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Cuba: el exitoso método del "sarcófago"
18 - 03 - 2017 - CULTURA - Política

En Cuba,  hay muchos secretos bien guardados, entre ellos, desde hace un año, hay uno muy importante y especial, que algunos amigos cubanos llaman con ironía «el sarcófago». Y es literalmente así. Un verdadero contenedor hermético del que no sale nada. Estamos hablando sobre los encuentros,  entre dos delegaciones de alto nivel: una, del Episcopado cubano y  la que ha conducido con cautela Bruno Rodríguez, ministro del Exterior del gobierno.(Luis Badilla-Francesco Gagliano-Vatican Insider)

 Son diez personas, cinco por delegación, que discuten con serenidad y profundidad sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la perspectiva de un posible Acuerdo bilateral para que la Iglesia católica local tenga un estatus jurídico que en la actualidad no existe a pesar de las garantías constitucionales concedidas a la libertad de culto y a las religiones (católicos, ortodoxos, hebreos, musulmanes, cultos afro-cubanos).

Un primer acuerdo

Se alcanzó un primer acuerdo fundamental y las partes siguen sus reglas férreas: no revelar nada más allá de las respectivas Delegaciones y de la sede de los encuentros. El ministro del Exterior tampoco confirma la existencia de las negociaciones. La palabra de orden para todos (ministros, obispos, altos funcionarios, diplomáticos y juristas) es una sola: reserva absoluta y total. Este mismo mecanismo, en Cuba, ha funcionado muy bien y con éxito en el pasado, así como lo demuestran recientemente otras dos negociaciones relevantes y muy delicadas: entre La Habana y Washington, que entre 2010 y el 17 de diciembre de 2014 llevó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos; y la que se llevó a cabo en la capital cubana entre el gobierno de Colombia y el ex-grupo guerrillero de las Farc, que concluyó después de casi cinco años con los esperados Acuerdos de paz.

El «secreto» en cuestión, para ambas partes, tiene un doble significado y una doble utilidad: por una parte, evitar que cualquier detalle de las negociaciones se convierta en un argumento para presiones indebidas que podrían contaminar las conversaciones; por otra, alejar las negociaciones de la instrumentalización de la política internacional, en particular la que tiene que ver con las relaciones entre el norte y el sur del continente americano. Para la Iglesia local, y para el Vaticano, representado por el nuncio Giorgio Lengua, y para el gobierno, bajo la supervisión atenta del primer vicepresidente, Miguel Díaz Canel (quien probablemente sucederá a Raúl Castro, que concluirá su mandato en febrero de 2018, aunque seguirá siendo el Secretario General del Partido Comunista), la cuestión es de fundamental importancia, con enormes consecuencias a nivel internacional e internacional. No se puede fracasar. Cuba no se puede permitir no darle a este proceso una salida positiva y prometedora. Por ello, por lo que dicen los observadores más atentos y mejor informados, estos encuentros no serán «una tantum», es más, es probable que adquieran una organización con mesas de trabajo periódicas.

No a un Concordato

A pesar de la regularidad y de la amplitud de las conversaciones no se trabaja por un Concordato, porque ninguna de las partes desea este tipo de instrumento. El término parece mucho menos solemne pero es igualmente relevante: «Estatus jurídico», es decir un conjunto articulado de normas legales que permitan que la Iglesia salga de una situación paradójica, única en la región. Es decir la de existir, ser reconocida como interlocutor, como, por ejemplo, en el caso de los prisioneros liberados después de las conversaciones entre el cardenal Jaime Ortega y el general Raúl Castro, pero sin un fundamento legal establecido por la Asamblea Nacional.

