CRISTO HOY
CRISTO HOY

   Sitios Recomendados
        El Vaticano
        Aica
        Rome Reports
        Noticias Vaticanas
  
Schneider: las amonestaciones al Papa
31 - 01 - 2018 - PAPADOS - Francisco

Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná, Kazajistán, y uno de los tres firmantes originarios de la Profesión de las verdades inmutables sobre el matrimonio sacramental ha concedido una entrevista a InfoVaticana en la que explica los motivos que les llevaron a hacer una profesión pública de la doctrina y la praxis inmutables de la Iglesia. “Se puede y se debe amonestar al Papa también públicamente”,enfatiza.(Infovaticana)

El pasado 31 de diciembre, Tomash Peta, arzobispo Metropolitano de la archidiócesis de María Santísima en Astana, Athanasius Schneider, su obispo auxiliar, y Jan Pawel Lenga, obispo emérito de Karaganda, firmaron una carta defendiendo “la inmutable verdad y la igualmente inmutable disciplina sacramental concerniente a la indisolubilidad del matrimonio conforme a la enseñanza bimilenaria e inalterada del Magisterio de la Iglesia” ante la “creciente confusión en la Iglesia”.

Desde entonces se han adherido a la Profesión de las verdades inmutables sobre el matrimonio sacramental el arzobispo Carlo María Viganó, el arzobispo emérito de Ferrara, Luigi Negri, el cardenal Janis Pujats y el obispo auxiliar emérito de Salzburgo, Andreas Laun.

En una entrevista a InfoVaticana, Mons. Schneider, obispo auxiliar de Astaná, explica los motivos que les llevaron a firmar el documento y pone de manifiesto que la negación por medio de normas «pastorales» concretas de la indisolubilidad y de la unicidad del matrimonio debería ser motivo de inquietud para cada fiel católico.

Hace un año hicieron una llamada a la oración para que el Papa Francisco confirmara la práctica invariable de la Iglesia sobre la verdad de la indisolubilidad del matrimonio, pocos meses después de que cuatro cardenales solicitaran al Santo Padre que clarificara algunos puntos de su exhortación apostólica postsinodal. ¿Por qué han considerado necesaria ahora una profesión pública de las verdades inmutables respecto del matrimonio sacramental?

La llamada a la oración de hace un año tenía como objetivo implorar los dones necesarios para el Santo Padre para que pueda confirmar, de manera inequívoca, la doctrina inmutable concerniente a la indisolubilidad del matrimonio y la consiguiente praxis sacramental. Puesto que el Papa aún no lo ha hecho, e incluso ha aprobado las normas pastorales de los obispos de la región de Buenos Aires, ha sido necesario hacer una profesión pública de la doctrina y la praxis inmutables de la Iglesia. Sin embargo, de algo podemos estar seguros: ninguna oración sincera será en vano. Si un gran número de fieles y, sobre todo, los niños y los enfermos rezan con fervor, llegará el momento en que la Sede Apostólica confirmará de nuevo con claridad –tal como transmite el Magisterio ordinario y universal– la inmutable doctrina y la igualmente inmutable praxis sacramental relacionada con las personas que viven en relaciones sexuales no conyugales, es decir, personas que viven en adulterio. Tenemos que creer en estas palabras de Nuestro Señor: «Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas?» (Lc 18,7).

¿Qué implicaciones tiene la publicación en las Acta Apostolicae Sedis de la carta del Papa Francisco a los obispos bonaerenses sobre sus directrices para la aplicación de Amoris Laetitia?

Sería positivo para todos que se aclarasen, primero de todo, los términos y su significado. Dios ha proporcionado al Magisterio eclesiástico, sólo en los casos enumerados más adelante, el don de la infalibilidad, tratándose solamente en estos casos de una asistencia del Espíritu Santo que preserva del error, y no de una inspiración para crear una nueva verdad o un llamado «nuevo paradigma», el cual, si no en la teoría, en la práctica niega la verdad.

