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Sarah vuelve a proponer
15 - 09 - 2017 - IGLESIA - Europa

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha pronunciado su conferencia sobre ”El Silencio y el primado de Dios en la liturgia’ en los actos de celebración del X aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum. (Fuente: Infovaticana)

El cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, ha participado en los actos de celebración del X aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum que han tenido lugar en la Universidad Pontificia Santo Tomás de Aquino de Roma.


En el marco de esta celebración, el cardenal Sarah ha impartido su conferencia sobre ”El Silencio y el primado de Dios en la liturgia” que ha iniciado con una muestra de agradecimiento a Dios por la publicación de este texto de Benedicto XVI.

Durante su intervención, el purpurado ha vuelto a hacer referencia a la importancia de restablecer la orientación hacia Oriente del sacerdote y los fieles, de dirigirse “ad Deum” o “ad orientem” durante la liturgia eucarística.

“Esta gestualidad está casi universalmente asumida en las celebraciones del usus antiquior –la forma antigua del Rito Romano- que, gracias al Motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, está libremente disponible para todos aquellos que deseen utilizar dicha forma”, ha añadido Sarah.

El prefecto de la Congregación para el Culto Divino ha insistido en que esta “antigua y hermosa práctica”, que manifiesta el primado de Dios Omnipotente, no está restringida al usus antiquior, sino que es perfectamente apropiada, e incluso pastoralmente recomendable, en las celebraciones del usus recentior.

Como parte de su reflexión sobre el enriquecimiento mutuo entre las dos formas del Rito Romano, Sarah ha planteado que el ofertorio y el Canon Romano se recen en secreto: “El silencio orante de las oraciones del ofertorio y el Canon Romano, ¿podrían incluirse para enriquecer la forma ordinaria? En nuestro mundo tan lleno de palabras -y cada vez lo está más-, lo que se necesita es más silencio, también en la liturgia.”

Sarah ha reconocido que “permanece la cuestión de una más fiel implementación de la reforma litúrgica deseada por los Padres del Concilio Vaticano II”. “A veces a esto se le llama la cuestión de la “reforma de la reforma”, si bien dicha expresión, a algunas personas, les infunde temor”, ha aseverado.

Asimismo, el cardenal Sarah ha criticado que muchas liturgias queden reducidas a una “diversión mundana”, plagadas de gestos extraños al misterio que se celebra: “Muchas liturgias no son más que un teatro, una diversión mundana, con muchos discursos y gritos ajenos al misterio que se celebra, o con mucho ruido, danzas y movimientos corporales que se parecen a nuestras manifestaciones folclóricas.”

La liturgia, en cambio, según ha recordado el prelado, debe ser el momento para un encuentro personal y de intimidad con Dios. “Cada celebración litúrgica debe tener como centro a Dios, y sólo Dios, y nuestra santificación”, ha recalcado.

Por este motivo, el cardenal ha afirmado que todo lo que sea utilizado en la liturgia debe resaltar el primado de Dios y que nada es suficientemente bueno, bello y valioso para Su servicio. “Incluso siendo humildes, según los medios que tengamos a nuestra disposición, nuestros vasos sagrados, paramentos y demás objetos deberían ser de calidad, valiosos y hermosos, signos del amor y del sacrificio que ofrecemos a Dios Omnipotente por medio de ellos”.

En esta conferencia, quien es cabeza de la Congregación para el Culto Divino ha lanzado una advertencia: Cuando los pequeños rituales de la liturgia se convierten en rutina y ya no son actos de culto, cuando no se cuidan los detalles o no se quiere hacer más para preparar y celebrar la liturgia de manera más digna, entonces existe el gran peligro de que el amor por Dios se enfríe.

En relación con los cantos y la música durante la liturgia, Sarah ha invitado a que sean de tal manera que eleven los corazones y las mentes a Dios, y “no, como sucede normalmente con demasiada frecuencia”, queden limitados a reflejar sentimientos y costumbres.

