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Burke ante las preguntas de los periodistas sobre la crisis de los abusos
09 - 10 - 2018 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros

En la rueda de prensa sobre el sínodo, muy pocos periodistas quieren hablar del sínodo. Todos prefieren tratar de la crisis de los abusos en la Iglesia, para desesperación de su Oficina de Prensa. (Fuente: Infovaticana)

A Greg Burke se lo llevaban los diablos -es un modo de hablar- en la rueda de prensa de la pasada sesión del sínodo en curso. El director de la Oficina de Prensa y Portavoz de la Santa Sede dejó traslucir su desesperación ante tantas preguntas de los periodistas sobre la crisis de los abusos en la Iglesia, y tan poca sobre el sínodo en sí.

Burke es periodista, debería entenderlo: al mundo en general, el sínodo le importa un pimiento. Incluso los consumidores de prensa católica están en buena medida resignados a que lo que salga de esta reunión de pastores sea lo que ya se ha metido, una serie de medidas que avancen el desarrollo de ese mismo ‘espíritu del Concilio’ que dejó la Iglesia como un solar, al menos en el aspecto cuantitativo y medible.

Y es que todo es difícil de creer en este sínodo, empezando por la oportunidad y terminando por el nombre. Lo de la oportunidad lo han dicho muchos y mucho mejor cualificados que yo, como el Arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput: en el momento que vive la Iglesia, los obispos no tienen credibilidad alguna. Primero habría que aclarar un poco todo el asunto del encubrimiento de abusos y luego, si conviene -que tampoco parece- se continúa con este proyecto.

El Vaticano ha respondido al aguacero de críticas con un comunicado en el que se pretende que se va a investigar el asunto McCarrick seriamente, a fondo y hasta el final. Algo difícil de creer cuando Su Santidad no solo no ha desmentido las acusaciones de Viganò sino que se ha pasado días y días arremetiendo contra los que denuncian encubrimiento, a quienes llama -en colectivo, o quizá refiriéndose solo a Viganò- el Gran Acusador e identificándolo con Satanás. No es exactamente el mensaje idóneo para que confiemos en una investigación imparcial y completa.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que nos ha pedido en esa misma rueda de prensa el obispo maltés Charles Scicluna: que confiemos en Francisco, que le demos tiempo. Bueno, es el Papa y tenemos que amarle, obedecerle y respetarle, pero la confianza es otra cosa, es algo que se gana, y no parece que sea el caso cuando han pasado 72 días desde que se destapara el escándalo McCarrick y McCarrick sigue siendo arzobispo emérito; 55 desde el demoledor informe del gran jurado de Pensilvania sobre encubrimiento de abusos en el que el Cardenal Donald Wuerl aparece citado casi doscientas veces y Wuerl sigue siendo arzobispo de Washington; y 47 días de la publicación del testimonio de Viganò y el Papa sigue sin desmentirlo.

Eso sí, lo desmienten sus acólitos, como ayer el Cardenal Ouellet, justo después de reunirse con Su Santidad. Borren eso: no lo desmiente, lo critica y, como mucho, lo matiza. En otros sentidos, lo confirma.

Scicluna también ha dicho que esta crisis “va a hacernos a todos muy, muy humildes, no hay otro camino a la humildad sino a través de la humillación”, al tiempo que nos recuerda que hay muchos “santos sacerdotes que no dan titulares”. Solo faltaba, Ilustrísima. Los buenos sacerdotes no dan titulares por lo mismo que no los dan los buenos padres de familia. Pero el problema es que la minoría, aun siéndolo, es demasiado grande, demasiado activa y está demasiado protegida.

Y en cuanto al nombre, es completamente absurdo. Ya hemos dicho que “los jóvenes” no existen, no son una categoría ontológica ni un colectivo estable. No tienen otras características especiales que las que han tenido en cualquier época -sin que hayan necesitado una atención pastoral anómala- o las que afectan a todos los que vivimos ahora.

Pero si aún los jóvenes católicos de verdad fueran el centro genuino de este sínodo, aún se podría hacer algo. Pero por lo que nos llega de las sesiones y por el dantesco presínodo, los jóvenes de hoy quedan en meros figurantes y los verdaderos protagonistas son los jóvenes de hace medio siglo. Es decir, los que están reunidos en Roma en unas sesiones secretas de las que se nos informa lo que les da la gana.

Tiene toda la pinta, en fin, de ser una forma de retomar el ‘espíritu del concilio’ que Juan Pablo II y, sobre todo, Benedicto XVI, lograron contener un tanto en sus efectos más catastróficos. Oímos mucho lenguaje ONG, mucho sociologismo trasnochado, mucho psicologismo desprestigiado, alguna mención de pasada a Jesús y ninguna mención a realidades sobrenaturales.

Vale la pena, en este sentido, ver un vídeo de una alocución ‘espontánea’ del Papa a un grupo de jóvenes. El clérigo que le acompaña pide al Santo Padre que dé a los jóvenes algunas palabras de consuelo y esperanza a los jóvenes que han ido a verles, y Francisco repite ‘slogans’ de esos que él mismo dice que no tienen nada que ver con la fe, sobre que ellos son el futuro, sobre sus ‘sueños’ -¿cuándo la Iglesia se ha ocupado de los ‘sueños’?-, sobre cambiar el mundo y todo lo que ya les será sobradamente familiar. Y ni una sola referencia a Cristo, al alma, al Evangelio o a realidad sobrenatural alguno. Nada de lo que les dice lo dejaría de firmar cualquier representante de la ONU, de una ONG o de un partido político.

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Preguntado cómo atraer a los jóvenes, Scicluna responde que “la mayoría de los jóvenes no tienen interés en la Iglesia, tenemos que ponernos en contacto con ellos”, y añade que “tenemos que centrarnos en Jesús” y no en la Iglesia. Yo tenía entendido que era la Iglesia la que nos presenta a Cristo, Su Cuerpo Místico, Su Esposa. Y añade que los jóvenes deben “querer ser parte de Su familia, no de los santos, sino de los pecadores; uníos al club”. El club de los pecadores, para ser sinceros, no necesita una gran propaganda, pero ellos sabrán. Son nuestros pastores, ¿no?