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"Quien profana a Dios en sus criaturas puede ir al infierno”
13 - 05 - 2017 - HISTORIA - Apariciones

La misa de Francisco para la canonización de los dos videntes, los primeros santos niños que no son mártires: «cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón» (Andrea Tornielli-Vatican Insider)

La Virgen, «previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida -a menudo propuesta e impuesta- sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros». Papa Francisco, así como han hecho sus predecesores, conmemora el aniversario de las apariciones celebrando la Misa en el atrio del Santuario de Fátima. Frente a él hay más de medio millón de fieles. Peregrinos de Portugal y de muchas otras partes de Europa y del mundo. Muchos estuvieron velando toda la noche en la explanada en donde ayer por la noche se llevó a camo la procesión de las velas. Entre ellos también hay una familia de prófugos palestinos que encontró refugio justamente en Fátima. Es una enorme manifestación de pueblo, en donde la única verdadera protagonista es María.

Después de haberse reunido con el presidente de Portugal, Francisco hizo una visita privada a las tumbas de Francisco y Jacinta Marto, los dos hermanitos videntes a quienes media hora después proclamó santos. Al lado de la tumba de Jacinta está la de sor Lucía dos Santos, la prima de los dos nuevos santos niños, los primeros que son canonizados sin haber sufrido el martirio. Fue un momento conmovedor, sobre todo a la luz de lo que Francisco estaba por decir en la homilía, en la que recordó todo lo que la pequeña Jacinta rezó y sufrió por el Papa. En las tumbas de Francisco y Jacinta, dentro del santuario, fueron depositadas dos rosas blancas.


Papa Francisco canoniza a los pastorcillos de Fátima



Después de la proclamación de la santidad de los dos pastorcillos de Fátima, en la homilía, el Papa Bergoglio recordó a la «Mujer vestida de sol» del Apocalipsis. «Tenemos una Madre, una “Señora muy bella”, comentaban entre ellos los videntes de Fátima mientras regresaban a casa, en aquel bendito 13 de mayo de hace cien años. Y, por la noche, Jacinta no pudo contenerse y reveló el secreto a su madre: “Hoy he visto a la Virgen”. Habían visto a la Madre del cielo. En la estela de luz que seguían con sus ojos, se posaron los ojos de muchos, pero…estos no la vieron».

La Virgen, continuó Francisco, «no vino aquí para que nosotros la viéramos: para esto tendremos toda la eternidad, a condición de que vayamos al cielo, por supuesto. Pero ella, previendo y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que nos lleva una vida ―a menudo propuesta e impuesta― sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre, porque, como hemos escuchado en la primera lectura, “fue arrebatado su hijo junto a Dios”. Y, según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodeaba con el manto de Luz que Dios le había dado. Según el creer y el sentir de muchos peregrinos —por no decir de todos—, Fátima essobre todo este manto de Luz que nos cubre, sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra, cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, “muéstranos a Jesús”».

Francisco invitó a los peregrinos a permanecer «aferrados» a la Virgen «como hijos», «Como un ancla, fijemos nuestra esperanza en esa humanidad colocada en el cielo a la derecha del Padre». Después,el Papa citó a los dos pastorcillos apenas proclamados santos: «La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a “Jesús oculto” en el Sagrario».
Entonces, Bergoglio evocó una de las visiones de Jacinta, referida por su prima Lucía en la tercera de sus Memorias: «¿No ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que lloran de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?». «Gracias por haberme acompañado. No podía dejar de venir aquí para venerar a la Virgen Madre, y para confiarle a sus hijos e hijas. Bajo su manto, no se pierden; de sus brazos vendrá la esperanza y la paz que necesitan y que yo suplico para todos mis hermanos en el bautismo y en la humanidad, en particular para los enfermos y los discapacitados, los encarcelados y los desocupados, los pobres y los abandonados».

Francisco recordó que «el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”: lo ha dicho y lo ha hecho el Señor, que siempre nos precede. Cuando pasamos por alguna cruz, él ya ha pasado antes. De este modo, no subimos a la cruz para encontrar a Jesús, sino que ha sido él el que se ha humillado y ha bajado hasta la cruz para encontrarnos a nosotros y, en nosotros, vencer las tinieblas del mal y llevarnos a la luz».

Al final de la misa, antes de dirigirse a almorzar con los obispos portugueses, el Papa dirigió un saludo a los enfermos presentes. «Jesús significa dolor, nos comprende, nos consuela y nos da la fuerza, como hizo con san Francisco Marto y santa Jacinta, con los santos de todos los tiempos y lugares. Pienso en el apóstol Pedro, encadenado en la prisión de Jerusalén, mientras toda la Iglesia rezaba por él. Y el Señor consoló a Pedro. He aquí el misterio de la Iglesia: la Iglesia le pide al Señor que consuele a los afligidos como ustedes y Él los consuela, incluso a escondidas, los consuela en la intimidad del corazón y los consuela con la fortaleza».