El autor de La fuerza del silencio ha indicado, además, que el silencio y la humildad son disposiciones fundamentales para el acercamiento a la Sagrada Liturgia: “Si estoy tan lleno de mí mismo y del ruido del mundo, si no hay espacio dentro de mí para el silencio, es prácticamente imposible que pueda rendir culto a Dios Omnipotente, que pueda escuchar Su Palabra o dejar espacio para que ésta penetre en mi vida.”

Los ritos litúrgicos deben estar embebidos del silencio y la reverencia hacia Dios, subraya Sarah, agregando que la solemne celebración de la Santa misa en el usus antiquior, “con sus ricos contenidos y los diversos puntos de unión con la acción de Cristo, permite que alcancemos ese silencio”. Con este tesoro, señala el purpurado, pueden enriquecerse algunas celebraciones del usus recentior, “que a veces, por desgracia, son anodinas y ruidosas”.

Los medios tecnológicos y su uso y presencia en las celebraciones litúrgicas también han estado presentes en el discurso de Sarah. “Tal vez rezar teniendo el breviario en el móvil, o en el IPad, sea muy cómodo y práctico, pero no es digno y desacraliza la oración”, ha sentenciado el cardenal, al tiempo que ha hecho un llamamiento “apagar los instrumentos electrónicos” al ir a rendir culto a Dios.

A continuación, puede leer algunos fragmentos de la conferencia del cardenal Robert Sarah en los actos de celebración del X aniversario del Motu Proprio Summorum Pontificum traducidos por Helena Faccia Serrano para InfoVaticana:

“El primer sentimiento que deseo expresar diez años después de la publicación del Motu proprio Summorum Pontificum es de gratitud a Dios. Efectivamente, con este texto Benedicto XVI quiso ofrecer un signo de reconciliación en la Iglesia que ha traído muchos frutos y que, en este sentido, el Papa Francisco también ha hecho suyo. Dios quiere la unidad de su Iglesia, por la cual rezamos en cada celebración eucarística: estamos, así, llamados a seguir recorriendo este camino de reconciliación y de unidad, para dar un testimonio cada vez más vivo de Cristo en el mundo hodierno. Esta iniciativa del Papa Benedicto XVI encuentra plena correspondencia en una importante obra del entonces Cardenal Ratzinger. Menos de un año antes de su elección a la Cátedra de Pedro, el cardenal se pronunció respecto a la «propuesta de algunos liturgistas católicos de adaptar definitivamente la reforma litúrgica al ’cambio antropológico’ de la época moderna y, así, construirla en sentido antropocéntrico».

[…]Esto puede deberse, también, al hecho que a menudo la liturgia, tal como se celebra ahora, no se celebra con la fidelidad y la plenitud con la que quiere la Iglesia, sino que se celebra empobreciéndonos o privándonos de ese encuentro pleno con Cristo en la Iglesia, que es un derecho de todo bautizado.

Muchas liturgias no son más que un teatro, una diversión mundana, con muchos discursos y gritos ajenos al misterio que se celebra, o con mucho ruido, danzas y movimientos corporales que se parecen a nuestras manifestaciones folclóricas. La liturgia debería ser, en cambio, el momento de encuentro personal e íntimo con Dios. África en especial, pero también Asia y América Latina, deberían reflexionar, con la ayuda del Espíritu Santo y con prudencia y la voluntad de llevar a los fieles cristianos a la santidad, acerca de su ambición humana de inculturar la liturgia, para así evitar la superficialidad, el folclore y la autocelebración cultural. Cada celebración litúrgica debe tener como centro a Dios, y solo a Dios, y nuestra santificación.

