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La renovación por la puerta de atrás
02 - 05 - 2018 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros

Aún estamos por conocer la sentencia definitiva de Roma sobre la intercomunión propuesta por la Conferencia Episcopal Alemana, objeto de reunión de obispos alemanes y responsables de dicasterios pertinentes en el Vaticano. (Fuente: Infovaticana)
 

En otros tiempos diríamos que la respuesta nos parece obvia: no, quienes no creen en la Transubstanciación no puede recibir la Sagrada Eucaristía y aun es misterioso entender para qué querrían hacerlo.

Pero estos últimos años, en progresión uniformemente acelerada, nos han acostumbrado a ser más circunspectos en la expresión de lo que parece obvio. La interpretación que se impone del ambiguo Capítulo 8 de Amoris Laetitia, que para tantas diócesis parece permitir la comunión a quienes, técnicamente, pueden calificarse de adúlteros, nos empuja a no elucubrar resultados.

Hoy mismo informa esta publicación el extraño caso del cardenal de Westminster, Vincent Nichols, en apoyo del Hospital Alder Hey que ha hecho morir por inanición a Alfie Evans y en contra de la tradicional doctrina católica sobre estas cuestiones, por no hablar de la masiva protesta de los fieles en todo el mundo. Hay, naturalmente, muchos casos límites en el mundo sanitario sobre los que pueda ser difícil pronunciarse, pero Nichols no solo defiende que se deje sin nutrir durante días a un niño para causar su muerte sino que pretende que la decisión de un hospital debe primar sobre la voluntad de los padres.

Del principal valedor de la intercomunión, el Cardenal Marx, sabemos que en estos días, casi como si tuviese prisa por acumular titulares, ha condenado la decisión de colgar cruces en los edificios oficiales de su Baviera natal y ha alabado a su tocayo Karl Marx como precursor de la Doctrina Social de la Iglesia.

En Estados Unidos, el Cardenal Tobin nos advierte que la Iglesia ‘se está moviendo’ en su consideración de las parejas homosexuales, lo que parece evidente desde muchos frentes pero que deja perplejo al fiel, que no ve muy bien en qué sentido podría la Iglesia ‘moverse’ en un campo doctrinal difícilmente alterable sin destruir toda la base de la moral sexual católica.

Son solo ejemplos recentísimos, aunque el propio lector podría acumular sin esforzarse muchos ejemplos similares de ‘renovación’ por la puerta de atrás, ‘caso por caso’, ‘discerniendo’ fuerte y sin mojarse con definiciones doctrinales que puedan, al menos, dejarnos claro el terreno que pisamos.

Podría alegarse, por lo demás, que toda esta laxitud es más pastoral que doctrinal y que viene a ser el precio de una Iglesia que pone mayor énfasis en la colegialidad y la descentralización. El Vaticano, en fin, no saldría a condenar estas veleidades contra la ortodoxia o a aclarar tanta ambigüedad por un espíritu de parresia, de libertad ‘in dubiis’.

Solo que no es así. Queremos decir que ese espíritu de apertua solo parece ‘abierto’ en una dirección. Su Santidad no ha dudado un segundo en disolver a los Franciscanos de la Inmaculada o, más recientemente, una de las congregaciones de mayor crecimiento de Europa, la Fraternidad de los Santos Apóstoles. Intervino sin problemas en la Soberana Orden de Malta, con tal contundencia, de hecho, que hay que preguntarse en qué sentido sigue siendo soberana. No ha respondido una sola palabra a los cuatro cardenales que le pidieron por carta que les aclarase determinadas dificultades sobre la interpretación de Amoris Laetitia. En estos casos ha habido celeridad, contudencia y ejercicio absoluto de autoridad, y no diálogo o explicación alguna.

Todos estos casos, que no son en absoluto aislados, apuntan a que no se trata de una tensión entre libertad y autoridad, lo que sería comprensible; sino de libertad para unos e inapelables imposiciones para otros; siendo los unos y los otros, por lo demás, perfectamente identificables en su dirección, digamos, ideológica.