En los 15 capítulos y 137 artículos de la Carta Constitucional (proclamada el 24 de febrero de 1976 y que contiene las reformas aprobadas por la Asamblea Nacional del Poder Popular en el XI Periodo Ordinario de Sesiones de la III Legislatura celebrada el 10, 11 y 12 de julio de 1992), se lee, en el Artículo 8: «El Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa. En la República de Cuba las instituciones religiosas están separadas del Estado. Los diferentes cultos y religiones gozan de iguales consideraciones». En el Artículo 55 se añade y precisa: «El Estado, que reconoce, respeta y garantiza también la libertad de cada ciudadano de cambiar de creencia religiosa o no tener ninguna y de profesar, en el respeto de la ley, el culto religioso que prefiere. La ley regula las relaciones del Estado con las instituciones religiosas».

En esta última frase se aprecia todo el dinamismo de las conversaciones con referencia a la Iglesia católica local y eventualmente también con otras confesiones. Se trabaja, pues, en esta perspectiva con la agenda abierta. No hay condiciones preliminares ni prejuicios. Se dialoga totalmente con la conciencia de que la situación actual ofrece buenas potencialidades para progresar, pero al mismo tiempo límites que hay que tener en consideración. Muchas peticiones de la Iglesia cubana podrían ser aceptadas en poco tiempo, pero otras podrían tardarse un poco más. La Iglesia parece estar consciente de estos tiempos, relacionados con los comportamientos de Donald Trump, pero también al no tan lejos «cambio de guardia» en la cúpula del gobierno y del Estado.

La transición cubana

Desde hace algunos años se ha ido dando un cambio generacional en la cúpula del Partido y del gobierno en la isla caribeña, impulsado y animado por el mismo Presidente Raúl Castro. El más visible y significativo es el nombramiento del nuevo primer vicepresidente en funciones desde 2013, Miguel Díaz Canel, que nació en 1960, quince meses después de la victoria castro-guevarista del primero de enero de 1959. Siguiendo el camino del cambio generacional se trabaja mucho y con tenacidad, en particular en las provincias, de donde parece que está surgiendo la clase dirigente que tomará el puesto de los comandantes históricos de la insurrección. Solo siguen con vida tres de ellos, y después ni siquiera existirá el mítico título.

Según diferentes observadores, gran parte del posible éxito del diálogo entre la Iglesia y el Estado depende de la capacidad de los católicos cubanos, y de la jerarquía, para aferrar el sentido profundo del proceso actual, y ello requiere necesariamente una renovación de la Iglesia misma. Iglesia viva, dinámica, presente, pero (me lo dijeron en varias ocasiones) «tímida y en segundo plano», todavía alejada de la exhortación bergogliana que impulsa a salir de las sacristías cerradas y polvorientas. La idea de Papa Francisco sobre las insidias de una vida encerrada en sí misma, con al que se corre el peligro de convertirse en una «Iglesia raquítica, con normas fijas, sin creatividad, asegurada pero no segura», está presente en las comunidades eclesiales cubanas, pero todavía no parece haber arraigado profundamente la conclusión del Pontífice: «Entonces entre una Iglesia enferma y una Iglesia accidentada prefiero la Iglesia accidentada, porque, por lo menos, está en salida».

Este temor está muy difundido en parte en la jerarquía, en el clero y entre los laicos comprometidos, que están aumentando entre los jóvenes que ponen mucha atención en la guía de la vida ordinaria diocesana. Y aquí surge un problema para nada irrelevante y que forma parte de la agenda de las conversaciones con el gobierno: las limitadas posibilidades que la Iglesia local tiene para hacer visible, mediante la prensa, su mensaje y su trabajo. Y esto pesa sobre todo en las experiencias eclesiales y en la evangelización «en salida» que ha pedido Papa Francisco. Esta visibilidad sí existe en la actualidad, pero con límites en las solemnidades religiosas más importantes (la Semana Santa, la Navidad y la fiesta de la Virgen de la Caridad del Cobre), por lo que algunos de mis interlocutores se refirieron a un «acceso litúrgico a la prensa», como si el uso de los medios estuviera limitado para los calendarios de las festividades eclesiales. En este ámbito todavía existe una especie de barrera que divide la vida cotidiana del catolicismo cubano del dinamismo y de la dialéctica de la sociedad cubana, que hoy vive un gran fermento y que se está preparando para grandes cambios.

