El otro día comentábamos el peso desproporcionado que tiene sobre la Iglesia universal de hoy el episcopado alemán, y nos preguntamos cómo podrían ser las cosas si el énfasis en las ‘periferias’ y la obsesión con ‘la escucha atenta’ fueran algo más que un mantra.

Porque más periferia que África no existe; como Iglesia, más aún que la afamada Amazonía, donde los jerarcas no son precisamente nativos sino que además entre ellos abundan los apellidos y orígenes germánicos, de Hummes a Kräutzler. No así en África, donde no hay obispos blancos.

Pero no vemos muy probable que se les escuche atentamente, porque sus planteamientos no parecen ser los predominantes en la Curia romana de estos días. Por ejemplo, en el obsesivo asunto de la inmigración masiva de africanos a Europa son, lógicamente, contrarios, y más de un prelado -por no hablar del cardenal guineano Robert Sarah- ya ha implorado al Papa que tenga en cuenta que estimular ese tipo de inmigración es poner vidas en peligro, despoblar los países africanos de su población más dinámica y alimentar las mafias.

O su actitud hacia la homosexualidad, mucho menos abierta que la de, digamos, el jesuita padre James Martin. O, en el caso que nos ocupa, el conservadurismo litúrgico. Así, el pasado día 1 de febrero monseñor Kizito Lwanga, arzobispo de Kampala, publicó un decreto prohibiendo la comunión en la mano.

Los sacerdotes, advierte también Su Ilustrísima, son los únicos a los que se les permite distribuir la Santa Comunión en la lengua: nada de ministros extraordinarios laicos. Y prohíbe la celebración de la Santa Misa en espacios profanos como las casas.

Además, reafirmó que los que viven en cohabitación marital ilícita y los que persisten en algún pecado grave y manifiesto no pueden ser admitidos a la Comunión. El decreto fue posterior a un encuentro de alto nivel con el clero en la catedral de Kampala y quiere “ahuyentar los abusos en la vida litúrgica de la Iglesia”.