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La teología LGBT es una herejía gnóstica
29 - 10 - 2018 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Unión Gay

Con una ambigüedad deliberada, la Iglesia está a punto de cruzar una frontera que nunca se había cruzado en dos mil años: declarar que una “abominación” es una forma auténtica de amor. (Fuente: Infovaticana)

La Iglesia está a punto de cruzar una frontera que nunca se había cruzado en dos mil años de historia: declarar que un acto de egoísmo condenado por las Sagradas Escrituras como “abominación” es una forma auténtica de amor.

Sólo la herejía gnóstica, en sus diversas formas históricas, había llegado a declarar la homosexualidad, la fornicación, el aborto, el adulterio, la masturbación y cualquier otra violación de los Diez Mandamientos como expresiones de liberación de la chispa divina oculta en el bestial cuerpo humano. Pero era una herejía o, mejor dicho, sería más exacto llamarla no una herejía, sino la herejía, que culmina en el culto a Satanás, considerado como el verdadero amigo del hombre por todas las sectas gnósticas.

Dentro de la Iglesia Católica solo el laxismo moral, atacado por Pascal en sus Lettres Provinciales [Cartas provinciales], se parece a lo que está sucediendo hoy en día: varios teólogos en el siglo XVII, especialmente los jesuitas, formularon teorías para justificar a asesinos, ladrones, abortistas, embusteros, adúlteros, etcétera (ver Denzinger, Propositiones damnatae in Decr. S. Officii, 28 de agosto, et in Const. ‘Caelestis Pastor’, 20 de noviembre de 1687). Sin embargo, nunca llegaron a justificar estos pecados en sí mismos, sino que querían absolver al pecador, cuya intención podría interpretarse como no pecaminosa (doctrina de la intencionalidad del acto), o que había sido corrompido por la opinión de un probable teólogo (doctrina del probabilismo). En cualquier caso, ninguno de los defensores del laxismo moral pensó nunca en calificar el acto pecaminoso en sí como una forma de virtud, siendo el laxismo moral condenado en 1687 por Inocencio XI.

Las declaraciones del padre James Martin en Dublín, en el Encuentro Mundial de las Familias, sobre la absoluta necesidad no sólo de acoger a las parejas LGBT en las parroquias, sino de confiarles las tareas pastorales, ya que son más compasivos que otros feligreses y, por lo tanto, están más cerca de los ideales del Evangelio, son una novedad absoluta en la historia de la Iglesia católica. El padre Martin, nombrado asesor en el dicasterio para la comunicación, en su libro Building a Bridge sostiene las mismas ideas y ha sido elogiado por numerosos obispos y cardenales, entre ellos Tobin, Cupich y Farrell, que, como prefecto del potenciado Dicasterio para los Laicos, invitó a James Martin a hablar en el Encuentro de las Familias, en Dublín.

La intervención oficial de James Martin en Dublín y el Instrumentum Laboris.
Con el discurso de Martin y el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Juventud, se ha atravesado una frontera que no se había cruzado nunca, un Rubicón espiritual que, una vez superado, provocará un conflicto o la imposición de una nueva ortodoxia. Martin afirma que los hombres no eligen su inclinación sexual o su género, que les es dado; ¿por quién? La única respuesta es que han sido creados por un Dios que les ha asignado un sexo y un género incorrectos. Por lo tanto, ya no hay una diferencia entre un acto sexual fuera del matrimonio y un acto sexual en el matrimonio, o entre las relaciones homosexuales y las relaciones heterosexuales.

El Instrumentum Laboris sigue la misma línea, ya que no habla de una tendencia homosexual, como hace el Catecismo, sino de las parejas LGBT que tienen relaciones sexuales. La inclusión de la terminología LGBT en el Instrumentum Laboris del Sínodo Juvenil es un novum absoluto. La frase del Instrumentum Laboris en la que aparece el término es sumamente ambigua, y presenta una preocupación pastoral en forma de una pregunta que busca una respuesta:

“Algunos jóvenes LGBT… desean «beneficiarse de una mayor cercanía» y experimentar una mayor atención por parte de la Iglesia, mientras que algunas Conferencias Episcopales se cuestionan sobre qué proponer «a los jóvenes que en lugar de formar parejas heterosexuales deciden formar parejas homosexuales…».” (IL 197).

