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Para entender la teología de la liberación
02 - 05 - 2018 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Vida

Oscar Báez analiza para Infovaticana los aspectos básicos de la gestación de la teología de la liberación y su evolución hasta nuestros días. (Fuente: Infovaticana)

La teología de la liberación, lejos de ser una ideología obsoleta y superada, continúa muy presente en determinados sectores de la Iglesia, que de una manera sutil o más o menos descarada siguen defendiendo sus dañinos postulados. Surgida en Hispanoamérica en la década de los 60, esta pseudo teología es un intento utópico y perverso de conjugar cristianismo y marxismo, algo que implica una contradictio in terminis.

Oscar Báez, Licenciado en Ciencias Políticas y conferencista, es analista político nacional e internacional para Radio AM 800 de Asunción, Paraguay. Analiza para Infovaticana los aspectos básicos de la gestación de esta ideología y su evolución hasta nuestros días.

Tradicionalmente se asocia la teología de la liberación a Hispanoamérica, pero unos dicen que nació en ambientes universitarios de Madrid, otros que fue en Colombia, otros que, en Rumanía, como maniobra de la KGB…¿Donde está el origen real de esta ideología? ¿Quién fue su principal difusor?

Bueno, aunque pudo tener el caldo de cultivo en diferentes lugares en realidad es aceptado comúnmente en círculos académicos y eclesiásticos que el máximo representante de esta funesta corriente de pensamiento que carcome los cimientos de la vida de la Iglesia fue Leonardo Boff, ex sacerdote franciscano brasileño. Es así, que indudablemente la época en la que se difundió esta perniciosa doctrina fue en la década de los 60, coincidiendo con el comienzo de la era post conciliar. Uno de los motivos fundamentales a nivel existencial es sin duda la falta de condena del comunismo por parte del Concilio, pese a que inicialmente la idea era que se condenase duramente. La omisión de esta condena es fruto de la relación ad hoc que se tuvo con la extinta Unión Soviética y sus presiones y de la innegable influencia en el Concilio de la famosa “ala del Rin”.

Así, ante la falta de condena del comunismo, y el clima “primaveral” de abrazo al mundo, como diría el maestro Miguel Ayuso…se abrazó a ese mundo, al mundo inmanentizado y materialista que pedía a gritos un cambio de paradigma. Luego por tanto, las categorías marxistas fueron incorporadas a las cristianas en ese tiempo. Además de Boff fueron muchos y de varios lugares los teologos que influyeron en difundir estas ideas marxistas en el seno de la Iglesia. Por citar unos cuantos: Helder Cámara, Ricardo Farell, Nicolas Castellanos, Gustavo Gütierrez etc.

¿Cuáles serían los puntos esenciales de la teología de la liberación y su incompatibilidad con la doctrina católica?

El punto esencial es sin dudas el rebajamiento de la sustancia del cristianismo, que no es sino un mensaje de salvación de todo el género humano a categorías materialistas y de oposición dialéctica. En efecto, al conseguir colarse en medio de las innumerables comunidades de gente humilde, de sectores carenciados económicamente hablando, y de presentar al mensaje cristiano como una lucha terrena en contra de las injusticias “capitalistas” haciendo un paralelismo de la vida de Nuestro Señor Jesucristo en relación con su afrenta a los Maestros de la Ley.

Evidentemente que, con esta vil manipulación del Evangelio, el sustrato espiritual y esjatológico del contenido cristiano se esfuma, quedando nada más que un activismo revolucionario barnizado de tinte rupturista y voluntarista.

¿Es, por tanto, un intento de conjugar cristianismo y marxismo?

Absolutamente. De hecho, uno puede ver los contenidos de los mensajes de los grandes representantes de esta macabra herejía inoculada en nuestras comunidades hispanoamericanas. “Salvación significaría ahora la construcción de una nueva sociedad, mediante la revolución si es preciso, ya que debemos tomar las cosas en nuestras manos. Para que la liberación sea auténtica y completa debe ser realizada por el propio pueblo oprimido“ se lee en una de las alocuciones contenidas en los comunicados de los representantes de esta idea.

¿La extrema pobreza y desigualdades sociales contribuyeron al auge de esta ideología?

Efectivamente y es de público conocimiento la inmensa masa de personas que viven en una situación de alarmante precariedad económica en Hispanoamérica. Sin duda se dio por la existencia de una masa sencilla, de profunda religiosidad popular y a su vez de una obediencia irrestricta al clero. A esto hay que sumar el ambiente aperturista a nuevas ideas de la “primavera posconciliar” con lo cuál la teología de la liberación, de raíz marxista y anticristiana, se expandió como la peste de manera rápida y progresiva.

¿En qué medida esta corriente afectó a la fe del pueblo sencillo?

