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Kirill: "con el Papa rompimos el silencio sobre los cristianos perseguidos"
19 - 05 - 2017 - INTERRELIGIOSO - Ortodoxos

«Hasta nuestro encuentro con el Papa Francisco la condición “monstruosa” de los cristianos en el Medio Oriente era casi invisible. Después la situación cambió sustancialmente».Entrevista al patriarca ortodoxo de Moscú. (Andrea Tornielli-Vatican Insider)

 Su Santidad Kyrill, Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, habla lentamente. Recuerda el histórico encuentro que se verificó en el aeropuerto de la capital cubana en febrero de 2016. Y en esta entrevista con Vatican Insider explicó que hoy se necesita «narrar la Iglesia no como un museo de ideas medievales, o como una reserva de fracasados incapaces de insertarse en la vida moderna, sino como fuente de “agua viva”».

Santidad, ha pasado poco más de un año desde el abrazo en Cuba con el Papa Francisco. ¿Qué queda de aquel encuentro?

El encuentro no debería ser juzgado solo en el contexto de las relaciones bilaterales entre el catolicismo y la ortodoxia ruda. El argumento principal de la discusión fue, efectivamente, la “monstruosa” condición de los cristianos en el Medio Oriente y en el norte de África, un tema mucho más amplio que una agenda bilateral. Es un argumento de dimensiones globales. Es increíble que un auténtico genocidio de cristianos pueda suceder ahora, en el “civilizado” siglo XXI. A nuestros hermanos no solo les quitan el techo, los bienes y los medios para subsistir, sino la vida misma, solo porque creen en Jesucristo. Y el mayor de los resultados de nuestro encuentro con el Pontífice es el reconocimiento, por parte de todo el mundo, de este desafío para toda la humanidad, cuyos pasado, presente y futuro son imposibles sin el cristianismo.

¿Existe la conciencia sobre lo que le está pasando a los cristianos en el mundo?

Hasta nuestro encuentro con el Papa Francisco este argumento era casi invisible en los medios de comunicación internacionales, y hemos encontrado la indiferencia de muchas organizaciones internacionales. Después, la situación cambió sustancialmente. Espero que al reconocimiento de la gravedad del problema sigan también pasos concretos para resolverlo. Por ahora, obviamente, los progresos no son tan rápidos como nos gustaría: basta recordar los hechos recientes en Egipto y en Siria. Pero yo no pierdo la esperanza y rezo por que el destino de los perseguidos sea aliviado. Seguiremos elevando nuestra voz, acompañando a nuestras palabras, cuando sea posible, una ayuda concreta a los cristianos perseguidos. Hoy, nosotros los cristianos, independientemente de la confesión a la que pertenezcamos, nos encontramos frente a un grave desafío sistémico. No se trata solo de la violencia explícita de la que acabo de hablar. Se trata también de los viejos problemas de la civilización europea, que han madurado: la destrucción de la familia, la ideología del trans-humanismo y muchos otros. Lograr, juntos, hacer que sea actual el Evangelio de Cristo es una tarea de extraordinaria dificultad, y de extrema actualidad. Este fue otro de los argumentos importantes que afrontamos en el encuentro de La Habana.

¿Cuál es, en la actualidad, la relación entre las dos Iglesias? ¿Cuáles resultados ha producido su encuentro?

Espero que continúe en el intercambio de experiencias, en la identificación de nuevos puntos de interacción, en el debate sobre las formas que el testimonio cristiano debe asumir en este nuevo contexto. Por ello podemos hablar de la existencia de una perspectiva de desarrollo en nuestras relaciones bilaterales, en esa nueva fase que comenzó en los años sesenta del siglo pasado. Tuve ocasión de participar personalmente en numerosas iniciativas de diálogo que han involucrado durante décadas a las jerarquías católica y ortodoxa. Apreciamos la experiencia adquirida, que no tiene precedentes con respecto a la historia de la división de la cristiandad de Oriente y de Occidente. El encuentro en La Habana fue un evento de enorme importancia en nuestra larga interacción, a pesar de las divergencias teológicas que persisten. El encuentro con el Papa Francisco demuestra nuestra disponibilidad para defender juntos el futuro de las comunidades cristianas en el mundo moderno, y a contribuir en la instauración de una paz sólida y justa en los lugares en los que hoy vemos sangre derramada.

