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Buscan acuerdo entre el gobierno chino y la Santa Sede
01 - 03 - 2018 - IGLESIA - Asia

El Vaticano busca un acuerdo formal con Pekín, poner por escrito el acercamiento entre el Gobierno chino y la Santa Sede, y ese es el grave error de cálculo que está cometiendo Roma. (Fuente: Infovaticana)

Por lo visto, hay prisa. Escándalo o no, el Vaticano está decidido a cerrar con urgencia su acuerdo con el Gobierno chino por el que la Santa Sede reconocerá a los obispos de la cismática Iglesia Patriótica China -apartando a los fieles- a cambio de… ¿que los católicos dejen de estar sistemáticamente perseguidos en China? Bueno, imagino que esa, junto a la acabar con el cisma, es básicamente la idea.

Y el error.

El Vaticano busca un acuerdo formal con Pekín, poner por escrito el acercamiento entre el Gobierno chino y la Santa Sede, y esa es, de acuerdo con Steven W. Mosher, presidente del Population Research Institute, el grave error de cálculo que está cometiendo Roma.

“Las montañas son altas y el emperador está lejos”, reza un viejo y sabio proverbio chino que define a las mil maravillas lo que ha estado cimentando calladamente la unión de los dos sectores católicos chinos y lo que, paradójicamente, vendrían a arruinar las prisas de Parolin. La alarma lanzada por el Arzobispo emérito de Hong Kong, Cardenal Zen, se debe a que Zen es chino y entiende la jugada, y Parolín es occidental y ve las cosas de manera muy distinta.

Sobre el papel, hay en China dos iglesias católicas: una creada o permitida por el Gobierno comunista y controlada por él, considerada hasta la fecha cismática por Roma, y una fiel a Roma, siempre perseguida y con frecuencia mártir.

Pero por debajo de lo formal, la realidad es bastante diferente. En realidad, los fieles de la Iglesia Patriótica viven una fe idéntica a los otros, dialogan con ellos y miran a Roma con similar obediencia en la práctica. Lo mismo o muy parecido -con la excepción de los obispos más conspicuos, los de las grandes ciudades- puede decirse del estamento clerical, obispos y sacerdotes, que buscan por todos los medios posibles el reconocimiento de la Santa Sede.

Hasta aquí, podría decirse que Parolin ‘et al.’ tienen la realidad a su favor: integrar a la Iglesia Patriótica no resultaría el salto en el vacío que muchos temíamos ni pondría en riesgo la fe y la doctrina de los católicos chinos fieles a Roma. De hecho, hace tiempo que viven juntos la fe, cada vez con más frecuencia.

Pero ese acercamiento -no perfecto, pero sí positivo- es posible precisamente porque “las montañas son altas y el emperador está lejos”, es decir, porque funcionan al margen, bajo el radar de Pekín. Y lo que hace el Vaticano al insistir en un acuerdo formal es precisamente alertar al Gobierno comunista, que ha vuelto a fijar su terrible atención en esos irritantes católicos. Lo último que estos podrían desear.

El Vaticano tiene una larga experiencia negociando con poderes hostiles, pero a veces las analogías las carga el diablo. La Santa Sede parece creer que sus protestas de que no tiene la menor intención de amenazar el poder del Partido Comunista, que se trata de una cuestión exclusivamente religiosa, no política, es no conocer China ni ese “socialismo con caracteres chinos” que presuntamente gobierna allí.

Porque, mientras que los revolucionarios franceses -fuera de la breve patochada de la Diosa Razón- o los mexicanos no tenían una religión alternativa, solo una ideología, Pekín sí tiene una religión rival. China adora a China y exige a los chinos que hagan lo mismo. Y dejar que un lejano Estado, el Vaticano, decida sobre el nombramiento de ciudadanos chinos para lo que sea, aunque se trate de funciones de un culto ajeno, despierta todos los recelos del Partido.

No es teoría: Pekín ha empezado a moverse, a aprobar nuevas medidas de control de actividades religiosas y a mandar a los ‘bulldozer’ para demoler iglesias. Los católicos -‘patrióticos’ o fieles- vuelven a estar bajo el Ojo de Saurón de Pekín, que no dejará de advertir el acercamiento de los ‘suyos’ con los romanos y de poner fin a esta aproximación.

El emperador, de repente, ya no está tan lejos, ni las montañas son tan altas.