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Noruega multa a su jerarquía católica por inflar la cifra de fieles
22 - 11 - 2017 - GENERALES -

La Iglesia Católica noruega ha tenido que pagar una multa de 110.000 euros por fraude, al falsear al alza, según aprecian los tribunales, el número de fieles en aquel país a fin de cobrar mayores subvenciones. (Fuente: Infovaticana)

Como ocurre en otros países, las confesiones religiosas reciben en Noruega -país con una Iglesia protestante oficial- subvenciones cuya cuantía depende de la cantidad de miembros puedan demostrar. Aquí se acusa a la jerarquía noruega de inflar los números incluyendo nombres de inmigrantes que, por el nombre, podrían ser católicos, pero sin su conocimiento y sin ulteriores comprobaciones.

Los prelados noruegos niegan haber tenido nunca intención de engañar y que, de ser cierto que sus cifras son inexactas, ello se debe a prácticas defectuosas de registro y conteo que ya han sustituido por otras más precisas.

La Iglesia noruega asegura que a partir de 2004 vieron incrementadas sus filas con la llegada de inmigrantes procedentes de países católicos, especialmente de Polonia, que, sin embargo, no fueron debidamente registrados, de modo que suponían un coste sin la debida compensación estatal.

Por su parte, el Estado noruego exige, además de la multa por fraude, que devuelvan las subvenciones de más cobradas.

Con independencia de la justicia del caso concreto y del resultado último de la causa, el caso es sórdido y hace pensar en los incentivos perversos que puede generar en la jerarquía esa dependencia de los dineros públicos en sociedades, por lo demás, suficientemente prósperas. En InfoVaticana hemos tenido ocasión de tratar someramente sobre las indeseadas consecuencias del Kirchensteuer alemán, el impuesto religioso que convierte a la alemana en una de las iglesias nacionales más ricas del catolicismo.

Si desde aquí hemos sido críticos con algunas de las más novedosas iniciativas eclesiales del actual pontificado, pocas ideas nos seducen tanto, en cambio, como esa expresada en numerosas ocasiones por Francisco desde comienzos de su pontificado, la de hacer “una Iglesia pobre para los pobres”.

No se trata de miserabilismo en absoluto. La Iglesia tiene ingentes necesidades y es bueno -no necesario- responder a ellas. Pero debemos ser los propios católicos quienes nos ocupemos de su financiación, tratándola como la familia que, entre otras cosas, es para cada uno de nosotros.

Esa independencia financiera con respecto a los poderes del mundo daría a las iglesias nacionales, tanto como a la Iglesia universal, esa absoluta libertad que es clave para cumplir su misión profética sin miedo a expresar verdades que comprometan fondos.

Por otra parte, esta obvia disminución en los ingresos obliga a una austeridad condigna con la pobreza evangélica, siempre tan recomendada por Su Santidad, y reduce tentaciones de mundanidad que no le hacen el menor bien a su misión.