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Los cristianos de oriente medio en peligro
29 - 01 - 2015 - IGLESIA - Asia

Esta archisabida noticia no es de las que pueden archivarse .Por su interés, reproducimos el artículo publicado el 25 de enero en La Vanguardia y firmado por el Grupo de los 9 laicos católicos: Josep Maria Carbonell, Josep Maria Cullel, Eugeni Gay, David Jou, Jordi López Camps, Margarita Mauri, Josep Miró i Ardèvol, Nuria Sastre y Francesc Torralba, donde advierten de que, en algunos países, "la dramática situación de los cristianos exige hacer una denuncia contundente". 

La aparición del Estado Islámico ha hecho más consciente la opinión pública de la difícil situación de los cristianos en los territorios de Irak y Siria gobernados por el terrorismo islamista. El Papa Francisco lo ha destacado en su reciente viaje a Turquía al calificar de angustiosa la situación que se vive en esos países. Para estos extremistas, no debe haber más religión que el Islam. Guiados por el fanatismo, persiguen a los practicantes de las otras confesiones religiosas que son forzados a convertirse, pagar un impuesto o exiliarse, y en otros casos son directamente exterminados. El principal frente de persecución de los cristianos en Oriente Próximo es el extremismo islamista, pero también contribuyen las delaciones por parte de vecinos, conocidos o compañeros de trabajo por no ser musulmanes.

Los cristianos nos sentimos dramáticamente interpelados por el concepto violento de la religión que tiene el extremismo islámico que, como ha dicho el Papa Francisco "parece que quiera borrar toda huella, cualquier memoria del otro". Ante esta situación nadie puede permanecer indiferente. Llamamos a los ciudadanos, a los liderazgos sociales, culturales y políticos, los gobiernos y los organismos internacionales a actuar decididamente para evitar estas prácticas genocidas que pretenden el exterminio o la expulsión de grupos sociales concretos en razón de sus creencias.

Estos comportamientos invitan a repensar los vínculos entre las diversas religiones y, de manera particular, entre el cristianismo y el Islam. Mientras en nuestra casa los vínculos entre cristianos y musulmanes son de respeto y cooperación, no ocurre lo mismo con los cristianos residentes en países con gobiernos guiados por principios islamistas, en los que no hay libertad religiosa, la práctica cristiana está limitada o prohibida, con penas graves, y la conversión al cristianismo está duramente perseguida. Esta realidad es relativamente nueva. La irrupción de una gobernanza permeable a los principios políticos islámicos ha alterado la costumbre secular de respeto y armonía practicada durante muchos años por los antiguos gobiernos laicos de estos países.

Hoy, la situación de los cristianos en países de Oriente Medio, del sudoeste de Asia y de algunos de África, es crítica, especialmente cuando hay una presión social de grupos fundamentalistas radicales. Antiguas tradiciones cristianas, muchas de ellas vinculadas a los orígenes de nuestra fe, habían sobrevivido en paz y concordia en los territorios donde nacieron gracias al respeto secular del Islam cuando no tenía pretensiones de hegemonía política. Ahora, estos cristianos se encuentran gravemente amenazados y en peligro de exterminio.

La coexistencia del Islam con otras religiones no es fácil en la mayoría de países donde los fundamentos de las instituciones políticas se inspiran en las leyes islámicas. Por más que haya un reconocimiento formal de la pluralidad religiosa, la práctica aporta suficientes evidencias sobre el sufrimiento de las comunidades cristianas en estas sociedades. Hay momentos de verdadera persecución religiosa hasta el extremo del martirio. En otros casos, la presión es más cultural, pero no menos relevante: en algunos países los cristianos no pueden celebrar la eucaristía con vino por razón de la prohibición islámica de consumo de alcohol. Estas situaciones no son meras anécdotas, sino la manifestación de una realidad opresiva y asfixiante.

Que en algunas religiones haya grupos que propongan el retorno a sus orígenes no debe ser interpretado como síntoma de regresión. En muchas ocasiones, recuperar aspectos de la originalidad primigenia ayuda a sacar adherencias culturales que han podido desvirtuar el sentido de las religiones. Pero no siempre este proceso se hace de manera liberadora, al contrario. Cuando las posiciones son extremas y rigoristas, normalmente cierran más las religiones y las hacen refractarias al diálogo. En estos casos, suelen imponerse interpretaciones literales y cerradas en conceptos religiosos manipulados. Esto es lo que hacen hoy los movimientos islámicos autoproclamados salafistas. La mayoría de ellos reinterpretan, de forma excluyente y sectaria, las aportaciones de las primitivas comunidades seguidoras del profeta Mahoma, olvidando que los primeros musulmanes convivían en armonía con las otras religiones, especialmente cristianismo y judaísmo.

