CRISTO HOY
CRISTO HOY

   Sitios Recomendados
        El Vaticano
        Aica
        Rome Reports
        Noticias Vaticanas
  
El colmo para un Papa jesuita: beatificar a Pascal, el archienemigo
24 - 10 - 2017 - PAPADOS - Francisco

En el prefacio de un libro que recoge ocho de sus entrevistas, a la venta en librería en estos días, Francisco levantó el velo sobre un par de cosas que presentan un cierto interés.(Sandro Magister-Settimo Cielo)

Escribe el Papa en un cierto punto:

"A veces he notado en mis entrevistadores – también en quien se dice muy alejado de la fe – gran inteligencia y erudición. Y también, en algunos casos, la capacidad de dejarse tocar por el 'toque' de Pascal. Esto me conmueve y lo aprecio mucho".

La primera es en realidad más una confirmación que una revelación. Es su estima afectuosa por Eugenio Scalfari, fundador del diario "la Repubblica". En efecto, es él el entrevistador "muy alejado de la fe" a quien se refiere Francisco.

Los dos se encuentran una o dos veces al año en Santa Marta, y es casi siempre el Papa el que invita al amigo. La entrevista se lleva a cabo sin que Scalfari grabe algo. Y en los días posteriores él publica el informe ateniéndose a los siguientes criterios, como explicó una vez en Stampa Estera de Roma, informando estas palabras dichas por él al Papa al término de la primera entrevista:

"Reconstruiré el relato de tal modo que sea comprendido por todos. Algunas cosas que usted me ha dicho no las informaré. Y algunas cosas que informaré usted no las ha dicho, pero las pondré para que el lector entienda quién es usted".

El efecto de esta libertad de trascripción es que Scalfari ha atribuido con certeza al Papa no pocas "revoluciones", la última de las cuales es la abolición del infierno, del purgatorio y del paraíso. Sin que jamás el Papa se haya sentido obligado a corregir o a desmentir algo.

La segunda cosa sobre la que Francisco levantó el velo se refiere al matemático, filósofo y hombre de fe francés del siglo XVII: Blaise Pascal. El Papa escribe que aprecia cómo Scalfari se ha "dejado tocar por el 'toque' de Pascal".

En efecto, en su última entrevista, el pasado verano, Scalfari había pedido al Papa que proclamara beato a Pascal, además de que quitara la excomunión a otro gran filósofo del siglo XVII, Baruch Spinoza, argumentando en forma apasionada ambos pedidos.

Pero mientras respecto a Spinoza Francisco dejó que se diluyera la idea, sobre Pascal dijo estar de acuerdo, con estas palabras informadas por Scalfari:

"Usted, querido amigo, en este caso tiene perfectamente razón: también yo pienso que merece la beatificación. Me reservo hacer instruir la práctica necesaria y pedir el parecer de los miembros de los órganos vaticanos encargados de estos asuntos, junto a mi personal y positivo convencimiento".

Si a estas palabras seguirán los hechos está por verse. Pero sería verdaderamente un golpe que el que beatifique a Pascal – quien escribió contra los jesuitas esa obra maestra que son "Las Provinciales" – sea precisamente el primer Papa jesuita de la historia.

En efecto, "Las Provinciales", son cartas que Pascal escribió a un amigo para contarle las conversaciones tenidas por él con los padres jesuitas, de quienes pone polémicamente bajo fuego la casuística y el laxismo en teología moral.

A continuación se reproduce un pasaje extraído de la carta sexta, fechada el 10 de abril de 1656.

Es de varios siglos atrás, pero es siempre actual.

