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“Gaudete et Exsultate”: claves para la santidad en el mundo moderno
09 - 04 - 2018 - VATICANO - Documentos

La Santa Sede ha publicado este lunes 9 de abril la exhortación apostólica del Papa Francisco Gaudete et Exsultate sobre la llamada a la santidad en el mundo actual. (Fuente: Infovaticana)

El objetivo del Papa, según se señala al inicio de la exhortación, es hacer resonar una vez más la llamada a la santidad, procurando encarnarla en el contexto actual con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». “Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.”

“Lo que quisiera recordar con esta Exhortación es sobre todo el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo»”, señala el Pontífice, que recuerda que el Concilio Vaticano II lo destacó con fuerza: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre».

Puede leer la exhortación completa aquí.

Para un cristiano, indica Francisco, no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad. “Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio. Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida”.

En la exhortación, el Papa recuerda que para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos y advierte acerca de la “tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración”. “No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”, afirma.

Ante la tentación de “enredarse” en la propia debilidad, Francisco invita a levantar los ojos al Crucificado e indica que es “en la Iglesia, santa y compuesta de pecadores”, donde se encuentra todo lo que el hombre necesita para crecer hacia la santidad. “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida”, anima el Santo Padre.

El documento también recoge la reflexión de que “la santidad es el rostro más bello de la Iglesia” pero “aun fuera de la Iglesia Católica y en ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo»”. Por otra parte, Francisco resalta el hecho de que san Juan Pablo II recordó que «el testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes».

El segundo capítulo de la exhortación está dedicado a “dos falsificaciones de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo. “Dos herejías -explica el Papa- que surgieron en los primeros siglos cristianos, pero que siguen teniendo alarmante actualidad.”

El tercer capítulo del documento, titulado “A la luz del Maestro”, recuerda que “Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas” que “son como el carnet de identidad del cristiano”. En este sentido, el Papa afirma que la santidad es “ser pobre en el corazón”, “reaccionar con humilde mansedumbre”, “saber llorar con los demás”, “buscar la justicia con hambre y sed”, “mirar y actuar con misericordia”, “mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor”, “sembrar paz a nuestro alrededor” o “aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas”.

Tras hacer referencia al capítulo 25 del evangelio de Mateo, Francisco subraya que en la llamada a reconocerlo en los pobres y sufrientes “se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse”.

El texto continúa con una denuncia de “las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio” y conducen a “dos errores nocivos”. Por una parte, “el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia” -y convierten el cristianismo en una especie de ONG- y el de “quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista” o “lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden”.

“No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”, advierte el Papa, que también critica la actitud de quienes consideran que la situación de los migrantes es un asunto menor: “Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos. ¿Podemos reconocer que es precisamente eso lo que nos reclama Jesucristo cuando nos dice que a él mismo lo recibimos en cada forastero (cf. Mt 25,35)?”.

El Santo Padre añade en el documento que “podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o únicamente cumpliendo algunas normas éticas ―es verdad que el primado es la relación con Dios―, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás”. Francisco afirma que el “mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia”. En este sentido, subraya que, “si bien la misericordia no excluye la justicia y la verdad, «ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios»”. “Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia”, agrega.

En el capítulo quinto, el Papa recuerda que “la vida cristiana es un combate permanente” y que “se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio”. Este combate no es solo contra el mundo y la mentalidad mundana, “que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo”, y tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad, sino que es también “una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal”.

“No aceptaremos la existencia del diablo si nos empeñamos en mirar la vida solo con criterios empíricos y sin sentido sobrenatural. Precisamente, la convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva”, advierte, al tiempo que recalca que “su presencia está en la primera página de las Escrituras, que acaban con la victoria de Dios sobre el demonio”.

“Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente, ronda buscando a quien devorar»”, afirma el Santo Padre.

Puede leer la exhortación completa aquí.

A continuación, una síntesis de la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate:

1. «Alegraos y regocijaos» (Mt 5,12), dice Jesús a los que son perseguidos o humillados por su causa. El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde las primeras páginas de la Biblia está presente, de diversas maneras, el llamado a la santidad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: «Camina en mi presencia y sé perfecto» (Gn 17,1).

2. No es de esperar aquí un tratado sobre la santidad, con tantas definiciones y distinciones que podrían enriquecer este importante tema, o con análisis que podrían hacerse acerca de los medios de santificación. Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Porque a cada uno de nosotros el Señor nos eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4).

CAPÍTULO PRIMERO: EL LLAMADO A LA SANTIDAD

LOS SANTOS QUE NOS ALIENTAN Y ACOMPAÑAN

4. Los santos que ya han llegado a la presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión.

LOS SANTOS DE LA PUERTA DE AL LADO

6. No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. Dios quiso entrar en una dinámica popular, en la dinámica de un pueblo.

7. Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: en esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. La santidad «de la puerta de al lado»; «la clase media de la santidad».

EL SEÑOR LLAMA

11. No se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de santidad que le parecen inalcanzables.

TAMBIÉN PARA TI

14. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.

15. En la Iglesia, santa y compuesta de pecadores, encontrarás todo lo que necesitas para crecer hacia la santidad.

TU MISIÓN EN CRISTO

19. Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.

21. «La santidad no es sino la caridad plenamente vivida» (Benedicto XVI).

LA ACTIVIDAD QUE SANTIFICA

26. No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio.

29. Esto no implica despreciar los momentos de quietud, soledad y silencio ante Dios.

MÁS VIVOS, MÁS HUMANOS

32. No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó.

34. No tengas miedo de apuntar más alto. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. en la vida «existe una sola tristeza, la de no ser santos» (León Bloy).