[…]Por consiguiente, Dios debe estar en el primer lugar en cada elemento de nuestra celebración litúrgica. Por amor a Él y para rendirle culto de la manera más completa es por lo que separamos y consagramos a personas, lugares y cosas para Su servicio específico en la Sagrada Liturgia. Nuestro deseo de “osar lo más posible” (cf. Santo Tomás de Aquino, Secuencia de la Festividad del Corpus Christi: «Quantum potes, tantum aude: quia major omni laude, nec laudare sufficis») para alabar y adorar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Sagrada Liturgia es, en sí mismo, un acto interior de culto. Naturalmente, esta disposición tiene que tener una expresión externa. Por esto, nuestras iglesias deberían ser bellas expresiones de nuestro amor a Dios; nuestros ministros -ordenados y laicos- deberían dedicar tiempo a probar y preparar todas sus acciones litúrgicas; del mismo modo, sus paramentos deberían reflejar reverencia y estupor por los divinos misterios que tienen el privilegio de servir y ministrar.

Todo lo que utilizamos en la liturgia debería, del mismo modo, resaltar el primado de Dios: nada es suficientemente bueno, hermoso y valioso para Su servicio. Incluso siendo humildes, según los medios que tengamos a nuestra disposición, nuestros vasos sagrados, paramentos y demás objetos deberían ser de calidad, valiosos y hermosos, signos del amor y del sacrificio que ofrecemos a Dios Omnipotente por medio de ellos. Del mismo modo, nuestro canto y nuestra música deberían elevar los corazones y las mentes hacia Él y no -como sucede normalmente con demasiada frecuencia- reflejar meros sentimientos humanos y costumbres que prevalecen en nuestra sociedad y cultura.

Ciertamente sabéis que en los últimos años he hablado a menudo de la importancia de restablecer la orientación hacia Oriente del sacerdote y los fieles; es decir, de dirigirse ad Deum o ad orientem durante la liturgia eucarística. Esta gestualidad está casi universalmente asumida en las celebraciones del usus antiquior –la forma antigua del Rito Romano- que, gracias al Motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI, está libremente disponible para todos aquellos que deseen utilizar dicha forma. Pero esta antigua y hermosa práctica, que con tanta elocuencia manifiesta el primado de Dios Omnipotente en el corazón mismo de la Misa, no está restringida al usus antiquior. Esta venerable práctica está permitida y es perfectamente apropiada e, insisto, es incluso pastoralmente recomendable y ventajosa, en las celebraciones del usus recentior, la forma más moderna del Rito Romano.

Alguno puede objetar que presto demasiada atención a los pequeños detalles, a las minucias, de la Sagrada Liturgia. Pero como cada marido y cada mujer saben, en toda relación de amor los detalles más minúsculos son importantes, porque en ellos y a través de ellos el amor se expresa y se vive día tras día. Las ’pequeñas cosas’ expresan y protegen, en la vida matrimonial, realidades más grandes. Lo mismo sucede en la liturgia: cuando sus pequeños rituales se convierten en rutina y ya no son actos de culto que expresan la realidad de mi corazón y de mi alma, cuando ya no presto atención a los detalles, cuando puedo hacer mucho más para preparar y celebrar la liturgia de manera más digna, más bella, pero no lo quiero hacer, entonces el gran peligro es que mi amor por Dios Omnipotente se enfríe. Tenemos que prestar mucha atención a esto. Nuestros pequeños actos de amor a Dios, cuando cuidamos con esmero lo que la liturgia necesita, son muy importantes. Si los descuidamos, si los rechazamos como detalles banales y puntillosos, podemos descubrir que casi sin darnos cuenta, como sucede a veces trágicamente en un matrimonio, nos hemos separado de Cristo.

[…] Cuando encontramos lo sagrado, cuando llegamos a estar cara a cara con Dios, espontáneamente nos quedamos en silencio y nos arrodillamos en adoración. Nos arrodillamos en señal de estupor y de humilde sumisión ante nuestro Creador. Con reverencia y anticipadamente esperamos su Palabra, su acción salvífica. Estas son disposiciones fundamentales cuando nos acercamos a la Sagrada Liturgia. Si estoy tan lleno de mí mismo y del ruido del mundo, si no hay espacio dentro de mí para el silencio, es prácticamente imposible que pueda rendir culto a Dios Omnipotente, que pueda escuchar Su Palabra o dejar espacio para que ésta penetre en mi vida.

