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La reverencia al contrario de un Papa que habla con los gestos
26 - 05 - 2014 - INTERRELIGIOSO - Hebreos

Cercanía, amistad, hermandad, oración por los sufrimientos de unos y otros: Papa Francisco en la Tierra Santa ha dado este mensaje. La cita en la estela por las víctimas del terrorismo. El «milagro» en el Santo Sepulcro.

Con la tercera y última jornada de su peregrinaje, siguiendo las huellas de Pablo VI y del Patriarca Atenágoras, Papa Francisco está terminando un recorrido breve pero muy intenso. El momento clave de esta jornada fue la memoria de las víctimas del Holocausto, en el Yad Vashem. Allí, Bergoglio con humildad y naturalidad quiso besar la mano a los sobrevivientes del Holocausto que estaban presentes. Quedó atrás el tiempo en el que los que se acercaban al Papa reinante debían arrojarse al suelo para besarle la pantufla. Después, olvidada la pantufla, se pasó al anillo, y lo mismo con los obispos. Y hoy el encuentro personal del Pontífice con los peregrinos al margen de la audiencia general sigue llamándose el “baciamano”.


Durante este viaje, Francisco ha besado la mano del Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo I, pero este gesto de afecto y de enorme respeto (que Bergoglio ya había hecho en Santa Marta con algunos sacerdotes ancianos), puede relacionarse de alguna manera al sacramento del sacerdocio y del episcopado: a los sacerdotes y a os obispos se acostumbraba besar las manos. Nunca se había visto (más allá de un gesto con la reina Rania de Jordania hace algunos meses) a un Papa que se detuviera, inclinándose, para besar las manos de laicos, personas con historias diferentes, unidas en su pertenencia al pueblo judío y por haber sobrevivido a la «monstruosidad», a ese «abismo de mal» (como lo definió Francisco, que fue el Holocausto. Un mal que nunca se había manifestado «bajo la bóveda celeste».


Este gesto de humildad refleja la imagen de un Dios que en Jesús se humilló, se anuló y se hizo «siervo a pesar de ser el Señor», como tuvo a bien recordar Francisco hace algunos meses. Las palabras simples y directas, acompañadas por estos gestos, han tenido un efecto arrollador, que ha permitido a Bergoglio ser sí mismo profundamente, sin demasiadas preocupaciones diplomáticas.


Una etapa fuera del programa muy significativa, como la oración en el muro de cemento que separa Cisjordania de Israel, tuvo lugar esta mañana. Francisco quiso detenerse ante la estela por las víctimas del terrorismo. También en ella apoyó la mano. También frente a ella rezó en silencio. Más que una manera para equilibrar un desequilibrio inexistente, la demostración de ser libre, verdaderamente hombre de paz, atento y partícipe del sufrimiento de todas las víctimas. Y, además, que no podrá ser instrumentalizado políticamente por ninguna de las dos partes.



El Papa no habló del muro ni de los muros. Los tocó. Abrazó a los judíos y a los musulmanes. Demostró cercanía con los gestos. El encuentro en el palacio presidencial con Shimon Peres no fue el encuentro entre dos jefes de estado, sino algo más. Y habrá que ver si la iniciativa «creativa» e inesperada del encuentro de oración por la paz en el Vaticano con Peres y Abu Mazen, que no pudo llevarse a cabo en estos días como Francisco habría querido, dará frutos.


Pero el verdadero «milagro» del viaje, que ha pasado comprensiblemente a segundo plano debido a la visita a Belén, a la oración en el muro de división y al anuncio del encuentro, fue lo que sucedió el domingo por la tarde en el Santo Sepulcro, mejor dicho en la Basílica de “Anastasis”, de la resurrección. Francisco, sucesor de Pedro, y Bartolomeo, sucesor de Andrés, se encontraron verdaderamente como hermanos. No fue el resultado de diálogos teológicos, de encuentros cupulares. Una vez más dependió de la valentía y del temperamento de dos personas que quisieron osar. Dos personas que habrían osado mucho más, pero que saben que no pueden hacerlo debido a las resistencias que existen en sus Iglesias.


A pesar de haberse separado en la práctica, dijo el Patriarca Atenágoras (que deseaba con fuerza el abrazo con Pablo VI de hace 50 años), «en la práctica debemos reencontrarnos y reunirnos. Esta praxis debe ser permeada por el amor de Cristo, como fue caracterizado en su esencia por el apóstol Pablo». Al ver a Francisco y Bartolomeo caminar mano en la mano, ayudándose y apoyándose mutuamente, arrodillándose juntos en el lugar más sagrado para los cristianos de cualquier confesión, se precibe que para estos dos sucesores de los apóstoles y sinceros creyentes en Cristo, la unidad y la plena comunión no se logra mediante las alquimias de los debates teológicos, sino con el mutuo reconocimiento de una pertenencia común.(Andrea Tornielli-VATICAN INSIDER)