La ambigüedad deseada es parte de un proceso de pequeños pasos hacia la destrucción de las enseñanzas de la Iglesia en materia de sexualidad y antropología, destruyendo el muro que Pablo VI y Juan Pablo II, ambos ahora canonizados, habían erigido contra la revolución sexual. El 1 de septiembre, l’Osservatore Romano publicó un artículo en el que atacaba a Pablo VI y la Humanae Vitae para luego elogiar a las mujeres que “han osado amar a un hombre fuera del matrimonio“. Este tipo de consideración por el precio pagado por una adúltera se puede encontrar en una novela como Anna Karenina, pero encontrarlo en un artículo de l’Osservatore Romano es, como mínimo, sorprendente.

Podemos prever que, probablemente, también el documento final del Sínodo para la Juventud evitará las afirmaciones dogmáticas usando términos como acogida, acompañamiento, misericordia: pero si se confirmara el uso del término parejas LGBT, esto significaría que la frontera dogmática ya se ha cruzado. Veremos por qué.

La teología LGBT
El padre Oko habló hace unos años sobre la llamada homoherejía, pero se limitó a indicar la dramática difusión de la homosexualidad dentro del clero; sin embargo, no exploró la naturaleza teológica de la homoherejía. Con la introducción del concepto LGBT, se ha dado un paso adelante en lo que podemos definir como teología LGBT. La teología LGBT trata de disfrazarse de “acogida” a personas “diferentes”, presentando a las parejas LGBT como otro grupo de personas marginadas y segregadas que hay que agregar a las “comunidades” tradicionales de negros, mujeres e hispanos. En realidad, estamos tratando con un concepto completamente nuevo y que tiene implicaciones explosivas.

Entre los primeros en negar la identificación de género con el sexo biológico se encontraba Simone De Beauvoir, quien en su libro Le deuxième sexe [El segundo sexo], escribió que ser mujer no es un hecho biológico sino artificial: on ne nait pas femme, on le devient, una mujer no nace, se hace. De Beauvoir, amante de Sartre, era, como él, una discípula de Heidegger que adoptó el marxismo y vio en la mujer un papel económica y culturalmente impuesto, que debía ser anulado para promover la revolución.

Judith Butler siguió la huella de De Beauvoir y en su libro, Undoing Gender [Deshacer el género], afirma que todas las identidades de género son impuestas por la sociedad y son limitaciones para el desarrollo de la personalidad. Siguiendo la antropología de Marx, que afirma que el hombre es el único animal sin una esencia predeterminada, Butler aplica este concepto a los géneros, afirmando el derecho a elegir el propio género como un acto de liberación y autoafirmación: los seres humanos tienen el derecho a determinarse como lo deseen. En este pensamiento, como en el de De Beauvoir, el hombre reivindica los atributos de Dios en los cuales coinciden la existencia y la esencia; cuando tal apropiación ya no es posible para el hombre, el único acto humano posible es el suicidio.

En 1997, el Cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el libro Il Sale della Terra [La sal de la tierra], escribió que el concepto de género “disimula una insurrección contra los límites que el hombre lleva dentro de sí mismo como ser biológico“.

LGBT no es una categoría para acoger a personas diferentes, no tiene nada que ver con la cirugía o con patologías psicológicas, con la pobreza y el rechazo, pero propone una revolución para potenciar al hombre contra Dios. No es un acto de reconocimiento de personas marginadas, sino la propuesta de una misión y una tarea; es un instrumento construido filosóficamente que niega el orden de la creación y promueve una revolución que hay que emprender, en la cual el hombre se crea a sí mismo contra los límites de la cultura, de la clase, de la biología y de todo el orden natural.

Hablar de parejas LGBT como configuraciones diversas del ser persona significa afirmar que ser homosexual, lesbiana, bisexual, transgénero o travesti no tiene nada que ver con el cuerpo humano concreto. El cuerpo humano es sólo un accidente que no corresponde a lo que es la verdadera persona. El cuerpo está radicalmente opuesto al espíritu, y la sociedad o la clase o la cultura o la biología imponen roles que no corresponden al ser de las personas. Toda persona tiene derecho a determinar su género en cualquier momento con total y arbitraria libertad para crearse a sí misma, momento a momento; es una exaltación del hombre sin Dios. En este sentido, podemos hablar de teología LGBT.