Los casos infalibles del Magisterio son: (1) decisiones solemnes y definitivas del Papa, llamadas «ex cathedra»; (2) decisiones dogmáticas solemnes y definitivas de un concilio general (ecuménico); (3) una doctrina ininterrumpida sobre la fe y las costumbres, y una praxis acerca de la sustancia de los sacramentos, custodiada y transmitida durante dos mil años en el mismo sentido y el mismo significado por el Magisterio ordinario y universal (todo el episcopado con el Papa) y, por lo tanto, no introducido como novedad o sustancialmente reinterpretado. En todos los otros casos, como es el caso del llamado Magisterio auténtico (es decir, cotidiano) del Papa y de los obispos, el Magisterio no está dotado del don de la infalibilidad y puede, en consecuencia, hacer afirmaciones y tomar decisiones erróneas, aunque no directamente heréticas.

En la historia de la Iglesia se ha verificado, aunque en contadas ocasiones, este tipo de afirmaciones o decisiones. Ninguna autoridad, ni siquiera la autoridad suprema de la Iglesia, posee la competencia de permitir o aprobar –ni siquiera indirectamente– lo que Dios claramente prohíbe y la observancia de aquello con lo que Dios ha vinculado la salvación eterna de las almas. El Concilio de Trento (cfr. ses. 6, can. 18) enseña que es herético afirmar que los hombres no pueden observar o realizar («no factible», como dicen los obispos argentinos) un determinado mandamiento de Dios. Con dicha afirmación se consideraría, en última instancia, que Dios es cruel e injusto. Dicha doctrina del Concilio de Trento posee, indudablemente, un carácter infalible; algo que no se puede decir, claramente, de la aprobación concedida por el Papa Francisco a las normas de los obispos argentinos.

En una reciente entrevista usted advertía del peligro de ser víctimas de un “papacentrismo” insano, de una especie de “papalatría”, una actitud que es ajena a la tradición de los Apóstoles, de los Padres de la Iglesia y de la tradición de la Iglesia. ¿Cuál sería la actitud que habría que tener respecto al Papa?

El ministerio petrino del Papa es, por su naturaleza, un ministerio de sustituto, de representante, un embajador (cfr. 2 Cor 5, 20); es, por lo tanto, un ministerio fundamentalmente vicario. Por esta razón el Papa se llama «Vicario de Cristo» y no «sucesor de Cristo». El Papa es el supremo administrador de los misterios de Dios (cfr. 1 Cor 4, 1), del depósito de las verdades reveladas y de los sacramentos. La característica más importante de un administrador es que sea fiel: «Lo que se busca en los administradores es que sean fieles» (1 Cor 4, 2).

Las verdades reveladas por boca de Cristo, Dios encarnado, deben ser transmitidas a todas las generaciones hasta el retorno de Cristo al final de los tiempos, de manera inalterada e inequívoca. Ésta es la tarea más importante de los Apóstoles, de la que eran conscientes, pues habían oído estas solemnes palabras de Cristo, las últimas que pronunció aquí en la tierra: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20). La expresión decisiva en este mandamiento de Cristo es: «lo que yo os he mandado». El Magisterio y, en primer lugar, el Papa, deben ser siempre conscientes de éste «lo que yo os he mandado». Quienes poseen el Magisterio no pueden pensar o decir a los hombres: «Ahora os mandamos, os permitimos lo que nosotros queremos, lo que nosotros pensamos». Y aún menos pueden decir: «Ahora os mandamos, os permitimos hacer lo que os plazca o lo que plazca al mundo».

Para evitar un comportamiento tal por parte de los sucesores de los Apóstoles –y, en primer lugar, por parte de un sucesor de Pedro–, el Espíritu Santo le inspiró a san Pablo estas palabras: «Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo hemos dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!» (Gal 1, 8-9). Según santo tomas de Aquino, san Pablo ha elegido deliberadamente la expresión «nosotros» y no «yo» para indicar que esto se refiere a todos los Apóstoles, y no sólo a él.

