Eustatius Matta Roham, metropolita siro-ortodoxo de Jazirah y del Eúfrates, en la Mesopotamia siria, se encuentra desde hace más de un año fuera de las fronteras sirias, actualmente hospedado en Viena. Pocos días antes de Navidad, un grupo de hombres encapuchados ha hecho irrupción en la sede metropolitana de Qamishli y ha puesto en escena una dramática acción de descalificación del prelado, grabada en vídeo y difundida por Youtube.

El formato del vídeo –léxico, pose, tono de la voz-- recuerda a los típicos vídeos de reivindicación difundidos por los comandos terroristas. Los miembros del equipo leen un comunicado en el que se presentan como portavoces del pueblo cristiano y acusan al obispo de haber huido mientras su gente está sufriendo y recibiendo amenazas. Llaman a la causa al patriarca Mar Ignatius Zakka I Iwas, pidiendo la remodelación y sustitución del obispo latitante. Después, invocando “la muerte de los traidores”, arrancan de los muros las fotos del mismo Roham y las destruyen, pisándolas, mientras no hacen lo mismo con los retratos del Patriarca y del presidente Asad, colgados en la misma pared.

No es fácil valorar la real consistencia de las amenazas. Pero en el episodio sobresalen dinámicas normalmente poco advertidas que tocan la condición dolorosa y también la complejidad de la situación que está viviendo la comunidad cristiana en el conflicto sirio.

El área nororiental de Siria, que corresponde a la provincia de Jazira, es aquella en la que desde hace tiempo las milicias kurdas –hasta ahora en un acuerdo tácito con el ejército lealista-- han organizado el contra ataque contra los grupos rebeldes hegemonizados por los yihadistas. Precisamente a Qamishli, los islamistas del Estado Islámico de Iraq y del Levante han utilizado sobre todo atentados suicidas. En la misma zona han entrado en acción recientemente otras formaciones islámicas como Ansar al-Khilafa. Con la multiplicación de formaciones armadas se ha involucrado a los mismos cristianos: entre los grupos de autodefensa surgidos entre la población local, el conocido como Sootoro, recoge la participación de muchos jóvenes cristianos de rito asiro. Convencidos de la necesidad de defender por si mismos las propias zonas de asentamiento, sin delegar su propia protección a las milicias kurdas o al ejército.

Oficialmente, algunos representantes de la comunidad cristiana siria han reivindicado la propia posición de neutralidad en el conflicto. Pero al menos una parte de los grupos como Sootoro, han reconocido de hecho el régimen de Asad como un aliado frente a la temida afirmación de los grupos yihadistas.

Las comunidades católicas resultan menos expuestas a la tentación de una participación directa en el conflicto. “La Iglesia en cuanto tal, no puede indicar a nadie la vía de las armas y de la violencia, que contradice el Evangelio”, ha dicho recientemente el arzobispo sirio-católico Jacques Behnan Hindo, titular de la eparquía de Hassaké-Nisibi. “A mí”, ha añadido Hindo “ya el año pasado el gobierno me ofreció 700 kalashnikov (NdR fusil ruso)para distribuir entre los cristianos de Hassaké, y mil para los de Qamishli, y lo rechacé. Nosotros estamos contra la violencia, sea por parte de quien sea”. Sin embargo, la tragedia de Siria está destinado a dejar profundas heridas también al interno de la comunidad cristiana, como hace intuir el episodio de amenazas al obispo siro-ortodoxo Roham.