicos, entre los que estaban George Weigel e Richard Neuhaus. Después, en el año 2000, llegó la decisión vaticana de enviar una delegación católica a Amsterdam para que participara en la Conferencia sobre la misión global promovida por la Billy Graham Evangelistic Association. Cuando Wojtyla falleció en 2005, el tele-predicador no dudó en definir al Papa polaco como «la voz más influyente para la promoción de la moral y de la paz en el mundo en los últimos cien años».

 

No es sorprendente, pues, que la muerte de Billy Graham haya sido comentada en estas horas incluso por muchas voces del mundo católico estadounidense. La Conferencia Episcopal difundió un mensaje de condolencias firmado por su presidente, el cardenal Daniel Di Nardo, arzobispo de Galveston-Houston: «Billy Graham fue un predicador de la Palabra de Dios –escribió. No solo en sus sermones, sino también en la vida que vivió. Su fe y su integridad llevaron a miles y miles de personas de todo el mundo a una relación más íntima con Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Demos gracias a Dios por su ministerio».

 

«Como todos los que hayan crecido en los años cincuenta y sesenta –declaró por su parte el cardenal arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan–, puedo decir que era imposible no notar y no quedar impresionado por el reverendo Billy Graham. Estaba fuera de discusión que los Dolan fuéramos una familia católica, firme en nuestra fe, pero en nuestra casa siempre hubo respeto y admiración por Billy Graham y por todo lo que hacía para acercar a la gente a Dios».

 

También una figura muy apreciada por el ala liberal del catolicismo estadounidense como el arzobispo de Chicago, el cardenal Blaise Cupich, hizo un pequeño homenaje al líder evangélico que acaba de fallecer: «Damos gracias por el testimonio cristiano del reverendo Billy Graham –tuiteó–; un hombre que puso en Dios su confianza y que ahora ha sido llamado a casa».