“HabrÃa que permitir que se piensen y se discutan las cuestionesâ€, ha declarado el arzobispo de Hamburgo, Stefan Hesse, según informa la revista jesuita estadounidense America.
¿Otra vez? La cuestión ya se ha respondido de forma más que exhaustiva e inequÃvoca. En 1994, en su Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis, San Juan Pablo II expone que “con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesiaâ€. Uno pensarÃa que la declaración papal es suficientemente clara.
El actual PontÃfice tampoco ha aludido la cuestión. Sugirió ante una audiencia con superioras de distintas órdenes que quien quisiera sacerdotisas tendrÃa que buscarlas en otra religión, y su exhortación Querida Amazonia, tras un sÃnodo cuyo documento final abrÃa la puerta a cruciales reformas en el sacerdocio en este sentido, volvió a reiterar que estamos ante un asunto cerrado, y que hay otros modos de dar nuevas responsabilidades a la mujer dentro de la Iglesia que no requieren su ordenación.
Para Hesse, la Carta Apostólica de Juan Pablo II está muy bien, pero han surgido nuevos argumentos desde entonces que no fueron tenidos en cuenta por el santo pontÃfice. “La perspectiva histórica tiene su peso, pero no lo es todoâ€, asegura Hesse.
Lo curioso es que no Juan Pablo II, sino el propio arzobispo, es quien está recurriendo a la “perspectiva histórica†para llevar el ascua a su sardina. Con independencia de cómo se juzgue el contenido de la Carta, los argumentos empleados no fueron ni exclusiva ni principalmente históricos, mientras que la insistencia de Hesse y otros muchos teólogos que se oponen sà responde a una “exigencia de los tiempos†ajena al carácter atemporal de la doctrina.
Esa es la limitación del ‘diálogo’ que Francisco parece a veces considerar la respuesta a todos los problemas. Un diálogo eficaz es el que sirve para llegar a una conclusión, para hallar la solución a un problema o la verdad en una disputa. Si, después de alcanzada esa conclusión y hallada esa verdad, se vuelve a plantear, entonces ni siquiera puede hablarse de desarrollo de doctrina, sino de que no haya verdad fija y perenne en absoluto, y que se cierren las cuestiones que cuentan con el respaldo de las corrientes dominantes en el Mundo y queden siempre abiertas las que el pensamiento secular dominante no acepta.