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El Papa en Myanmar. El rostro violento del budismo
06 - 09 - 2017 - RELIGION - Orientalismo

El lunes 28 de agosto la sala de prensa vaticana ha anunciado oficialmente el viaje que el Papa Francisco realizará a Myanmar y Bangladesh del 30 de noviembre al 2 de diciembre.En estos días generó inquietud e incluso reaccion en los medios afines al gobierno, la imprecisión del Papa cuando se refirió a la persecución de"Rohingya" (gente sin hogar) partiendo del término mismo. Estos musulmanes y los católicos son considerados en el país de mayoría budista, como un cuerpo extraño.(Sandro Magister Settimo Cielo-Redacción)

Sin embargo, curiosamente, el día antes, al final del Angelus dominical, Francisco ha cometido un error relacionado con el primero de los dos países. Ha dicho, un poco leyendo y un poco improvisando, las siguientes palabras, ausentes del texto que se había entregado de antemano a los periodistas:

«Han llegado tristes noticias sobre la persecución de una minoría religiosa, nuestros hermanos Rohingya. Quisiera expresar mi cercanía con ellos. Todos pedimos al Señor que los salve y que suscite hombres y mujeres de buena voluntad que los ayuden, que les den plenos derechos. Oremos por nuestros hermanos Rohingya».

En las horas sucesivas, las reacciones en Myanmar a estas palabras han sido decididamente negativas; no sólo en los medios de comunicación alineados con el gobierno, que ni tan siquiera tolera que se definan "Rohingya" a los musulmanes que habitan la región de Rakhine en la frontera con Bangladesh, y que desde hace años son víctimas de una persecución feroz, sino también por parte de exponentes de la minúscula Iglesia católica local.

Raymond Sumlut Gam, obispo de Bhamo y ex director de Caritas Myanmar, ha declarado a Asia News:

«Tenemos el temor que el Papa no tenga información suficientemente precisa y que haga declaraciones que no reflejen la realidad. Afirmar que los Rohingya están ‘perseguidos’ puede crear graves tensiones en Myanmar».

Y el padre Mariano Soe Naing, portavoz de la conferencia episcopal de este país:

«Si tuviéramos que llevar al Santo Padre a visitar a las personas que más sufren en nuestro país, le llevaríamos a los campos de refugiados de los Kachin [etnia prevalentemente católica – ndr], en los que muchas víctimas de la guerra civil han sido expulsadas de sus casas. En lo que respecta al término ‘Rohingya’, es mi opinión que para demostrar respeto hacia el pueblo y el gobierno de Myanmar, utilizar la expresión aceptada por las instituciones [’musulmanes de Rakhine' - ndr] es lo más indicado. Si el Papa utilizara ese término durante la visita, estaríamos preocupados por su seguridad».

En Myanmar, los católicos son poco más del uno por ciento de la población, seiscientos mil sobre cincuenta millones, y son considerados por la mayoría un cuerpo extraño, igual que las otras minorías perseguidas. Por lo tanto, se puede comprender que estén a la defensiva.

Sorprende, en cambio, que la secretaría de Estado vaticana no haya predispuesto para el Papa Francisco, si realmente quería intervenir públicamente sobre la persecución de los Rohingya, un texto menos improvisado, sobre todo en vista de su inminente viaje a ese país.

Con Myanmar la Santa Sede ha iniciado relaciones diplomáticas el pasado mes de marzo. Y en mayo llegó al Vaticano para reunirse con el Papa Aung San Suu Kyi, premio Nobel para la paz, a la que el régimen militar mantuvo en arresto domiciliario durante quince años y que fue democráticamente elegida y nombrada ministra de asuntos exteriores en un gobierno que, sin embargo, sigue estando bajo el control del ejército, que sigue deteniendo los verdaderos resortes del poder.

Un dossier muy actualizado debería estar, por lo tanto, a disposición del Papa Francisco, en vista de su viaje.

Sin embargo, las palabras que dijo el domingo pasado 28 de agosto durante el Angelus no han parecido ser las más equilibradas.

Que un Papa se eriga en defensor de los musulmanes que, esta vez, se encuentran en el lado, no de los perseguidores, sino de los perseguidos, es ciertamente no sólo necesario, sino de seguro efecto en el escenario mundial.

Pero en Myanmar, entre los perseguidos están también los cristianos de las etnias Kachin y Chin, en el norte del país, y Karen y Karenni, en el este. Son innumerables las iglesias destruidas, las aldeas incendiadas, las decenas de miles de personas obligadas a huir.

Pero, sobre todo, ¿quién y por qué los persigue?

Se filtran noticias de conversiones forzadas al budismo, también en tierna edad, en escuelas finalizadas a transformar a los alumnos de otros credos en pequeños monjes con la cabeza rapada y una túnica naranja. La importación de la Biblia y libros religiosos es ilegal. A los no budistas se les impide hacer carrera en las administraciones estatales.

De hecho, la gran mayoría de la población de Myanmar es de fe budista. Y son monjes budistas los que capitanean las organizaciones más intolerantes contra las minorías de otros credos, con el pleno apoyo de los militares.

Todo lo opuesto de la leyenda que acompaña universalmente al budismo, casi siempre retratado como todo paz, compasión, sabiduría y fraternidad.

La realidad es muy distinta. La libertad religiosa está fuertemente reprimida no sólo en Myanmar sino también -aunque algo menos-, en otros países de mayoría budista como Sri Lanka, visitado por el Papa Francisco en 2015, Laos, Camboya, Bhután, Mongolia.

En estas últimas semanas la persecución de los Rohingya por parte del régimen budista de Myanmar ha llegado a su ápice, obligando a muchos de ellos a huir hacia Bangladesh, que los bloquea en la frontera. Y esto precisamente ahora que el Papa Francisco se dispone a visitar ambos países.

Aung San Suu Kyi, paladina de los derechos humanos, deja hacer y calla, muy condicionada por la prepotencia de los militares y los budistas más intolerantes.

El Papa Francisco no tiene estos vínculos. Y no sólo los Rohingya, sino todas las minorías perseguida por Myanmar esperan que él hable y actúe como hombre libre, que los defienda, ciertamente, pero también que denuncie abiertamente a quien los oprime y por qué.

No le será fácil responder a esta segunda expectativa.