[…] El silencio es la clave: el silencio de la verdadera humildad ante mi Creador y Redentor, que expulsa el orgullo y aleja el clamor del mundo. Las exigencias de mi vocación pueden exigir mucha actividad por mi parte y pueden, también, significar que estoy rodeado a diario del ruido del mundo. Dios me entrega unos dones que pueden proporcionarme sólo alabanzas por lo que he conseguido hacer a su servicio. Pero también en estas circunstancias es posible preservar el silencio de la verdadera humildad ante Dios. De hecho, dicha actitud es absolutamente necesaria si tengo que rendirle culto a Él y no a mi persona y, aún menos, a otros.

En cuanto realización y celebración de la Iglesia de las realidades más sagradas que podemos encontrar en esta vida, nuestros ritos litúrgicos deben estar embebidos, en sí mismos, de este silencio y reverencia hacia Dios. Me refiero más a la consistencia del numinoso, del trascendente que a la imposición de momentos específicos de silencio, que muchas veces pueden resultar artificiales. Así, puedo estar silencioso en el corazón, en la mente y en el cuerpo pero, al mismo tiempo, puedo estar preso del estupor de Dios en la Sagrada Liturgia, siempre que sea celebrada de manera excelente y con esa multiplicidad de ritos que lo facilita. La solemne celebración de la Santa misa en el usus antiquior es un magnífico paradigma de esto porque con sus ricos contenidos y los diversos puntos de unión con la acción de Cristo, permite que alcancemos ese silencio. Todo esto es verdaderamente un tesoro, con el cual pueden enriquecerse algunas celebraciones del usus recentior, que a veces, por desgracia, son anodinas y ruidosas.

Del mismo modo, los ministros litúrgicos deben prepararse y celebrar los ritos litúrgicos con la misma disposición de estupor, reverencia y silencio. Debemos ser humildes y manifestar un profundo respeto por la Sagrada Liturgia tal como la hemos recibido de la Iglesia. El Concilio Vaticano II insiste que, además de las autoridades pertinentes constituidas, «nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia». No nos corresponde a nosotros reescribir los libros litúrgicos a causa de nuestro orgullo o del de los otros, que piensan que pueden hacer las cosas mejor que la Iglesia. Es menos probable encontrar esta tentación entre quienes usan los libros litúrgicos más antiguos, que entre quienes usan los nuevos. Las prácticas litúrgicas no autorizadas son como notas discordantes en la sinfonía de los ritos de la Iglesia y producen un ruido que trastorna las almas. Esto no es creatividad, ni siquiera es pastoral. No: una fidelidad fundada en la humildad, el estupor y el silencio del corazón, de la mente y del alma es todo lo que se requiere de cada uno de nosotros en relación a los ritos de la Iglesia. ¡No permitamos que el pecado de orgullo litúrgico arraigue en nuestras almas!

[…] Silencio del corazón, de la mente y del alma: ¿acaso no son estas las claves para alcanzar cuanto deseaban el movimiento litúrgico del siglo XXI y los Padres del Concilio Vaticano II, es decir, la participación plena, consciente y activa en la Sagrada Liturgia? Entonces, ¿cómo puedo participar provechosamente en los Sagrados Misterios si mi corazón, mi mente y mi alma están bloqueados por la obstrucción del pecado, oscurecidos por el tumulto del mundo y pesan por cosas que no son de Dios?

Cada uno de nosotros necesita un espacio interior para acoger al Señor, que está obrando en los ritos de Su santa Iglesia. En el mundo moderno, esto requiere un esfuerzo por nuestra parte. En primer lugar, tengo que purificar mi alma o, mejor, dejar que Dios Omnipotente la purifique a través del sacramento de la Penitencia, celebrado con frecuencia, total y humildemente. Mientras el pecado reine en mi corazón, no puedo conseguir nada de la «fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano».

