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“La corrupción carcome nuestro pueblo latinoamericano”
10 - 05 - 2017 - DESAFIOS - Escándalos

El Papa insta a los obispos latinoamericanos a estar en medio del pueblo, sin miedo “a ensuciarse” y dejando de lado las estructuras que “dan una falsa contención”, las normas “que vuelven jueces implacables” y las costumbres que hacen “sentirse tranquilos” (Andres Beltramo Alvarez-Vatican Insider)

Es uno de los pecados más graves que azota hoy a Latinoamérica. Un flagelo que complica, día tras día, la vida a millones de personas en la región. “Destruye poblaciones enteras sometiéndolas a la precariedad”. Es la corrupción. “Esa corrupción que arrasa con vidas sumergiéndolas en la más extrema pobreza”. Es, además, una de las preocupaciones número uno del Papa. Así lo manifestó Francisco en una carta enviada al Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que sesiona estos días en El Salvador.

Un texto largo, que fue leído al abrirse los trabajos de cita regional de los obispos, que inició este 9 de mayo y que se extenderá hasta el viernes 12. Para Jorge Mario Bergoglio, la corrupción es “como un cáncer” que “va carcomiendo la vida cotidiana de nuestro pueblo”. “Y ahí están tantos hermanos nuestros que, de manera admirable, salen a pelear y a enfrentar los ‘desbordes’ de muchos... de muchos que no necesitan salir”, añadió.

El pontífice echó mano de la historia de la Virgen de Aparecida, patrona de Brasil que este 2017 celebra su cumpleaños número 300, para tejer su discurso. Él había prometido que volvería a visitarla en estos meses, pero finalmente no pudo concretar su viaje apostólico por causa de la crisis política en el país sudamericano. Por eso, quiso hacer una “visita virtual”, con la mente y el corazón.

“Hace 300 años un grupo de pescadores salió como de costumbre a tirar sus redes. Salieron a ganarse la vida y fueron sorprendidos por un hallazgo que les cambió los pasos: en sus rutinas fueron encontrados por una pequeña imagen toda recubierta de fango. Era Nuestra Señora de la Concepción, imagen que durante 15 años permaneció en la casa de uno de ellos, y allí los pescadores iban a rezar y ella los ayudaba a crecer en la fe. Aún hoy, 300 años después, Nuestra Señora Aparecida, nos hace crecer, nos sumerge en un camino discipular”, recordó.

Entonces evocó tres imágenes ligadas a esta histórica. Como si esos tres capítulos representaran la actualidad de América Latina. Habló primero de los pescadores, hombres que vivían de su trabajo y en la precariedad de no saber cuál sería su ganancia del día. En los rostros de ellos, el Papa dijo ver la imagen de tantas personas que cada día salen a ganarse la vida, con la inseguridad de no saber cuál será el resultado.

Luego se refirió a “la madre”, que conoce de primera mano la vida de sus hijos. “En criollo me atrevo a decir: es madraza. Una madre que está atenta y acompaña la vida de los suyos. Va a donde no se la espera”, estableció.

En Aparecida, siguió, ella aparece en medio del fango, donde espera a sus hijos y no tiene miedo de sumergirse “en los avatares de la historia”. Ella aparece donde los hombres intentan ganarse la vida. Fueron los mismos hombres que le brindaron su casa, y la Virgen hizo allí comunidad.

Para Francisco, 300 años después, la historia de la patrona del Brasil “no trae recetas” sino “claves, criterios y pequeñas grandes certezas para iluminar” el camino de la Iglesia. Ella quiere “encender” el deseo por “quitarse todo ropaje innecesario” y “volver a las raíces, a lo esencial”.

“Aparecida tan solo quiere renovar nuestra esperanza en medio de tantas ‘inclemencias’. La primera invitación que este icono nos hace como pastores es aprender a mirar al pueblo de Dios. Aprender a escucharlo y a conocerlo, a darle su importancia y lugar. No de manera conceptual u organizativa, nominal o funcional. Si bien es cierto que hoy en día hay una mayor participación de fieles laicos, muchas veces los hemos limitado solo al compromiso intraeclesial sin un claro estímulo para que permeen, con la fuerza del evangelio, los ambientes sociales, políticos, económicos, universitarios”, precisó.

“Aprender a escuchar al pueblo de Dios significa descalzarnos de nuestros prejuicios y racionalismos, de nuestros esquemas funcionalistas para conocer cómo el espíritu actúa en el corazón de tantos hombres y mujeres que, con gran reciedumbre no dejan de tirar las redes y pelean por hacer creíble el evangelio, para conocer cómo el espíritu sigue moviendo la fe de nuestra gente; esa fe que no sabe tanto de ganacias y de éxitos pastorales sino de firme esperanza”, apuntó.

Y luego clamó: “¡Cuánto debemos aprender de la fe de nuestra gente! La fe de madres y abuelas que no tienen miedo a ensuciarse para sacar a sus hijos adelante”. Ellas, reconoció, saben que su mundo está plagado de injusticias, por doquier ven y experimentan la carencia y la fragilidad de una sociedad que se fragmenta cada día más, donde la impunidad de la corrupción sigue cobrándose vidas y desestabilizando las ciudades.

Ellas lo saben y lo viven, insistió el Papa. Por eso instó a los obispos a no tener miedo de ensuciarse por la gente, no tener miedo del fango de la historia con tal de rescatar y renovar la esperanza, porque sólo pesca aquél que no tiene miedo de arriesgar y comprometerse por los suyos.

Eso, aclaró, no nace la heroicidad o del carácter “kamikaze” de algunos, ni es una inspiración individual de alguien que se quiera inmolar, sino una actitud de toda la comunidad creyente, capaz de salir, de dejar sus seguridades, muchas veces “mundanas”. Es esa la única manera de “re-centrarse” en Jesucristo y poder vivir con esperanza.

“No lo podemos negar, la realidad se nos presenta cada vez más complicada y desconcertante, pero se nos pide vivirla como discípulos del maestro sin permitirnos ser observadores asépticos e imparciales, sino hombres y mujeres apasionados por el reino, deseosos de impregnar las estructuras de la sociedad con la Vida y el Amor que hemos conocido. Y esto no como colonizadores o dominadores, sino compartiendo el buen olor de Cristo y que sea ese olor el que siga transformando vidas”, explicó.

Insistió en su petición. Llamó a ser una Iglesia en salida y no “preocupada por ser el centro” o que “termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”. Precisó que si algo debe inquietar y preocupar la conciencia de los obispos es ver que tantos hombres y mujeres viven sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.

“Más que el temor a equivocarnos espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer!”, continuó.

“En la medida en que nos involucremos con la vida de nuestro pueblo fiel y sintamos la profundidad de sus heridas, podremos mirar sin ‘filtros clericales’ el rostro de Cristo, ir a su evangelio para rezar, pensar, discernir y dejarnos transformar, desde su rostro, en pastores de esperanza”, estableció.