Afectó sobre todo en su percepción de la fe como una experiencia viva de recepción y transmisión de una Tradición que debe ser tutelada y cuidada como si de lo más sagrado se tratase. En efecto, desde que ésta repugnante ideología ha recorrido diferentes lugares, el pueblo sencillo ha tomado la idea de que la fe debe trasladarse a luchas concretas en el ámbito político para que sea una fe “viva”. Lo cual atenta directamente contra el propósito universal humano que consagra el Catecismo de conocer, amar y servir a Dios. [1]

¿Podría recordarnos las principales condenas de la Iglesia a esta corriente?

Aunque muchos obispos y sacedotes se han opuesto abiertamente, entre los documentos oficiales podemos destacar la denominada “Instrucción sobre algunos aspectos de la ‘Teología de la liberación” emanado de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1984.

El marxismo en cuanto tal si que ha sido ampliamente condenado con total contundencia años atrás. Por ejemplo en la Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, de León XIII, se califica expresamente al comunismo marxista como una “mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte”.

El Papa Pío XI en la Encíclica “Divini Redemptoris” definió al comunismo marxista como “intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieran salvar de la ruina la civilización cristiana”. El Papa Pío XI denuncia que se realiza en favor del comunismo “una propaganda realmente diabólica como el mundo tal vez nunca ha conocido”. Esa propaganda echa mano no sólo de la mentira sino también de la simulación, del trabajo de zapa y hasta de la introducción de Caballos de Troya ideológicos. Así, por ejemplo, los revolucionarios, “con diversos nombres que carecen de todo significado comunista, fundan asociaciones y publican periódicos cuya única finalidad es la de hacer posible la penetración de sus ideas en medios sociales que de otro modo no les serían fácilmente accesibles”.

¿Se ha hecho caso a estas condenas eclesiásticas?

Muy poco. En realidad el ideario marxista eclesial ha cambiado de sujeto revolucionario, pero su quintaescencia no ha variado. En Hispanoamérica permanecen numerosos clérigos y religiosos que consciente o inconscientemente adhieren a las tesis marxistas de oposición, de liberación, de lucha o de revolución en clave “cristiana”. Por ejemplo en Paraguay, se podría ver el caso de la lamentable condena que sufrió el extinto Obispo Livieres Plano, quien en su diócesis de Ciudad del Este había observado cómo éstas ideas falsas habían copado las enseñanzas en los seminarios del país, por lo que resueltamente y auspiciado por todo derecho se decidió a montar un seminario propio, en el cual, puntillosamente libres de ésta corriente, se pudiesen formar sacerdotes según la Tradición y el Magisterio católicos.

Hoy, esa obra está prácticamente desmontada, producto de esa enorme lucha contra el espíritu modernista marxista que ha invadido la Iglesia en Paraguay, siendo el resultado el sonoro caso del ex Obispo Fernando Lugo, que decidió poner fin a su vida episcopal y lanzarse a la arena política hace 10 años, al que dicho sea de paso, los escándalos no le han abandonado. Es uno de los claros representantes de esta nueva teología, el nuevo rostro del modernismo por así llamarlo, post moderno .

¿Qué relación hay entre la infiltración marxista en los jesuitas y la teología de la liberación? ¿Hasta qué punto el padre Arrupe tuvo responsabilidad en el nacimiento y desarrollo de este movimiento?

No hace falta hablar de “infiltración”. Uno ve que al día de la fecha, su Superior General de los jesuitas etiqueta descaradamente a este sistema de pensamiento y acción como una “bocanada de aire fresco para la Iglesia”[2]. No merece respuesta alguna ésta afirmación tan triste.

Personalidad compleja si las hubo, el P. Arrupe se encargó de dar un rostro distinto a la Compañía de Jesús. Otra cosa, para poner la respuesta en contexto es necesario comentar que el equipo preparatorio del Concilio, consciente de los inmensos daños que estaba ocasionando el comunismo detrás de la cortina de hierro, estaba preparado documentos fortísimos de condena al mismo. Así, los términos usados para fustigar al marxismo eran: “peligro extremadamente grave y universal”, “una religión falsa sin Dios” que busca “subvertir los cimientos de la civilización cristiana”. Si tales palabras fueron dejadas de lado, es entendible lo que sobrevendría después, con personalidades como el mencionado Arrupe, que no vacilará en dar respuestas ambiguas sobre la compatibilidad relativa en la aceptación de las categorías marxistas de análisis de la realidad política de Hispanoamérica en los años 70/80 como “respecto a los marxistas, debemos mantenernos siempre dispuestos al diálogo”[3], que como vemos, dista enormemente de lo que en tiempos de S.S Pio XII determinó de forma categórica la Sagrada Congregación del Santo Oficio, hoy llamada Congregación para la Doctrina de la Fe.

¿Qué fue concretamente lo qué determinó sobre el comunismo?

El Santo Oficio, siendo secretario Francesco Marchetti Selvaggiani, con fecha 1 de julio de 1949 decretó de manera tajante lo siguiente:

Primero: ¿Es lícito inscribirse en los partidos comunistas o favorecerlos?