En segundo lugar, debo -de alguna manera- intentar apartar, aunque sea temporalmente, al mundo y sus continuos estímulos. No puedo participar plena y provechosamente en la Sagrada Liturgia si el centro de mi atención está desplazado hacia otro lugar. Todos nos hemos beneficiado de los progresos de la tecnología moderna, pero los muchos (¿tal vez demasiados?) medios tecnológicos de los que dependemos pueden dominarnos en un flujo constante de comunicación y de peticiones de respuesta inmediata. Debemos dejar atrás todo esto si queremos celebrar la liturgia correctamente. Tal vez rezar teniendo el breviario en el móvil, o en el IPad, sea muy cómodo y práctico, pero no es digno y desacraliza la oración. Este aparato no es un instrumento consagrado y reservado para Dios, ¡pero lo utilizamos para Él y para las cosas profanas! Hay que apagar los instrumentos electrónicos o, mejor aún, hay que dejarlos en casa cuando vamos a rendir culto a Dios. He hablado antes de lo inaceptable que es hacer fotografías durante la Sagrada Liturgia y del escándalo que supone que sean clérigos vestidos para el servicio litúrgico quienes las hagan. No podemos centrar nuestra atención en Dios si estamos ocupados con otras cosas. No podemos escuchar a Dios, que nos habla, si estamos ocupados hablando con otro, o nos comportamos como un fotógrafo.

Tampoco podemos escuchar la voz de Dios, o prepararnos adecuadamente a hacerlo, si nuestros hermanos y hermanas están, en la iglesia, distraídos u ocupados y haciendo ruido. Ésta es la razón por la cual el silencio y la calma son tan importantes en nuestras iglesias antes, durante y después de las celebraciones litúrgicas. ¿Cómo podemos esperar en centrar nuestra atención, interiormente, en Dios si lo que experimentamos en nuestras iglesias es sólo distracción, agitación y ruido? Diciendo esto no pretendo excluir el órgano u otro tipo de música apropiada, que puede ayudar a la oración silenciosa y la contemplación, y que puede servir para cubrir el ruido de fondo de gente que entra, etc. Pero estoy convencido que tenemos que hacer un esfuerzo para que nuestras iglesias, incluidos la sacristía y el presbiterio, no sean lugares para charlar, para prepararse deprisa y corriendo en el último minuto o, simplemente, para las relaciones sociales. Nuestras iglesias son lugares privilegiados en las que nuestra atención debe centrarse en lo que estamos a punto de celebrar. Podemos y, justamente, lo hacemos, socializar más tarde, en cualquier otro lugar. El silencio devoto en la iglesia y en la sacristía debería ser, en sí mismo, una escuela de participatio actuosa, en cuanto nos lleva a ese silencio del corazón, de la mente y del alma tan necesario si tenemos que recibir lo que Dios Omnipotente desea ofrecernos a través de la Sagrada Liturgia. Si realmente es necesario comunicar algo, hay que hacerlo con reverencia y respeto, tanto por el lugar en el que uno se encuentra, como por la acción que estamos a punto de realizar.

En tercer lugar, cuando me dispongo a acceder al altar de Dios, antes de llegar tengo que abandonar mis preocupaciones, por muy pesadas y mundanas que sean. Esto es, ante todo, un acto de fe en el poder y la gracia de Dios. Es posible que esté totalmente agotado y distraído por las tareas que debo llevar a cabo en el mundo. Es posible que esté profundamente preocupado por mí o por otra persona. Tal vez estoy sufriendo íntimamente a causa de una tentación o una duda; o estoy herido por el mal o por cualquier injusticia perpetrada contra mí o contra otros hermanos y hermanas en la fe. Ciertamente, es justo que persevere en soportar estas preocupaciones: ésta es una parte importante de mi vocación cristiana. Sin embargo, cuando llego a la Sagrada Liturgia, debo depositar con fe estas cosas a los pies de la cruz y dejarlas allí. Dios sabe la carga que debo soportar. Y sabe más que yo cuánto me cuesta llevarla. En el silencio que se crea cuando el alma pone a los pies del Señor las propias preocupaciones, Él desea comunicarme Su amor a través de los ritos en los que estoy a punto de participar. Él desea renovarme, incluso re-crearme, para que yo pueda cumplir con lo que mi vocación me pide con nueva fuerza y vigor evangélico.

