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Obispo de Innsbruck sobre los divorciados vueltos a casar
05 - 10 - 2017 - GENERALES -

En una entrevista con la agencia APA, el prelado se mostró a favor de permitir la comunión a los católicos cuyos matrimonios hayan “fracasado” y que vivan en relaciones nuevas porque “tiene mucho sentido desde el punto de vista evangélico”. (Fuente: Infovaticana)

Mientras los teólogos de cámara arremeten contra los firmantes de la ‘correctio filialis’ que una cuarentena de teólogos y filósofos (“de segunda fila”, somo se suele mencionar en las crónicas cortesanas) firmaron para que Su Santidad aclare los puntos más oscuros de Amoris Laetitia, asegurando que no había problema alguno de interpretación ni peligro para la unidad, en los países de habla alemana parecen decididos a estropearles el argumento.

Último caso en una cascada de desafíos ‘aggiornantes’, el recién nombrado obispo de Innsbruck, en Austria, Hermann Glettler, se ha mostrado abiertamente partidario de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar civilmente, lo que en aplicación de la más fría lógica solo puede significar una de estas dos cosas: o la aceptación de un sacrilegio o la constatación de que el adulterio ha dejado de ser pecado mortal. Ambas, al menos, extrañas en un sucesor de los apóstoles.

No, no es partidario: es -dijo literalmente en una entrevista con la agencia APA- “muy” partidario de permitir la comunión a los católicos cuyos matrimonios hayan “fracasado” y que vivan en relaciones nuevas porque, añadió, “tiene mucho sentido desde el punto de vista evangélico”.

El prelado quiere que la Iglesia, en estos casos, deje que sea el propio afectado quien decida en conciencia si quiere o no comulgar, mientras que la labor eclesial correcta consistiría en “acompañar, distinguir y luego dejar la puerta abierta”.

No es, como sucede con frecuencia, la única ‘innovación’ que el ordinario austríaco quiere introducir en la práctica eclesial. Expresó, asimismo, su convencimiento de que ha llegado la hora de abrir el diaconado a las mujeres -un asunto que el Papa se comprometió a estudiar hace un año, ante un congreso de religiosas norteamericanas-, pero solo como un paso para que alcancen el sacerdocio pleno.

Que, en su día, el Papa Juan Pablo II declarara ‘de fide’ la imposibilidad del sacerdocio femenino y que el actual Pontífice haya confirmado esa doctrina no parece afectar en absoluto al obispo austriaco.

Las prisas de Glettler por modernizar la Iglesia en todos los sentidos posibles ya se hizo evidente cuando era párroco de la iglesia de St. Andre en Graz, en el Sudoeste austriaco, si bien de un modo que, comparado con sus actuales declaraciones, resulta trivial y casi inocente, pero no menos simbólico.

St. André, una magnífica iglesia barroca del siglo XVII, sufrió el embate modernista de Glettler, que convirtió su interior en una especie de guardería postmoderna. Llenó asimismo la histórica fachada de palabras y frases escritas en diversos formatos, colores y tamaños con mensajes tan elevados como: “reverdece tan verde”, “tabaco”, “sorpresa desagradable”, “Mozart”, “girasol”…

Es, como decimos, solo un último botón de muestra de una Iglesia que rivaliza con su vecina, la alemana, en sangría de fieles e innovaciones teológicas y litúrgicas. Puede haber muchas y buenas teológicas para rechazar la carta de los Cuarenta; pero afirmar que no existe riesgo para la unidad en la Iglesia no es una de ellas.