CAPÍTULO SEGUNDO: DOS SUTILES ENEMIGOS DE LA SANTIDAD

EL GNOSTICISMO ACTUAL

Una mente sin Dios y sin carne

38. En definitiva, se trata de una superficialidad vanidosa: mucho movimiento en la superficie de la mente, pero no se mueve ni se conmueve la profundidad del pensamiento.

39. Esto puede ocurrir dentro de la Iglesia: pretender reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo.

Una doctrina sin misterio

42. Aun cuando la existencia de alguien haya sido un desastre, aun cuando lo veamos destruido por los vicios o las adicciones, Dios está en su vida.

Los límites de la razón

45. San Juan Pablo II les advertía de la tentación de desarrollar «un cierto sentimiento de superioridad respecto a los demás fieles».

EL PELAGIANISMO ACTUAL

Una voluntad sin humildad

49. Cuando algunos de ellos se dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios, en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede con la voluntad humana; Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas: «Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras» (San Agustín).

Una enseñanza de la Iglesia muchas veces olvidada

52. La Iglesia enseñó reiteradas veces que no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa.

Los nuevos pelagianos

58. Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Es quizás una forma sutil de pelagianismo.

El resumen de la Ley

60. «Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14).

CAPÍTULO TERCERO: A LA LUZ DEL MAESTRO

63. «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas.

A CONTRACORRIENTE

«Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»

69. Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella «santa indiferencia» que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior.

70. Ser pobre en el corazón, esto es santidad.

«Felices los mansos, porque heredarán la tierra»

72. Para santa Teresa de Lisieux «la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades».

74. Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.

«Felices los que lloran, porque ellos serán consolados»

75. El mundo nos propone lo contrario: se gastan muchas energías por escapar de las circunstancias donde se hace presente el sufrimiento.

76. Saber llorar con los demás, esto es santidad.

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados»

79. La palabra «justicia» puede ser sinónimo de fidelidad a la voluntad de Dios con toda nuestra vida, pero si le damos un sentido muy general olvidamos que se manifiesta especialmente en la justicia con los indefensos.

Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.

«Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia»

80. El Catecismo nos recuerda que esta ley se debe aplicar «en todos los casos»,[1] de manera especial cuando alguien «se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil».

82. Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.

«Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios»

85. En las intenciones del corazón se originan los deseos y las decisiones más profundas que realmente nos mueven.

86. Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.

«Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»

89. No es fácil construir esta paz evangélica que no excluye a nadie sino que integra también a los que son algo extraños, a las personas difíciles y complicadas.

Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.

«Felices los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos»

94. Las persecuciones no son una realidad del pasado, porque hoy también las sufrimos, sea de manera cruenta, como tantos mártires contemporáneos, o de un modo más sutil, a través de calumnias y falsedades.

Aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos traiga problemas, esto es santidad.

EL GRAN PROTOCOLO

95. «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).

Por fidelidad al Maestro

98. Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre. ¡Eso es ser cristianos!

Las ideologías que mutilan el corazón del Evangelio

100. Lamento que a veces las ideologías nos lleven a dos errores nocivos. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia.

101. También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria.

102. Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas «serios» de la bioética.

103. No se trata de un invento de un Papa o de un delirio pasajero.

El culto que más le agrada

107. Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia.

108. El consumismo hedonista puede jugarnos una mala pasada. También el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos.

***

109. La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final. Recomiendo vivamente releer con frecuencia estos grandes textos bíblicos, recordarlos, orar con ellos, intentar hacerlos carne. Nos harán bien, nos harán genuinamente felices.

 

CAPÍTULO CUARTO: ALGUNAS NOTAS DE LA SANTIDAD

EN EL MUNDO ACTUAL

110. No me detendré a explicar los medios de santificación que ya conocemos: los distintos métodos de oración, los preciosos sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, la ofrenda de sacrificios, las diversas formas de devoción, la dirección espiritual, y tantos otros. Solo me referiré a algunos aspectos del llamado a la santidad que espero resuenen de modo especial.

111. Son cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considero de particular importancia, debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy. En ella se manifiestan: la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual.

112. AGUANTE, PACIENCIA Y MANSEDUMBRE

122. ALEGRÍA Y SENTIDO DEL HUMOR

129. AUDACIA Y FERVOR

140. EN COMUNIDAD

147. EN ORACIÓN CONSTANTE

CAPÍTULO QUINTO: COMBATE, VIGILANCIA Y DISCERNIMIENTO

158. La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.

EL COMBATE Y LA VIGILANCIA

159. No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones. Es también una lucha constante contra el diablo. Jesús mismo festeja nuestras victorias.

Algo más que un mito

161. Entonces, no pensemos que es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea. Ese engaño nos lleva a bajar los brazos, a descuidarnos y a quedar más expuestos. Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades.

Despiertos y confiados

162. Nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero.

La corrupción espiritual

164. «No nos entreguemos al sueño». Porque quienes sienten que no cometen faltas graves contra la Ley de Dios, pueden descuidarse en una especie de atontamiento o adormecimiento.

EL DISCERNIMIENTO

166. ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.

Una necesidad imperiosa

167. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.

Siempre a la luz del Señor

169. El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves. Nos hace falta siempre: muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante.

Un don sobrenatural

171. Si bien el Señor nos habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás, y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las inspiraciones que creímos recibir.

Habla, Señor

172. Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas.

173. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado.

La lógica del don y de la cruz

175. Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos.

***

176. Quiero que María corone estas reflexiones, porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».

177. Espero que estas páginas sean útiles para que toda la Iglesia se dedique a promover el deseo de la santidad. Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar.