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La archidiócesis de Barcelona pasará de tener 208 parroquias a 48
24 - 03 - 2021 - IGLESIA - Diócesis
No solo escasean clero y dinero, sino que la feligresía languidece de forma alarmante. No solo en la práctica dominical. Los bautizos son anecdóticos, los matrimonios se reducen a los templos de mayor prestancia, las primeras comuniones son tan simbólicas que en muchas comunidades ya no se pueden juntar grupos de catequesis. (Fuente: Infocatolica)

Hace unas semanas les conté el próximo cierre y extinción de la parroquia de San Isidoro. Ingenuo de mí, les decía que sería la primera parroquia que cerraba. Muy ingenuo, la verdad, porque el próximo curso no va a ser una sola la parroquia que se clausure, sino cuatro: la citada de San Isidoro, la de San Jaime en la calle Ferrán, la de Santa María de Cervelló en el barrio de Barceloneta y la de Santo Tomas Moro en la falda del Tibidabo. Cierto es que las dos últimas ya se hallaban cerradas de facto y solo van a recibir la supresión canónica y la de San Jaime quedará como lugar de culto regentado por las Hermanas del Cordero, que es lo que venía sucediendo en la realidad. Pero esos cuatro cierres son el aperitivo de una supresión parroquial de mucho mayor calado. El cardenal Omella ha decidido proceder a la reforma integral del mapa parroquial de la diócesis. La envergadura del cambio va a ser de tal magnitud que se va a pasar de las 208 parroquias actuales a tan solo 48. No se van a cerrar templos, por ahora. Las parroquias que pierdan su estatus quedarán como centros de culto. Su hasta ahora párroco conservará su función hasta que sea removido, jubilado o se produzca su fallecimiento, pero será el último responsable de la parroquia. A partir de entonces, la comunidad quedará absorbida dentro de la demarcación que corresponda en su arciprestazgo. La consecuencia final será la extinción de sus consejos parroquiales, económicos y su actividad social que pasará a depender de la parroquia subsistente. Por ejemplo, en el arciprestazgo de Gracia solo quedará una parroquia y se extinguirán las nueve restantes. Tan solo una comunidad quedará en el arciprestazgo de la Concepción. En Santa Coloma de Gramanet dos: la Iglesia Mayor y Santa Rosa. Y en San Gervasio se suprimirá, por ejemplo, la polémica parroquia de San Ildefonso. Son algunos de los casos que han trascendido. El vuelco va a ser enorme y en él ha trabajado especialmente el obispo Vadell, que ya tenía experiencia como encargado, en su día, de la modificación del mapa parroquial de la diócesis de Mallorca. Esperemos que fructifique con éxito el delicado cometido encomendado al auxiliar. Hasta ahora ha resultado bastante eficaz en aquellos asuntos que le han sido confiados. Pienso, especialmente, en la pacificación de las comunidades de Mataró; tarea que no se antojaba nada fácil. Se aduce -y no falta razón- que la escasez de clero y la grave situación económica de la diócesis provocan tan drástico cambio. Pero no solo escasean clero y dinero, sino que la feligresía languidece de forma alarmante. No solo en la práctica dominical. Los bautizos son anecdóticos, los matrimonios se reducen a los templos de mayor prestancia, las primeras comuniones son tan simbólicas que en muchas comunidades ya no se pueden juntar grupos de catequesis. No entran ingresos en las arcas parroquiales y se siguen generando gastos difíciles de costear. Las parroquias actuales resultan insostenibles. Cataluña se halla en niveles similares a Holanda, donde en la diócesis de Utrecht se pasó de 400 parroquias a 20. La operación cierre se va a regir por similares parámetros. Tendrán que aguantar también nuestros obispos las presiones de cada una de esas ínsulas baratarias en que se han convertido muchas comunidades, donde los consejos parroquiales se hallan dominados por cuatro o cinco personas, de edad notablemente avanzada, que llevan años tejiendo y destejiendo la vida parroquial, como si la comunidad fuese realmente suya. No se tratará solo del sacerdote que se aferra a una parroquia, sino de esos pequeños déspotas laicos, cuya vida no tiene ya otro sentido que llevar la economía, controlar la actividad social, mandar en la liturgia y hacer pasar al sacerdote por el aro de sus originalidades. Van a tener que soportar muchas presiones, pero el éxito de tan atrevida y arriesgada apuesta puede suponer la piedra de toque del pontificado de Omella y su auxiliar Vadell. Tenemos un negro mañana por delante. Más de uno de esos inmuebles parroquiales van a ser vendidos en un futuro. Cierto es que había muchos, pero el tijeretazo va a ser de órdago. Esperemos únicamente que la supresión parroquial no equivalga a templos con las puertas cerradas. Una ciudad como Barcelona no se puede quedar sin iglesias donde se pueda entrar libremente a rezar. Esto sería la verdadera hecatombe.