Los eminentísimos y reverendísimos padres que tienen su cargo la defensa de lo que ataca a la fe y a las costumbres, habiendo escuchado el voto de los reverendísimos consultores, decretaron en sesión plenaria en cuarto lugar que se debía responder “no”, porque el comunismo es materialista y anticristiano, y sus jefes, aunque de palabra digan algunas veces que ellos no combaten la religión, sin embargo de hecho o con la doctrina, o con las obras, se muestran enemigos de Dios, de la verdadera religión y de la Iglesia de Jesucristo.

Segundo: ¿Es lícito publicar, propagar o leer libros, periódicos, diarios, folletos, etc. que favorezcan la doctrina y las actividades comunistas o escribir en ellos?

No, como cosa que está prohibida por el derecho mismo.

Tercero: ¿Pueden ser admitidos a la recepción de los santos sacramentos aquellos fieles que conscientes y libremente hayan realizado aquellos actos de los que hablan los números 1 y 2?

No, de acuerdo con los principios ordinarios sobre la anulación de los Santos Sacramentos a quien no tiene las disposiciones necesarias para recibirlos.

Cuarto: Los fieles que profesan la doctrina comunista y principalmente los que la defienden y propagan, ¿incurren ipso facto en la excomunión reservada especialmente a la Sede Apostólica, como apóstatas de la fe católica?

Sí.

Como podemos observar, en menos de 50 años, se pasó de la condena, al “diálogo”.

¿Cuál fue la actitud de la jerarquía hispanoamericana?

Gran parte de la Jerarquía adoptó una postura entusiasta con los nuevos paradigmas teológico-epistemológicos planteados el Concilio, y buscó poner en práctica los desafíos establecidos, a partir del encuentro de Medellín de 1968, en temas como:

-Los pobres y la justicia.

-Amor al hermano y la paz en una situación de violencia institucionalizada.

-Unidad de la historia y dimensión política de la fe.

-La sensibilidad de nuestros pastores que recogía la dolorosa realidad de las masas empobrecidas.

Podríamos decir sin ambages que el marco propicio para el visto bueno de ésta corriente de pensamiento se gestó a partir de la reinterpretación partidista de documentos como “Gaudium et Spes” y “Populorum Progressio”, como así lo afirmase en reiteradas ocasiones Gustavo Gutierrez, “teólogo” y filósofo peruano gran exponente de esta línea de pensamiento quintacolumnista en la Iglesia de Cristo.

¿Por qué finalmente no se condenó el comunismo en el Concilio Vaticano II como estaba previsto en los documentos preparatorios?

Ralph Witgen en su celebérrima obra “El Rin desemboca en el Tíber” narra de manera majestuosa la serie de entretelones que llevaron a que una gran obra como la de los padres del Sínodo Romano, que preparó los Esquemas preliminares para la discusión conciliar, fuese dejada de lado. En efecto, los documentos fueron arrumbados en los primeros meses del Concilio cuando episcopados de origen alemán, francés y holandés del “grupo del Rin” maniataron a la mayoría conservadora y asumieron el control de las comisiones que supervisaban los documentos del concilio. Luego rechazaron la mayoría de los esquemas preparatorios que se habían emitido a los padres del Concilio, reemplazándolos con esquemas que generalmente evitaban condenar muchos errores de aquel tiempo, entre ellos el comunismo ateo que no recorría solamente en forma de libros las facultades, sino que ya asesinaba en países tan lejanos como Camboya o tan cercanos como la isla cubana.

Recordemos que está a la distancia de un par de clicks, escuchar las palabras del idolatrado Ernesto Guevara en su alocución a la Asamblea de la ONU el 11 de diciembre del año 1964 en el que sostenía “nosotros tenemos que decir aquí, una verdad conocida: ¿fusilamientos? Si. Hemos fusilado. Fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”.[4]

¿Hasta que punto sigue vigente la teología de la liberación en la actualidad?

Hoy tristemente vemos cómo la izquierda y las ideas izquierdistas no han desaparecido de una gran parte de los eclesiásticos. Muy pocas personas en círculos jerárquicos se atreven a recordar a los mártires que cayeron por su fe en Cristo bajo las hordas marxistas y a honrar a los miles de clérigos y seglares muertos antes y durante la Guerra Civil Española por dar un ejemplo. La Catolicidad, se honra de sus mártires, ellos son finalmente, la prueba más perfecta de hasta qué punto un católico debe estar preparado para dar razones de nuestra fe como nos aconsejaría el primer timonel de la Barca.[5]

Recordemos pues, a tantos que cayeron en defensa de Cristo, en defensa de los derechos de la Iglesia, en oposición total al enemigo preternatural que hace dos siglos se presentó como “liberalismo” y en el último como “marxismo”. ¡¡Viva Cristo Rey!!