La teología LGBT parte de una negación del orden de la creación y propone al hombre la misión de recrear el mundo y la sociedad. Hablar de parejas LGBT, por lo tanto, significa abandonar el campo de la moral y entrar en el ámbito de la especulación gnóstica. La sola sugerencia que los seres humanos y la creación están sujetos a un buen orden natural es una ofensa y una blasfemia contra las chispas divinas lanzadas a cuerpos materiales incorrectos: criticar el concepto LGBT es un acto de opresión y discriminación contra aquellas personas que están descubriendo quiénes son realmente y que deben ser ayudadas, exhortadas y motivadas a desarrollarse contra el falso orden de la creación. El rechazo de la creación y la oposición entre cuerpo y espíritu son el punto de unión entre la teología LGBT y la herejía gnóstica.

La herejía gnóstica.
La difusión de esta teología en la cultura de hoy implica el rechazo de la Creación: si me encuentro en un cuerpo que no corresponde con mi persona, si mi sexo es diferente de mi género, si mi tendencia sexual es contraria a la naturaleza, si el sexo no tiene nada que ver con el género o con la procreación, la consecuencia lógica necesaria es que la creación es malvada y que fue creada por un dios maligno, que me encarceló en un cuerpo opuesto a mi verdadera esencia.

Este es el punto central de la herejía gnóstica: la negación del orden natural y de la bondad de la Creación. La gnosis ofrece una respuesta simplificada a la existencia del mal: ¿cómo puede Dios ser bueno si el mal existe y la creación está llena de sufrimiento? La base del evangelio gnóstico es una lectura inversa del pecado de Adán y Eva. Mientras que la Revelación afirma que el mal es el fruto de la rebelión del hombre contra el orden de Dios, la gnosis lee el Génesis desde el punto de vista de la serpiente: el Dios que creó el universo y la humanidad era celoso y malvado, y su intención de crear el mundo era esclavizar a los seres humanos en el mundo material. La consecuencia en la enseñanza moral es que, dado que Dios es malvado, los Diez Mandamientos son sus instrumentos para someter a los hombres, y el camino de la libertad es el de infringir los Diez Mandamientos.

Santo Tomás era llamado el filósofo a creatore, porque toda su filosofía es un elogio de la creación y del Creador: exalta a Dios en un hermoso himno como el Creator Inefabilis que ha “exquisitamente modelado y unido todas las partes del universo“. La teología cristiana enseña que el amor de Dios se manifiesta en modo supremo en la Encarnación, la unión en Cristo de la divinidad con la humanidad, la encarnación en un cuerpo hecho carne, de modo que ahora los hombres, cuerpo y alma, pueden recibir vida divina y sobrenatural. La teología LGBT implica en sí misma una rebelión contra la creación, contra el orden natural, contra los Diez Mandamientos, contra la ley natural y un dualismo radical entre el espíritu y la materia.

La Iglesia ha luchado durante casi veinte años para resolver y limitar los abusos cometidos contra los menores. Este problema está hoy en parte resuelto, ya que la mayoría de los abusos ocurrieron en los años 70 y 80. Sin embargo, con esta nueva afirmación teológica, la puerta se abre a un abuso mucho mayor: proponer una visión del ser humano y de la sexualidad totalmente contraria a la Revelación y al orden natural. La teología LGBT no sólo es herética, sino también criminal, ya que ofrece a los jóvenes un desorden radical como forma de salvación.

El depósito de la fe que el Papa y los obispos tienen el mandato de defender es un todo orgánico que Israel y la Iglesia han defendido a través de los siglos en medio de un océano pagano donde se permitía toda perversión y el sexo podía dirigirse a cualquier persona, animal u objeto. En los primeros siglos de su existencia, y luego en los siete concilios ecuménicos, la Iglesia ha combatido incansablemente contra las herejías. Eliminar el primer artículo de fe implica la destrucción del depósito de la fe.

En los últimos dos mil años, la Iglesia católica ha custodiado, no sólo para los católicos, la verdad sobre los seres humanos, defendiendo la familia, la comprensión de la sexualidad y el orden natural de la Creación. La introducción, en un documento de la Iglesia, de un concepto gnóstico utilizado por los filósofos marxistas para fomentar la revolución, logra el objetivo de Karl Marx: diluir todo lo que es sólido y profanar aquello que es sagrado.