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Francisco a los jóvenes de Asia: ustedes son el presente de la Iglesia
17 - 08 - 2014 - IGLESIA - Asia

En el antiguo castillo de Haemi, entre el siglo XVIII y XIX, los cristianos eran encerrados y torturados (colgados a los árboles o asesinados de forma horrible). Hoy, el tormento de los jóvenes asiáticos, que vinieron a reunirse con Papa  fue sólo el clima. Francisco fue recibido con alegría a su llegada. «Juventud de Asia, levántate», exhortó con fuerza el Pontífice a los jóvenes del continente reunidos en la misa final de su viaje a Corea.  

A los 30 mil cristianos reunidos en la zona del castillo, el Papa dijo en la homilía cuáles son la mirada y los criterios para vivir la propia llamada a ofrecer el testimonio del Evangelio en el inmenso continente asiático. «Cada uno de ustedes -dijo- tiene un sitio y un contexto propio en el que está llamado a reflejar el amor de Dios». Y, «el continente asiático, lleno de ricas tradiciones filosóficas y religiosas, sigue siendo una gran frontera para su testimonio a Cristo». Como hijos e hijas de Asia, los chicos cristianos de los países asiáticos, según el Papa, tienen «el derecho y la tarea de participar plenamente en la vida de sus sociedades», llevando sin miedo «la sabiduría de la fe a cada ámbito de la vida social». Ningún enroque exclusivo, ninguna postura que haga percibir la fe cristiana como un producto cultural de importación, extraño a los contextos sociales y humanos de Asia. En Corea y en toda Asia, los chicos y las chicas que se encuentran con Cristo han sido llamados a ser, al mismo tiempo, buenos cristianos y buenos ciudadanos, inmersos en el tejido de relaciones propias del tiempo en el que les tocó vivir. «Como jóvenes asiáticos -explicó Bergoglio-, ustedes ven y aman desde dentro todo lo que es hermoso, noble y verdadero en sus culturas y tradiciones. Al mismo tiempo, como cristianos, saben que también el Evangelio tiene la fuerza para purificar, elevar y perfeccionar este patrimonio». También en Asia, como en cualquier sitio, esta disposición a la apertura, a los auténticos valores humanos, subrayó el Papa, se expresa con la actitud de «discernir lo que es incompatible con su fe católica, lo que va en contra de la vida de gracia que comenzó en ustedes con el Bautismo, y cuáles aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte».

 

Para Papa Francisco, los jóvenes son solo una parte del futuro de la Iglesia: ellos son ya, desde ahora, «una parte necesaria y amada del presente de la Iglesia». «Juventud de Asia, levántate», exhortó con fuerza el Pontífice a los jóvenes del continente reunidos en la misa final de su viaje a Corea. A ellos sugirió dirigirse hacia los pobres, hacia los extranjeros, hacia las personas necesitadas, hacia quienes tienen el corazón roto. «Estas personas son -indicó el Papa- las que de manera especial repiten el grito de la mujer cananea de la que habla el Evangelio de hoy: ‘¡Señor, ayúdame!’». La invocación puede nacer en el corazón de cada condición humana. Es el mismo gemido, explicó Francisco, que repiten muchos «en nuestras ciudades anónimas, la súplica de muchísimos de sus contemporáneos, y la oración de todos aquellos mártires que todavía hoy sufren la persecución y la muerte en nombre de Jesús». Es el grito que surge de nuestros mismos corazones. Y cuando se reconoce, hay que abrazarlo siguiendo a Cristo, que «responde a cada petición de ayuda con amor, misericordia y compasión». Así, incluso los propios compañeros de camino podrán experimentar la misericordia de Dios, reconociendo que «justamente mediante esta misericordia hemos sido salvados».

Texto íntegro de la homilía del Santo Padre:

Queridos amigos:

«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada -«Juventud de Asia, despierta»- nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.

En primer lugar, "Asia". Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.

Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.

Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra "juventud". Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.

Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.

En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». Este mismo grito surge a menudo en nuestros corazones: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.

Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a "cantar de alegría".

Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.

Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.