Las perspectivas del diálogo

Las perspectivas del diálogo entre la Iglesia y el Estado en Cuba son muy prometedoras, según lo que he podido constatar entre los observadores mejor informados. Pero, obviamente, esto no quiere decir que no existan problemas y que a veces las distancias entre las partes todavía sean notables, en particular en relación con argumentos que indicen directamente en el orden institucional (educación católica, enseñanza e instituciones, pro ejemplo). Una cuestión de fondo, que siempre hay que tener presente al analizar estas negociaciones y al considerar que hay realidades en rápida evolución y transformación, y estos fenómenos tienen consecuencias recíprocas. Francisco tuvo en mente esta realidad cuando visitó Cuba hace 18 meses, y lo expresó, hablando sobre el diálogo, con una frase que no se olvida en la Isla: «Bien, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común?».

Amistad social

El 20 de septiembre de 2015, al llegar a La Habana, Papa Francisco hizo algunas consideraciones, comentando la reflexión de un joven en el Centro Félix Varela, que quedaron impresas con fuego en Cuba. Durante los días de mi estancia cubanos católicos y no, expertos, estudiosos y periodistas me recordaron varias veces pensamientos que tienen que ver con el diálogo, la búsqueda de soluciones en común, la metodología para construir puentes y derribar muros. «Dijiste una pequeña frase que había escrito aquí, durante tu intervención, pero la subrayé y tomé algunos apuntes: que sabemos acoger y aceptar a los que piensan diferente», dijo Francisco al joven. Después añadió: «en realidad, nosotros, a veces, somos cerrados. Nos metemos en nuestro pequeño mundo: “O es así o nada”. Y fuiste más allá: que no nos encerremos en los “conventillos” de las ideologías o de las religiones. Que podemos crecer frente a los individualismos. Cuando una religión se convierte en “conventillo” pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios. Es un “conventillo”. Es un “conventillo” de palabras, de oraciones, de “yo soy bueno, tú eres malo”, de prescripciones morales. Y cuando yo tengo mi ideología, mi modo de pensar y tú tienes el tuyo, me encierro en este “conventillo” de la ideología».

El Pontífice concluyó sus exhortaciones subrayando: «Corazones abiertos, mentes abiertas. Si piensas de manera diferente que yo, ¿por qué no hablamos? ¿Por qué siempre estamos discutiendo sobre lo que nos separa, sobre lo que nos diferencia? ¿Por qué no nos damos la mano en lo que tenemos en común? Debemos tener la valentía de hablar de lo que tenemos en común. Y después podemos hablar de lo que tenemos de diferente o de lo que pensamos diferente. Pero digo: hablar. No digo discutir. No digo encerrarnos. No digo “chismear”, como has dicho tú. Pero eso es posible solo cuando tengo la capacidad de hablar de lo que tengo en común con el otro, de eso por lo que podemos trabajar juntos».

La enemistad social destruye

Después, Papa Francisco en La Habana concluyó sus palabras con este recuerdo nada casual: «En Buenos Aires (en una parroquia nueva, en una zona muy, muy pobre) un grupo de jóvenes universitarios estaba construyendo algunos locales parroquiales. Y el párroco me dijo: “¿Por qué no vienes un sábado y así te presento?”. Se dedicaban a construir el sábado y el domingo. Eran chicos y chicas de la universidad. Fui y los vi, y me los presentaron: “Este es el arquitecto, es hebreo; este es comunista; este es católico practicante; este es…”. Eran todos diferentes, pero todos estaban trabajando juntos por el bien común. Esta se llama amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Cada día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar: “Bien, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común?”. Cuando hay división, hay muerte. Hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Esto es lo que les pido hoy: sean capaces de crear la amistad social».