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Fuego contra Benedicto XVI
27 - 03 - 2018 - PAPADOS - Benedicto XVI

Al fracasar el intento de enrolar al Papa Emérito entre los admiradores de la teología de Francisco, han empezado los ataques a su persona por el juicio negativo al teólogo alemán Peter Hünermann. Estos ataques hacia Benedicto XVI se explican con el hecho de que lo que está en juego son algunos de los pilares fundamentales de la fe católica que la corriente progresista postconciliar ha intentado abatir. (Fuente: Infovaticana)

Si hay algo positivo en el caso que ha tenido como protagonista a Monseñor Dario Edoardo Viganò es que ha revelado claramente lo que siempre se ha querido ocultar detrás de las declaraciones formales, a saber: la intención de los exegetas y los más arduos defensores de este pontificado de romper la continuidad, no sólo con los Papas precedentes, sino con toda la Tradición. Por este motivo, el objetivo actual es borrar a Benedicto XVI. No importa si vive retirado; su presencia incomoda. Y al haber fracasado el intento mezquino de enrolarlo entre los admiradores de la teología de Francisco (leer, a este propósito, la reconstrucción de los hechos realizada por Sandro Magister), ha empezado el tiro al blanco a su persona por ese juicio negativo al teólogo alemán Peter Hünermann, uno de los autores de los once pequeños volúmenes en cuestión.

Hay quien retrata a Ratzinger como un viejo rencoroso que no perdona a un teólogo que siempre ha sido su adversario; hay quien quiere reconducir la cuestión a una vieja diatriba entre teólogos, superada por el magisterio actual; y hay quien le recrimina un excesivo intervencionismo cuando, en cambio, debería haber “desaparecido”. Tanto hastío hacia Benedicto XVI se explica con el hecho que lo que hay en juego son algunos de los pilares fundamentales de la fe católica -la visión de la Iglesia y la moral sobre todo-, que la corriente progresista postconciliar ha intentado abatir. Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (desde 1981) y, después, como Papa, ha sido un baluarte que ha defendido la Tradición y la continuidad en el Magisterio.
Hünermann fue por aquel entonces uno de los más activos en guiar la rebelión contra el Magisterio de Juan Pablo II, que se valía de la contribución teológica de Ratzinger. Es sencillamente vergonzoso que quienes hoy en día describen el furioso enfrentamiento de los años 80 y 90 del siglo XX como un debate educado entre teólogos, sean los mismos que se rasgan las vestiduras por los Dubia de los cuatro cardenales, con acusaciones incluso de traición. En realidad, los Dubia son un instrumento más que legítimo y que no pone en absoluto en discusión la autoridad del Papa, mientras que lo que sucedió en los años 80 fue una verdadera rebelión contra el Pontífice.

Todo está relacionado con la Declaración de Colonia (1989), cuyo origen está en la contestada elección como arzobispo de Colonia del difunto Joachim Meisner (después nombrado cardenal y uno de los firmantes de los Dubia). Pero partiendo del caso individual, la Declaración de Colonia contestaba lo que consideraba una indebida ampliación de la competencia magisterial del Papa y pretendía, entre otras cosas, redimensionar el valor de la enseñanza de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI. Y, ¡qué casualidad!, hoy, cincuenta años más tarde, en el Vaticano se está trabajando para revisar dicha Encíclica de manera que se acepte el uso de la anticoncepción, que era lo que se quería conseguir en aquel momento. De manera más general, se abrían las puertas a la idea que, en nombre de la renovación y el progreso, todo en la Iglesia podía ser puesto en discusión, incluida la Profesión de Fe.

La cuestión es más actual que nunca si la Sociedad Europea de Teología, fundada entonces por Hünermann, ha alzado la voz para contestar las afirmaciones de Benedicto XVI, olvidando, por otra parte, que se trataba de una carta privada y no de un mensaje público. Es importante señalar que la actual presidenta de la Sociedad Europa de Teología es esa Marie-Jo Thiel que, ¡oh, casualidad!, ha sido nombrada por el Papa Francisco como nuevo miembro de la Pontificia Academia para la Vida.

Y no sorprende que sea el periódico Repubblica, con Paolo Rodari, el que destaque la posición anti-Ratzinger de Thiel, recordando el enfrentamiento que tuvo lugar en relación con la Encíclica Veritatis Splendor (1993). Este documento, que resumía y armonizaba todas las enseñanzas tradicionales en cuestión de teología moral, fue una respuesta a la Declaración de Colonia y a las otras, proponiendo de nuevo los fundamentos de la moral católica, que no está sometida a las tendencias del momento. Es exactamente lo que ahora se vuelve a proponer en los Dubia, contra las interpretaciones de Amoris Laetitia que crean una ética de la situación. Según la Veritatis Splendor (en línea con lo que siempre ha creído la Iglesia), existen los intrinsece mala, es decir, acciones que son intrínsecamente malas: por ejemplo, el adulterio siempre es un mal. Afirmación que, sin embargo, los intérpretes oficiales de Amoris Laetitia (que no es casualidad que nunca cite la Veritatis Splendor) tienden a matizar con el pretexto del discernimiento, por lo que todo depende de las situaciones, de la conciencia personal, etcétera.

Lo que estaba en discusión hace cuarenta años sigue siendo el nudo alrededor del cual se juega el futuro de la Iglesia. Los papeles, sin embargo, se han trocado y quien tiene actualmente el poder intenta desviar del tema verdadero, retratando a los progresistas como víctimas de los pontificados anteriores. De hecho, el artículo de Repubblica citado anteriormente presenta el enfrentamiento de entonces de manera tergiversada. Según cuanto escribe Rodari, la Veritatis Splendor era «un texto que, fundamentalmente, extendía la infalibilidad papal a los pronunciamientos sobre temas éticos. Hünermann juzgó esta ampliación impropia y en discontinuidad con la tradición de la Iglesia. Una crítica teológica que a Ratzinger, evidentemente, no le gustó». En práctica, Juan Pablo II, con la complicidad de Ratzinger, habría cometido un abuso y el bueno de Hünermann habría defendido la tradición de la Iglesia, por lo que Ratzinger se la guardaría, lo que explicaría la nota anti-Hünermann en la carta a Viganò.

No hay nada más falso: la Veritatis Splendor defiende lo que la Iglesia siempre ha creído, y la infalibilidad sobre los temas morales no tiene nada que ver. No es una novedad de la Encíclica de Juan Pablo II, puesto que forma parte de la Tradición, como demuestra este pasaje de la Constitución dogmática Pastor Aeternus de Pío IX (1870): «Por esto, adhiriéndonos fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana, para gloria de Dios nuestro salvador, exaltación de la religión católica y salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que:

El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables».

Por si no estuviera claro: los rebeldes de entonces están hoy al mando e intentan llevar a cabo esa revolución que Juan Pablo II y Benedicto XVI siempre impidieron. Y lo hacen enredando, engañando, mistificando. Y ahora también asaltan a Benedicto XVI, una presencia, para ellos, evidentemente incómoda.