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La vida moral segĂșn Bergoglio
08 - 12 - 2013 - PAPADOS - Francisco

La “Evangelii gaudium” no es un tratado de teología moral sin embargo las pocas alusiones a la dinámica de la vida moral que aparecen de manera implícita en el texto de Papa Bergoglio desestabilizan ciertos estereotipos dominantes en muchas polémicas culturales y mediáticas alrededor de la Iglesia y ciertos tópicos morales.

Con una decisión muy elocuente, Papa Francisco se ocupa del argumento de la comunicación. Según el Papa, en los procesos comunicativos algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia a menudo son alejadas «del contexto que les da sentido». El efecto es que el «mensaje que anunciamos aparece entonces identificado con esos aspectos secundarios que, sin dejar de ser importantes, por sí solos no manifiestan el corazón del mensaje de Jesucristo». Además, según el Pontífice, es necesario « ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo».


Algunas de estas enseñanzas y preceptos morales de los que se ocupa la Iglesia , añade Bergoglio, se comprenden y se aprecian solo viviendo la experiencia de la fe y la pertenencia eclesial, « más allá de la claridad con que puedan percibirse las razones y argumentos». Por ello, la pastoral «en clave misionera» prefigurada para toda la Iglesia por el actual sucesor de Pedro no cede a la obsesión de transmitir «una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia».


El anuncio cristiano en cuanto tal, explica Bergoglio, tiene un ritmo muy diferente para llegar a todos sin excepción, pues « se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante».


Y la referencia a los que es «más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario» no oscura las enseñanzas morales de la Iglesia. Papa Francisco cita a Santo Tomás de Aquino y el Concilio Vaticano II: algunas verdades expresan « más directamente el corazón del Evangelio» y lo que resplandece por encima de todo es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado». Por ello, entre las verdades expresadas en la doctina católica, incluidas las morales, existe una jerarquía, «por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Pero justamente la relación de las verdades individuales con el corazón del anuncio cristiano las salva a todas de caer en el olvido. Cada verdad, pues, «se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras».


Por lo demás, ya Santo Tomás, recuerda Papa Francisco, «destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios “son poquísimos”». El santo dominico, citando a San Agustín, también indicaba que «los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación “para no hacer pesada la vida a los fieles” y convertir nuestra religión en una esclavitud, cuando “la misericordia de Dios quiso que fuera libre”».


Y así, liberar a la comunicación eclesial de una excesiva insistencia sobre las cuestiones morales no es una táctica para parecer más modernos. Para Bergoglio incluso con esta orientación se expresa la mirada propia de la fe cristiana sobre los comportamientos morales. «La predicación moral cristiana –explica el Pontífice– no es una ética estoica, es más que una ascesis, no es una mera filosofía práctica ni un catálogo de pecados y errores. El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos». Su objetivo no es patrocinar un cierto “deber ser”, enseñar un esfuerzo de adhesión a un código de comportamiento.


La mirada cristiana sobre el comportamiento moral siempre ha reconocido que en la condición histórica concreta, marcada por el pecado original, todos los hombres están heridos “in naturalibus”, en las propias facultades naturales. Incluso en los pronunciamientos doctrinales de la Iglesia, desde el Concilio de Cartago (de 418 d.C.) hasta el Concilio de Trento, desde el segundo Concilio de Orange (529 d.C.) hasta el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, han indicado no solo la voluntad del hombre se ve debilitada, sino también su inteligencia ha sido ofuscada en cuanto tal. Por lo tanto, a la larga y en la experiencia concreta, con todas los condicionamientos, puede enturbiarse (y, en efecto, se enturbia) el reconocimiento de lo que es naturalmente evidente. Como, por ejemplo, la vocación de la protección de la vida de los que están por nacer. Ante la condición humana tal y como es, el anuncio cristiano nunca ha partido del esfuerzo por inculcar en las mentes de los hombres enseñanzas morales auto-evidentes. Ya San Pablo y San Agustín reconocían que incluso la doctrina cristiana, que es verdadera, se convierte en algo estéril si no se da la “delectatio” ni la “dilectio”, es decir el atractivo amoroso de la gracia. Muchos siglos después, Papa Francisco, citando a su predecesor, repite que «la Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”».

En la aventura cristiana, al principio y con cada nuevo paso, se procede y se crece por la atracción que opera la gracia. Y lo mismo en la vida moral, la gracia florece y se manifiesta en el don gratuito de la misericordia. Santo Tomás de Aquino, recuerda Bergoglio en la “Evangelii gaudium”, enseñaba que, con respecto al comportamiento moral,«en sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes», porque «la principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor» y porque «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu». La misericordia, ese aliviar las miserias ajenas, es característica de Dios: «y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia».


En su experiencia de pastor que cuida las almas y de confesor, Papa Bergoglio ha experimentado en muchas ocasiones que justamente la experiencia de ser abrazados por la misericordia y por el perdón puede despertar en las consciencias de los hombres y de las mujeres de hoy la percepción de los propios límites, del mal, del pecado que endurece los corazones, del bien que atrae y que da felicidad. Como explicaba Joseph Ratzinger en marzo de 2000, al presentar a los periodistas los pronunciamientos jubilares sobre los “mea culpa” de la Iglesia, «me parece que solamente el perdón, el hecho del perdón, permite la franqueza para reconocer el pecado. Además, la certeza de que Dios nos perdona, nos renueva, forma parte esencial del Evangelio». Hoy, Papa Francisco expresa la misma confianza en la “medicina” de la misericordia, la única que puede curar y cambiar también las vidas que parecen perdidas. Por ello invita a los pastores y a todos los cristianos a «acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día». Es necesario respetar los tiempos del trabajo de la gracia, que se encarna en las circunstancias concretas y no procede por abstracciones rigoristas. Un corazón verdaderamente misionero, escribe el obispo de Roma, no renuncia nunca al «bien posible», «sabe de esos límites y se hace “débil con los débiles […] todo para todos” (1 Co 9,22)».


La mirada cristiana sobre la vida moral florece de la experiencia gratuita de la misericordia. Los discursos sobre las cuestiones éticas y morales que no tienen esto en consideración, o que, incluso, maltratan la misericordia definiéndola como “buonismo”, son ajenos a las dinámicas propias del movimiento que puso en marcha en el mundo el cristianismo. Y lo mismo cuando abusan de las palabras cristianas y, a veces, sirven para hacer carreras eclesiásticas. En esos discursos, advierte Papa Francisco en la “Evangelii gaudium”, «no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas». «Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro».(Gianni Valente- Vatican Insider)