*

"Y ASÍ NO SE PECA MÁS, MIENTRAS QUE ANTES SE PECABA"


por Blaise Pascal

"¡Reverendo padre – exclamé –, que suerte es para el mundo tenerlos a ustedes como maestros! Yo no sabía que un solo doctor, si tiene autoridad, puede convertir en probable una opinión, y que también la opinión contraria puede serlo; y que en este caso, entre el pro y el contra, se puede elegir lo que agrada más, aunque no lo crea cierto; y esto con tanta seguridad de conciencia que un confesor que se rehusara a dar la absolución a la fe de los casuistas estaría en estado de pecado mortal. De esto entiendo que un solo casuista puede, a su gusto, crear nuevas reglas de moral y disponer, como le viene en mente, de todo lo que se refiere a la conducta de las costumbres".

"Es necesario – objetó el padre – moderar un poco lo que dices. Aprende bien cuál es nuestro método, en el que verás el progreso de una opinión nueva desde su nacimiento hasta su madurez. Ante todo, el doctor con autoridad que la ha inventado la expone al público y la arroja como una semilla, para que eche raíces. En este estado, la opinión es todavía débil, pero necesita que el tiempo la haga madurar poco a poco. Por eso el padre Diana, que presentó algunas de ellas, dice en un cierto punto: 'Presento esta opinión, pero porque es nueva, la dejo madurar en el tiempo, relinquo tempori maturandam'. Así en pocos años se la ve afirmarse insensiblemente; y después de un cierto tiempo se encuentra autorizada por la tácita aprobación de la Iglesia, según esta gran máxima del padre Bauny: 'Que si una opinión ha sido propuesta por algún casuista y la Iglesia no se opuso, es signo que la aprueba'".

"Vamos, padre – protesté –, ¿entonces la Iglesia debería aprobar todos los abusos que soporta y todos los errores de los libros que no censura?".

"Vete a discutir con el padre Bauny – respondió –; ¡no hago más que informarte y te pones a discutir conmigo! No es necesario discutir nunca sobre un hecho. Te decía entonces que, cuando el tiempo ha madurado de este modo una opinión, entonces ella es absolutamente probable y segura. Se dice que el docto Caramuel, en la carta con la que le dedica a Diana su 'Teología fundamental', dice que ese gran doctor 'ha hecho probables muchas opiniones que no lo eran antes, con lo cual al seguirlas no se peca más, mientras que antes se pecaba: iam non peccant, licet ante peccaverint'".

"En verdad, padre – le dijo –, hay mucho para ganar siguiendo a vuestros doctores. ¡Como no! De dos personas que hacen la misma cosa, el que no conoce su doctrina peca, y el que la conoce no peca. ¿Ella es entonces a la vez instructiva y justificante? La ley de Dios hizo a los prevaricadores, según san Pablo, pero ésta hace que no haya nada más que inocentes. Le ruego vivamente, padre, que me informe bien; no lo dejaré hasta que no me haya dicho en su totalidad las principales máximas establecidas por sus casuistas".

"¡Ay de mí! – respondió el padre –: nuestro fin principal habría sido no establecer otras máximas que las del Evangelio en todo su rigor; y de la regulación de nuestras costumbres se ve bien que si toleramos algún relajamiento en los otros es más que nada por condescendencia que por un plan preestablecido. Nosotros nos vemos obligados a ello, pues los hombres son hoy tan corruptos que, al no poder hacerlos venir a nosotros, es necesario que seamos nosotros los que vayamos a su encuentro; de otro modo ellos nos abandonarían, peor aún, se podrían alejar por completo. Es para contenerlos que nuestros casuistas han tomado en consideración los vicios a los que la gente de cada condición está más apegada, para establecer máximas tan dulces – pero sin ofender la verdad – que para no estar contentos es porque debería ser difícil contentarlos. En efecto, el proyecto fundamental de nuestra Compañía para el bien de la religión es no rechazar a nadie para no hacer desesperar a la gente. En consecuencia, tenemos máximas para personas de todo tipo: para los beneficiarios, para los sacerdotes, para los religiosos, para los nobles, para los domésticos, para los ricos, para los que son comerciantes, para quienes sus asuntos van mal, para los que están en la indigencia para las mujeres devotas y para los que no lo son, para las personas casadas y para las que llevan una vida disipada. En síntesis, nada escapa a nuestra previsión".