El Papa dijo que el tema elegido era «verdaderamente oportuno», pues su objetivo es «la necesidad urgente de más incluyentes y justos modelos económicos». Ahora se requiere, añadió, no «un nuevo acuerdo social abstracto», sino «ideas concretas y una acción eficaz a favor de todos». Bergoglio agradeció a los empresarios por todo lo que hacen para «promover la centralidad y la dignidad de la personas humana dentro de las instituciones y de los modelos económicos, y por llamar la atención sobre la plaga de los pobres y de los refugiados, tan habitualmente olvidados por la sociedad».
«Cuando ignoramos el grito de tantos de nuestros hermanos y hermanas en muchas partes del mundo —dijo Francisco— no solo negamos sus derechos y los valores que han recibido de Dios, sino también rechazamos su sabiduría e impedimos a ellos ofrecer al mundo sus talentos, sus tradiciones y su cultura. Estos comportamientos incrementan el sufrimiento de los pobres y de los marginados, y nosotros mismos nos hacemos más pobres, no solo materialmente, sino moralmente y espiritualmente».
El mundo de hoy, agregó el Papa Francisco, está marcado por grandes inquietudes. La desigualdad entre pueblos continúa creciendo y muchas comunidades están directamente afectadas por la guerra y la pobreza. «La gente quiere hacer sentir su propia voz y expresar las propias preocupaciones y miedos. Quiere dar su propio aporte a las comunidades locales y a la sociedad, y beneficiarse de los recursos y del desarrollo muchas veces reservado a pocos. Y todo ello, mientras puede crear conflictos y poner al descubierto todos los sufrimientos de nuestro mundo, también nos permite comprender que estamos viviendo un momento de esperanza. Porque cuando finalmente reconocemos el mal entre nosotros podemos tratar de sanarlo aplicando el medicina adecuada».
La presencia de los empresarios, pues, es un «signo de esperanza». El Papa pidió «una conversión institucional y personal; un cambio del corazón que confiere la primacía a las expresiones más profundas de nuestra humanidad común, de nuestras culturas, de nuestras convicciones religiosas y de nuestras tradiciones». Una renovación que «no debe tener que ver simplemente con la economía de mercado, con números que deben cuadrar, con el desarrollo de materias primas y la mejoría de las infraestructuras».
«No —añadió—, de lo que estamos hablando es del bien común de la humanidad, el derecho de cada persona de tomar parte en los recursos de este mundo y de tener las mismas oportunidades para realizar sus potencialidades, que, en última instancia, se basan en la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza».
«Nuestro gran desafío es responder a los niveles globales de injusticia con la promoción de un sentimiento de responsabilidad local, es más personal, para que nadie quede excluido de la participación social. Por lo tanto, la pregunta que debemos plantearnos —según el Papa—, es cómo animarnos mejor los unos a los otros e impulsar a nuestras respectivas comunidades para que puedan responder a los sufrimientos y a las necesidades que vemos, tanto lejos como entre nosotros. La renovación, la purificación y el reforzamiento de sólidos modelos económicos depende de nuestra personal conversión y generosidad hacia los necesitados».
Francisco animó a buscar «vías cada vez más creativas con tal de transformar las instituciones y las estructuras económicas para que sepan responder a las necesidades de hoy y para que estén al servicio de la persona humana, especialmente de todos los que son marginados y excluidos». Involucrando «a los que tratan de ayudar; denles voz, escuchen sus historias, aprendan de sus experiencias y comprendan sus necesidades».