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Cristo y la Virgen con kimono
24 - 07 - 2017 - IGLESIA - Asia

Una serie de iniciativas promovidas en ocasión de los 75 años de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Japón para replantear los caminos y las formas de evangelización en el Asia oriental. 

La “Virgen con kimono” se puede admirar en la iglesia del siglo XIX de los santos mártires japoneses en Civitavecchia, Italia, gracias a los sugestivos frescos que llevó a cabo en la década de los 50 del siglo pasado el pintor japonés Luca Hasegawa, conocido por la profunda fe que inspira su obra.

También es una experiencia mística observar los solemnes movimientos del Cristo con kimono, máscara y abanico, que fue regalado al público italiano en la representación teatral que organizó la Embajada de Japón ante la Santa Sede. Este es el primero de una serie de eventos para celebrar los 75 años de las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y el país del Sol Levante, que comenzaron en 1942.
María Magdalena o Jesús resucitado, representados con las formas características del teatro Noh, son personajes de la “Resurrección de Cristo”, pieza teatral escrita a mediados del siglo XX por el misionero jesuita alemán Hermann Heuvers y llevada al escenario durante las últimas semanas en el Palacio Vaticano de la Cancillería. El Noh es una de las manifestaciones del drama musical japonés que surgió en el siglo XIV y tuvo su apogeo en el siglo XVII, en la que los actores utilizan máscaras para representar tanto papeles masculinos como femeninos.

La fecunda relación entre el arte japonés y la fe cristiana prosigue con un espectáculo de música lírica: se trata de “O la espada o el amor. Takayama Ukon, el rey beato”, que será representado en la iglesia del Jesús en Roma el próximo primero de agosto. Producido por la Sociedad de la Ópera de Tokyo, el drama lírico, dedicado a la conocida figura del samurái cristiano que fue beatificado este año en Osaka, fue compuesto por el maestro Edward Ishita, con la colaboración del sacerdote filipino Manuel Maramba.

Este experimento recuerda la intuición de Vincenzo Cimatti, misionero salesiano en tierras japonesas, autor de la composición musical en tres actos “Hosokawa Gracia”, ejecutada por primera vez en 1960 y disponible en dvd desde hace poco gracias a los Hijos de don Bosco en Tokyo. La obra narra la historia de Gracia, que viviría su fe hasta el martirio, durante la época del conquistador Hideyoshi, que en 1587 emanó el decreto para prohibir el cristianismo.

La inspiración del embajador japonés ante el Vaticano, Yoshio Nakamura, ha sido brillante, pues, consciente de sus preciosas tradiciones, eligió la vía del arte y de la música para narrar, en ocasión del aniversario celebrado, la profundidad de los v’inculos y la compatibilidad definitiva entre la cultura nipona y la fe católica.

Este tema, que ha vuelto a surgir con fuerza en el debate internacional gracias a la película “Silence” (inspirada en la novela de 1966 del escritor Shusaku Endo), en la que Martin Scorsese narra una historia que sucedió durante la época de la violenta persecución de los cristianos que puso en marcha el shogun Hideyoshi y que continuó el shogun Tokugawa a partir de 1614. Scorsese subraya la estrategia de los perseguidores que, obligando a los misioneros a la apostasía, creían poder «cortar las raíces» del árbol del cristianismo, para impulsar a multitudes de humildes campesinos y pescadores a renunciar a la propia fe.

Según el axioma en boga, la fe cristiana no puede conciliarse con la cultura japonesa, por lo que será siempre un “cuerpo ajeno”. Este plan todavía existe en las doctrinas misiológicas que teorizan la presunta “incapacidad genética de realidades humanas individuales o colectivas para encontrarse con el Evangelio”, como señala la revista teológica “Omins Terra”, editada en línea por las Pontificias Obras Misionales. Esa semilla, afirman algunos, puede germinar, como máximo, solamente después de un sistemático proceso de colonización de carácter cultural.

El magisterio de la Iglesia ha explicado bien con el término de “inculturación” «el esfuerzo de la Iglesia para que penetre el mensaje de Cristo en un ambiente socio-cultural determinado, invitándolo a creer según todos sus valores propios, que son conciliables con el Evangelio», explica el documento “Fe e inculturación” (1989) de la Comisión teológica internacional. Un enfoque diferente, de hecho, negaría a la gracia de Cristo el poder de hacerse presente en cada ser humano, más allá de las particularidades. «A nadie y en ningún lugar Él puede parecer ajeno», recordó la “Ad Gentes”, citando el pasaje de San Pablo a los Gálatas: «No existe judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre o mujer, puesto que todos ustedes son uno en Jesucristo». La gracia de Cristo alcanza al ser humano en la diversidad y en la complementariedad de las culturas humanas. Estas, efectivamente, demuestran la múltiple «fecundidad de la que son capaz las enseñanzas y las energías del mismo Evangelio», insiste el documento.

El Cristo con kimono, entonces, es una respuesta a las cuestiones que plantean Endo y Scorsese, y demuestra, plásticamente, la fecunda compenetración entre la fe cristiana y la cultura japonesa: una intuición que los misioneros tenían muy clara y que es oportuno subrayar en la en la actualidad, para sacarla del olvido. Lo demuestra otra primitiva y valiente película, dedicada a un grupo de creyentes que fueron crucificados en tiempos de Takayama Ukon: la película muda de 1931, del director Tomiyasu Ikeda, se titula “Los 26 mártires de Japón” y fue hallada en el archivo audiovisual de la Congregación salesiana. Fue proyectada en el Vaticano en febrero de este año. Se trata de una producción completamente japonesa difundida gracias a las misiones de don Bosco.

Todas estas obras invitan a una seria reflexión sobre la actualidad de la misión en el Japó secularizado de hoy. Y podría comenzar recordando a los primeros evangelizadores como san Francisco Javier. Como explica el historiador Giovanni Isgrò en el ensayo “La aventura escénica de los jesuitas en Japón”, el jesuita intuyó que su predicación debía ser rica en factores escénicos, porque, escribe Isgrò, «debía llamar la atención de un pueblo que no conocía el significado de sus palabras». Francisco Javier, entonces, adoptando una actitud típica de los artistas ambulantes, se exhibía en la calle. Después de él, otros jesuitas fueron afinando las técnicas, enriquecieron las representaciones bíblicas con canto y música y utilizando una especie de teatro sacro que se acerca mucho a los modelos del teatro Noh, recordó el historiador.

La población japonesa es una de las más sensibles a la música, y este aspecto también se puede relacionar con la misión: «Creo que la religión se parece, en primer lugar, mucho más a un “sentido musical” que a un sistema racional de enseñanzas y explicaciones –explica Adolfo Nicolás, ex prepósito de la Compañía de Jesús y que fue durante años misionero en Japón–, puesto que incluye, antes que nada, una “sensibilidad”, una apertura a las dimensiones de la trascendencia, profundidad, gratuidad, belleza, que se encuentran en la base de las experiencias humanas».

Esta sensibilidad se ha debilitado por una mentalidad puramente económica o materialista, «justamente como el sentido musical ha sido erosionado y debilitado por el ruido». «La misión en Japón y en Asia hoy –observó Nicolás– debería, en primer lugar, ayudar a descubrir o redescubrir este “sentido musical”, esta “sensibilidad religiosa”, la conciencia y el aprecio de dimensiones de realidades más profundas», terreno fecundo para el encuentro personal con Dios.