El Magisterio del sucesor de Pedro, es decir, el Magisterio pontificio, debe por su naturaleza transmitir en el ámbito doctrinal y en la praxis sacramental, cuando está vinculada a la doctrina, sólo lo que los fieles han recibido de los precedentes sucesores de Pedro y de todos los sucesores de los Apóstoles en común (del Magisterio ordinario y universal). San Pablo estaba preparado a ser condenado por sus fieles o por Dios si cambiaba algo en la doctrina que previamente les había transmitido. Cada Papa tiene que tener esta actitud de san Pablo y decir al inicio de su ministerio apostólico dichas palabras, o similares: «Mis venerables hermanos y colegas en el ministerio apostólico; mis amados fieles, queridísimos hijos e hijas: no me sigáis y corregidme públicamente si, Dios no lo quiera, os predicara doctrinas distintas de las que habéis recibido de todos mis predecesores y si os propusiera una disciplina sacramental fundamentalmente distinta de la que habéis recibido de todos mis predecesores».

En su profesión sobre las verdades inmutables sobre el matrimonio hablan de una “notable y creciente confusión entre fieles y en el clero”. Sin embargo, sólo siete prelados han firmado esta declaración. ¿Por qué cree que no se han adherido más obispos y cardenales?

Uno de los comentarios más lúcidos sobre la publicación de la Profesión de las verdades inmutables sobre el matrimonio sacramental lo ha escrito el Rev. Padre Timothy Vaverek en el portal the catholicthing.org el pasado 10 de enero. En este comentario dice, entre otras cosas, que la publicación de la profesión parece haber dejado a los otros obispos tres opciones: 1) no decir nada; 2) publicar una profesión similar o apoyarla; 3) rechazarla públicamente. No decir nada parece, indudablemente, la opción más atractiva, porque se gana tiempo y se minimiza el riesgo de abordar el tema. A la mayoría de los obispos les resultará comprensiblemente difícil firmar la profesión o publicar una propia. Y los obispos que apoyan las innovaciones fomentarán la «diversidad» mientras puedan imponer las innovaciones en todas partes. A fin de cuentas, cada uno deberá pronunciarse y tomar posición. La fragmentación de la Comunidad Anglicana, por ejemplo, muestra el resultado que se obtiene cuando la autoridad no controla las contradicciones dentro de una comunidad. Lo más probable es que aquellos obispos que rechazan públicamente la profesión tomen la vía fácil del ataque ad hominem, un método popular hoy en día. Para ellos, «diversidad» significa, ciertamente, que los obispos que se oponen a las innovaciones serán tolerados sólo si enseñan con calma en sus propias diócesis. En caso contrario, se hará todo lo posible para acallarles. Lo dicho hasta aquí es un resumen del comentario mencionado más arriba.

¿Qué respondería a quienes aseguran que el debate público de estas cuestiones supone un motivo de escándalo y hace daño a la Iglesia?

Cuando está en peligro la causa de todos, todos deberían sentirse inquietos y pedir que se eliminaran las causas del peligro común. La negación por medio de normas «pastorales» concretas de la indisolubilidad y de la unicidad del matrimonio debería ser motivo de inquietud para cada fiel católico. En la crisis arriana del siglo IV, cuando la mayoría del episcopado había adoptado de hecho la herejía o la ambigüedad sobre la verdadera divinidad del Hijo de Dios, los fieles laicos estaban preocupados y discutían apasionadamente, incluso en las posadas y mercados, sobre la verdad inmutable de la verdadera divinidad del Hijo de Dios. Los paganos veían esto y se reían, lo encontraban divertido.