[…] Como bien sabemos, aún hay mucho por hacer para alcanzar la reconciliación deseada por el Papa Benedicto XVI y continuada por el Papa Francisco. Tenemos que rezar y trabajar para alcanzar esta reconciliación por el bien de las almas y de la Iglesia, y para que nuestro testimonio cristiano y nuestra misión puedan ser cada vez más firmes.

[…] No obstante, puede haber una relación de enriquecimiento mutuo entre las dos formas. Permanece la cuestión de una más fiel implementación de la reforma litúrgica deseada por los Padres del Concilio Vaticano II, a la que hice referencia el año pasado en Londres. A veces a esto se le llama la cuestión de la “reforma de la reforma”, si bien dicha expresión, a algunas personas, les infunde temor. Aunque reconozco la necesidad de estudiar y profundizar dichas cuestiones, prefiero hablar de un “enriquecimiento positivo” a través del cual los elementos positivos presentes en el usus antiquior puedan enriquecer al recentior, y viceversa.

Por ejemplo: el silencio orante de las oraciones del ofertorio y el Canon Romano, ¿podrían incluirse para enriquecer la forma ordinaria? En nuestro mundo tan lleno de palabras -y cada vez lo está más-, lo que se necesita es más silencio, también en la liturgia. El silencio ritual en estas partes de la Misa en la forma extraordinaria es fecundo: las almas de las personas son capaces de elevarse hacia las cosas celestes porque hay un espacio que permite hacerlo. La disciplina del “silencio” verbal y ritual, de la que está impregnado el usus antiquior del Rito Romano, que permite escuchar más claramente al Señor, es también un tesoro que hay que compartir y apreciar en nuestro modo de celebrar según el usus recentior.

[…] Me gustaría dirigir una palabra paterna a todos aquellos que están vinculados a la forma más antigua del Rito Romano. Se trata de esto: algunas personas, no muchas, os llaman “tradicionalistas”. Hay veces en que también vosotros utilizáis esta expresión para referiros a vosotros mismos, llamándoos “católicos tradicionalistas”, o, análogamente, ponéis un guión entre los dos términos. Por favor, no lo volváis a hacer. No estáis encerrados en una caja situada en un estante de una librería o en un museo de curiosidades. No sois tradicionalistas: sois católicos del Rito Romano como yo y como el Santo Padre. No sois de segunda clase o, de alguna manera, miembros particulares de la Iglesia Católica en razón de vuestro culto y vuestras prácticas espirituales, que han sido las de innumerables santos. Habéis sido llamados por Dios, como todos los bautizados, a ocupar vuestro lugar en la vida y la misión de la Iglesia en el mundo de hoy, no para permanecer recluidos –o, peor, retirados– en un gueto en el que reinan una actitud defensiva y de introspección que ahogan el testimonio y la misión cristiana hacia el mundo, a los que vosotros también habéis sido invitados.

Si diez años después de su promulgación, el Motu proprio Summorum Pontificum significa algo, es precisamente esto. Si aún no habéis abandonado las cadenas del “gueto tradicionalista”, por favor, hacedlo hoy. Dios Omnipotente os llama a hacerlo. Nadie os robará el usus antiquior del Rito Romano, pero muchos se beneficiarán, en esta vida y en la futura, por vuestro fiel testimonio cristiano que tendrá mucho que ofrecer, considerando la profunda formación en la fe que os han dado los antiguos ritos y el ambiente espiritual y doctrinal a ellos vinculados. Como el Señor nos enseña en el discurso de las Bienaventuranzas: «Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa» (Mt 5, 15). Ésta es, queridos amigos, vuestra verdadera vocación. Ésta es la misión a la que os ha llamado, y os llama, la divina Providencia al suscitar, en el tiempo oportuno, el Motu proprio Summorum Pontificum.