Hoy el mundo está viviendo esa que Francisco llama “tercera guerra mundial en pedacitos”. ¿Cómo se puede detener?

Antes que nada, en la sincera oración por la paz al Creador: “Benditos los agentes de paz porque serán llamados hijos de Dios”. Sabemos bien que el arma principal del cristiano es precisamente la oración. Respondiendo a una oración sincera, nacida de la fe, el Señor hace milagros que superan la lógica común y las leyes de la política. La fe sin las obras está muerta, y cada oración debe ir acompañada por la acción. No debemos participar en esa que es definida “guerra en pedazos”, que nace del odio y del egoísmo que se apoderan de nosotros. Expulsémolos de nuestro corazón, de nuestra familia, de nuestra comunidad, y el conflicto no nos tocará. La elección a favor de la verdad, del amor y de la caridad es el camino más breve hacia la paz. No hay nada que acerque al hombre y a la humanidad a los conflictos como la preocupación exclusivamente por las propias comodidades, por la satisfacción de las propias pasiones, por el crecimiento irrefrenable del consumo. Actuando en esta dirección nosotros perdemos inmediatamente la batalla contra el enemigo del género humano.

¿Cuál es el mayor aporte de los cristianos a la paz?

El cristianismo no está contenido solo en las palabras, sino en la presencia de Dios en nuestras obras. Por ello, la tarea principal de los cristianos es permanecer fieles a Cristo, conservar la paz como un estado particular del espíritu. Las palabras de Serafino de Sarov, un santo ruso honrado en todo el mundo cristiano, son una máxima genial de la vida cristiana: “Conquista el espíritu de la paz y alrededor de ti se salvarán miles”. Esta es nuestra respuesta como agentes de la paz. El cristianismo libera al hombre del miedo, e incluso del sufrimiento y de la muerte. Lo importante es permanecer con Cristo en la oración y en las obras de amor, y entonces ni siquiera las circunstancias más adversas nos harán vacilar por el camino hacia la salvación, en nombre de la que recorremos nuestro camino terrenal.

Para el camino ecuménico ¿podemos tomar como ejemplo el primer milenio, durante el cual los católicos y los ortodoxos eran una única Iglesia?

La historia no conoce el condicional. No es posible seguir adelante con la cabeza hacia atrás. Cualquier intento de trasladar mecánicamente algo de los siglos pasados a la modernidad está condenado al fracaso. Pero esto no significa que podamos olvidar las lecciones de la historia ni la experiencia de la Iglesia sin división durante el primer milenio.

¿Qué es lo que se aprende de este pasado?

La división de los cristianos fue dictada, en buena medida, por el desplazamiento de las prioridades espirituales, de la observación rigurosa del Evangelio, al intento de trazar y fijar los confines terrenos de la influencia y del poder de la Iglesia. Como consecuencia, también la mejoría de nuestras relaciones debe basarse no en la cancelación o en el ocultamiento de las diferencias entre la ortodoxia y el catolicismo que se han formado en los siglos, sino su aspiración unánime a vivir según el Evangelio en el mundo contemporáneo.

¿Cuál es hoy la tarea de los cristianos de las diferentes confesiones?

Hoy, como nunca antes, es importante encontrar un lenguaje para ofrecer un testimonio vivo de Cristo, narrar la Iglesia no como un museo de ideas medievales, o una reserva de fracasados incapaces de insertarse en la vida moderna, sino como “fuente de agua viva”, alrededor de la que pasan multitudes atormentadas por la sed, sin darse cuenta de que su salvación está a pocos pasos. En este sentido, la situación de la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, no se distingue mucho del cristianismo de los primeros siglos. ¿Qué tienen en común la Iglesia antigua y la Iglesia actual, la cristiandad oriental y la cristiandad occidental, qué es lo que no ha cambiado durante los milenios transcurridos? No es “algo”, es un “Quién”: el Fundador y Guía de la Iglesia, Cristo, Aquel que “es el mismo ayer, hoy y eternamente”. En Él debemos buscar el ejemplo en cada momento de nuestras vidas.


Una versión reducida de esta entrevista fue publicada hoy por el periódico italiano “La Stampa”.