Hay otro aspecto que hay que considerar sobre esta cuestión. Muchos obispos fieles a la tradición inmutable de la Iglesia son, sin embargo, contrarios a hacer una profesión de fe pública que podría ser entendida como una corrección reverente e indirecta al Papa. Esto demuestra a qué situación ha llevado un exagerado «ultramontanismo» y una verdadera «papolatría», alimentada y fomentada con las mejores intenciones incluso por parte de los Santos durante dos siglos. Inconscientemente, se ha divinizado al Papa; inconscientemente se ha hecho del Papa un sucesor y no el vicario y siervo de Cristo. Cada palabra y gesto del Papa era, de hecho, considerado infalible. Dicha actitud caricaturesca y, a menudo, «papolátrica» de los obispos contradice el espíritu y el comportamiento de los grandes Padres de la Iglesia. Y contradice, por lo tanto, los testimonios privilegiados de la Tradición de la Iglesia. El Espíritu Santo, por boca de san Pablo, ha dicho que se puede y se debe –considerando la gravedad del caso– amonestar al Papa también públicamente (cfr. Gal 2, 11-14) si no se comporta correctamente, según la verdad del Evangelio (cfr. Gal. 2, 14). Si la Iglesia de hoy no vuelve a una actitud más equilibrada hacia la persona del Papa, según el espíritu de los Padres de la Iglesia, muchos esfuerzos ecuménicos, sobre todo en relación con los hermanos de las iglesias ortodoxas, serán ineficaces y las afirmaciones sobre la colegialidad de los obispos serán sólo palabras vacías.

En este contexto se debería reflexionar también sobre el deseo del Papa Juan Pablo II de encontrar una nueva forma de ejercicio del primado, aunque sin renunciar de ninguna manera a lo esencial de su misión (cfr. Enciclica Ut unum sint, 95). Sería una ayuda dar la posibilidad a los obispos de presentar una advertencia fraterna y reverente al Sumo Pontífice –sin temor a ser castigados o difamados–, en los raros casos de confusión doctrinal general y de difusión de una praxis sacramental ajena a la tradición apostólica constante, para así encontrar una forma adecuada de ejercicio del primado, probablemente aceptable para el episcopado y los patriarcas de las iglesias ortodoxas.

Quienes han advertido de la confusión generada en la Iglesia por las interpretaciones de Amoris Laetitia han sufrido con frecuencia incomprensión, críticas y ataques, como el fallecido Cardenal Caffarra lamentaba antes de morir. ¿Cómo afrontar esta situación?

En esta situación se debe sencillamente profesar con claridad y caridad las verdades inmutables sobre la inmutabilidad y la unicidad del vínculo matrimonial, y sobre las condiciones objetivas para recibir la Santa Comunión, tal como se encuentran en el Nuevo Testamento, en los textos del Magisterio constante de la Iglesia y en el Catecismo de la Iglesia católica. Debemos repetir con firmeza y, al mismo tiempo, con modestia y caridad, las palabras: «¡El divorcio no es lícito, ni implícita ni explícitamente!»; es decir, debemos repetir las palabras de san Juan Bautista y de otros santos confesores del matrimonio.

En estas circunstancias extraordinarias de la historia de la Iglesia debemos decir: «¡Yo sé lo que he creído!». Especialmente los laicos deberían solicitar a los Pastores de la Iglesia y, ciertamente, también al Supremo Pastor de la Iglesia, diciendo: «¡Dadnos la leche pura de la verdad teórica y práctica acerca de la indisolubilidad del matrimonio!». El propio Papa Francisco ha mencionado la siguiente imagen de san Cesáreo de Arles, muy sugestiva: «San Cesáreo explicaba cómo el pueblo de Dios debe ayudar al pastor, y ponía este ejemplo: cuando el ternerillo tiene hambre va donde la vaca, a su madre, para tomar la leche. Pero la vaca no se la da enseguida: parece que la conserva para ella. ¿Y qué hace el ternerillo? Llama con la nariz a la teta de la vaca, para que salga la leche. ¡Qué hermosa imagen! “Así vosotros —dice este santo— debéis ser con los pastores: llamar siempre a su puerta, a su corazón, para que os den la leche de la doctrina, la leche de la gracia, la leche de la guía”. Y os pido, por favor, que importunéis a los pastores, que molestéis a los pastores, a todos nosotros pastores, para que os demos la leche de la gracia, de la doctrina y de la guía. ¡Importunar! Pensad en esa hermosa imagen del ternerillo, cómo importuna a su mamá para que le dé de comer» (Palabras pronunciadas después del Regina caeli, 11 de mayo de 2014).