A pesar de los momentos dramáticos en las relaciones entre cristianos y musulmanes en muchos países, no se tiene la misma sensación si situamos la mirada a nivel institucional. Desde hace tiempo, representantes institucionales de la Iglesia católica y del Islam se encuentran regularmente para dialogar y establecer puentes de colaboración y comprensión mutua. El Papa emérito Benedicto XVI impulsó varias iniciativas para crear un marco estable de relación de los católicos con el mundo musulmán. Un ejemplo de este entendimiento son los encuentros propiciadas por el Centro para el Diálogo Interreligioso de la Organización para la Cultura y las Relaciones Islámicas de Teherán (Irán) y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso.

Algunas propuestas de estos encuentros tienen hoy un especial interés. Por ejemplo, se propone que cualquier sociedad debe reconocer que los creyentes y las comunidades religiosas, sobre la base de su fe, tienen un papel específico a ejercer en la sociedad, en plano de igualdad con los demás ciudadanos. Se afirma que la religión posee una dimensión social propia que el Estado tiene la obligación de respetar y, por tanto, también en interés de la sociedad, no puede ser relegada a la esfera privada. Se señala que dentro de la realidad de pluralismo religioso de la sociedad los creyentes están llamados a cooperar en la búsqueda del bien común, sobre la base de una relación sólida entre fe y razón. Por ello, es necesario que cristianos y musulmanes, así como otros creyentes y todas las personas de buena voluntad, cooperen para responder a los desafíos actuales, promoviendo los valores morales, la justicia y la paz y protegiendo la familia y el medio ambiente.

Pero, aparte de estos propósitos, la dramática situación de los cristianos, y de otras comunidades religiosas y étnicas minoritarias en algunos países de Oriente Medio y el suroeste asiático, exige hacer una denuncia contundente de estos hechos. Ante esta situación los cristianos de aquí tenemos que ser solidarios con los cristianos de Oriente Medio. Hay que reprobar con vigor aquellos actos que fomentan odio, animadversión o exclusión contra otras religiones en cualquier país. Hay que reclamar esta actitud a las máximas autoridades religiosas, especialmente las musulmanas, y denunciar la inmoralidad de aquellas interpretaciones religiosas que aducen razones de fe para justificar crímenes contra personas y la vulneración de derechos humanos básicos.

Desde Occidente no podemos desentendernos de esta realidad, tanto por sus efectos como porque estamos implicados de algún modo en sus orígenes. El islamismo político esparcido actualmente en muchos países árabes puede interpretarse como reacción a los intereses de la geopolítica mundial que desarticuló el Imperio Otomano hace cien años, o problemas más cercanos, como la segunda guerra del Golfo. La desagregación del Imperio Otomano en múltiples estados con fuerte huella del Islam favoreció, años más tarde, el surgimiento de una conciencia política que propuso como alternativa unificadora de estos países una concepción moderna del islamismo político. Esta situación, en algunos casos, derivó en una radicalidad extrema que condujo a la aparición del terrorismo islamista moderno. Nos duele saber que el Estado Islámico ha sido financiado durante mucho tiempo con dinero proveniente de países árabes considerados amigos y aliados de Occidente.

Ante esta incuestionable realidad no dejamos de preguntarnos si los países islámicos moderados no habrían podido hacer más de lo que han hecho para evitar esta situación. Como muy bien ha escrito el padre Manuel Nin, monje de Santa María de Montserrat, actual Rector del Pontificio Collegio Greco en Roma, "la comunidad islámica de todo el mundo tiene el deber de hacer reencontrar en el corazón de todos los musulmanes una concepción no extremista del Corán y de la tradición islámica".

Como católicos que vivimos en una sociedad occidental nos gustaría que las relaciones del cristianismo con el Islam se consolidaran sobre la base de la confianza y en el deseo de construir un marco de convivencia común y respetuoso. Entre cristianos y musulmanes, estamos llamados a respetar la religión del otro, sus enseñanzas, sus símbolos y valores. Por ello hay que tener un "respeto especial por los líderes religiosos y los lugares de culto" de toda religión, tal como ha expresado el Papa Francisco. Porque todos, cristianos y musulmanes, y otras religiones, debemos hacer de la reconciliación, la justicia, la paz y el desarrollo nuestra primera prioridad.

Por último, no estaría de más que los cristianos europeos nos sintiéramos interpelados por el coraje de estos cristianos perseguidos, en comparación con la tibieza, la negligencia o el desvanecimiento del cristianismo europeo, que parece tan indiferente, en ocasiones, a la pérdida de tesoros de espiritualidad, de solidaridad, de pensamiento y de arte que ha aportado el cristianismo en Europa. Convendría poner más pasión en esta presencia espiritual y en su clamor por la justicia social, no para controlar la sociedad, como ha ocurrido en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia, sino para servir con más eficiencia y más esperanza. (FORUM LIBERTAS)