En el Rome Life Forum celebrado hace unos meses Usted defendió que lo que el mundo y la Iglesia necesitan hoy son verdaderas familias católicas. ¿Cuáles considera que son hoy en día las mayores amenazas para el matrimonio y la familia?

Las mayores amenazas para el matrimonio y la familia son, claramente, la difusión de la ideología llamada de género, a través de la perversión jurídica de la noción de matrimonio y familia. Dicha difusión se realiza de manera totalitaria, similar a una dictadura política, a través del adoctrinamiento a todos los niveles, desde los jardines de infancia hasta la universidad. Se trata de un ataque generalizado de los enemigos de Dios y, al mismo tiempo, de los enemigos de los hombres. Somos testigos de una de las dictaduras más inhumanas de toda la historia de la humanidad, porque se está destruyendo la célula vital de la sociedad humana, se está violando la inocencia de los niños. Sin embargo, quienes difunden esta ideología antihumana experimentarán, un día, la verdad de estas palabras de la Sagrada Escritura: «No os engañéis: de Dios nadie se burla» (Gal 6, 7).

¿Cómo puede un católico hacer frente a la creciente imposición de la ideología de género?

Tenemos el honor de poder defender junto a todos los hombres con sentido común y de buena voluntad una de las más bellas creaciones de Dios, a saber: el matrimonio y la familia. No debemos tener miedo de defender el matrimonio natural, la familia y la inocencia de nuestros hijos. Tenemos que utilizar todos los medios legales en esta ardua tarea, necesaria y meritoria, que tiene un alcance verdaderamente histórico para el bien de las generaciones futuras. Debemos recordar esta verdad: «No importa lo que se diga de nosotros hoy, sino lo que se dirá de nosotros cien años después de nuestra muerte». Reflexionemos también sobre estas palabras de Dios: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20).

Usted ha manifestado públicamente su deseo de que la Hermandad Sacerdotal San Pío X (FSSPX) sea reconocida y establecida cuanto antes en la estructura normal de la Iglesia. ¿Cree que este deseo será pronto una realidad?

En mi opinión, una cosa es cierta: una presencia plenamente canónica de la Hermandad Sacerdotal San Pío X en la vida y en la misión de la Iglesia traerá un gran bien tanto a la FSSPX como a la Iglesia. Se puede pensar que dicha presencia contribuirá para aclarar o, si es necesario, para corregir ciertos desarrollos ambiguos en determinados aspectos doctrinales y, también, en el ámbito de la vida litúrgica y pastoral de la Iglesia de los últimos decenios.

Una institución plenamente canónica de la FSSPX exige por parte de la FSSPX, así como también de todas las otras realidades eclesiales, una actitud de mutua benevolencia, libre del espíritu de sospecha, prejuicio, envidia, rivalidad o sentido de superioridad. Se necesita una actitud que vea y valorice el bien objetivo y la verdad objetiva del otro. Una institución plenamente canónica de la FSSPX y una aceptación mutua verdaderamente cristiana entre la FSSPX y las otras realidades eclesiales será un indicador de la veracidad de las palabras sobre la necesidad de diálogo y del clima de la fraternidad dentro de la Iglesia, temas que se resaltan en los documentos del Concilio Vaticano II y que han sido repetidos, a veces de manera estereotipada, en la vida de la Iglesia en los últimos cincuenta años. Quiera Dios que la institución plenamente canónica de la FSSPX pueda poner en práctica estas advertencias de san Pablo: «No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Fil 2, 3-5).