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Francisco en Carpi, : "No cedamos a la lógica inútil del miedo"
02 - 04 - 2017 - IGLESIA - Europa

«No nos dejemos encarcelar por la tentación de quedarnos solos y sin confianza para conmiserarnos por lo que nos sucede. Esta es la atmósfera del sepulcro; en cambio, el Señor desea abrir la vía de la vida, de la resurrección del corazón». A una semana de la visita a Milán, el Papa sale nuevamente de Roma para visitar una pequeña ciudad italiana. Celebró la misa en la Plaza de los Mártires de Carpi, entre la población que sufrió el terremoto en 2012. En esta visita Carlo Caffarra, uno de los firmantes de las "dubia" ,se abrazo fraternalmente con el Papa.(Andrea Tornielli- Vatican Insider)

 Lo acogieron decenas de miles de personas. En el palco que fue colocado frente a la catedral que fue reconstruida y en la que se puede volver a celebrar desde el 25 de marzo de 2017, Francisco comentó el Evangelio del día, que describe la resurrección de Lázaro, el amigo de Jesús. Fue una ocasión para reflexionar sobre la muerte y la resurrección.

Bergoglio subrayó la conmoción de Jesús, «sacudido por el misterio dramático de la pérdida de una persona querida». Este es, subrayó, «el corazón de Dios: lejos del mal pero cerca de los que sufren; no hace que desaparezca el mal mágicamente, pero comparte el sufrimiento, lo hace propio y lo transforma habitándolo». Pero, añadió Francisco, también en medio de la desolación general por la muerte de Lázaro, «Jesús no se deja transportar por el desconsuelo, no se encierra en el llanto, sino que reza con confianza».

«Así –dijo el Pontífice–, en el misterio del sufrimiento, frente al cual el pensamiento y el progreso chocan como moscas contra el vidrio, Jesús nos ofrece el ejemplo sobre cómo comportarnos: no huye el sufrimiento, que pertenece a esta vida, pero no se deja aprisionar por el pesimismo».

Alrededor de ese sepulcro, explicó el Papa, «se realiza así un gran encuentro-desencuentro. Por una parte está la gran desilusión, la precariedad de nuestra vida mortal que, atravesada por la angustia por la muerte, experimenta a menudo la derrota, una oscuridad interior que parece insuperable. Nuestra alma, creada para la vida, sufre sintiendo que su sed de eterno bien es oprimida por un mal antiguo y oscuro. Por una parte está esta derrota del sepulcro. Pero por la otra parte está la esperanza que vence a la muerte y al mal, y que tiene un nombre: Jesús».

Jesús, explicó Francisco, «no lleva un poco de bienestar o algún remedio para alargar la vida, pero proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en mí, aunque muera, vivirá”». Y, por lo tanto, también nosotros «estamos invitados a decidir de cuál parte estamos. Se puede estar de la parte del sepulcro o de la parte de Jesús. Hay quien se deja encerrar en la tristeza y hay quien se abre a la esperanza. Hay quien se queda atrapado en los escombros de la vida y quien, como ustedes, con la ayuda de Dios se levanta de los escombros y reconstruye con paciente esperanza». Una observación que se refiere a la laboriosidad y dedicación con la que las personas de Emilia han sabido reaccionar al terremoto con la reconstrucción.

Frente a los grandes “por qué” de la vida, explicó el Papa, «tenemos dos vías: quedarnos viendo melancólicamente los sepulcros de ayer y de hoy, o hacer que se acerque Jesús a nuestros pequeños sepulcros. Sí, porque cada uno de nosotros ya tiene un pequeño sepulcro, un remordimiento que vuelve, un pecado que no se logra superar. Identifiquemos hoy estos sepulcros nuestros e invitemos allí a Jesús. Es raro, pero a menudo preferimos estar solos en nuestras grutas oscuras que tenemos dentro, en lugar de invitar a Jesús; estamos tentados de buscarnos siempre a nosotros mismos, cayendo en la angustia, chupándonos las llagas, en lugar de ir hacia Él».

Entonces, no hay que dejarse aprisionar por la tentación de la desconfianza, repitiendo con resignación «que todo está mal y que y nada es como antes», porque esta «es la atmósfera del sepulcro». «Escuchamos, entonces, que las palabras de Jesús a Lázaro se dirigen a cada uno de nosotros: “¡Sal!”; sal de la gruta de la tristeza; disuelve las vendas de miedo que obstruyen el camino; los lazos de las debilidades y de las preocupaciones que te bloquean, repite que Dios desata los nudos. Al seguir a Jesús aprendemos a no anudar nuestras vidas a problemas que se enredan».

Claro, reconoció el Pontífice, «siempre habrá problemas y, cuando resolvemos uno, puntualmente llega otro». Pero es posible encontrar una nueva estabilidad, y «esta estabilidad es justamente Jesús, que es la resurrección y la vida: con él la alegría habita el corazón, la esperanza renace, el dolor se transforma en paz, el temor en confianza, la prueba en oferta de amor. Y aunque nunca falten los pesos, siempre estará su mano que levanta».

No importa cuán pesado sea «el pasado, grande el pecado, fuerte la vergüenza –concluyó Francisco–, nunca cerremos la entrada al Señor. Quitemos ante Él esa piedra que le impide entrar: este es tiempo favorable para remover nuestro pecado, nuestro apego a las vanidades mundanas, el orgullo que nos paraliza el alma, muchas enemistades entre nosotros, en las familias, muchas cosas...»».

Al llegar a la catedral, el Papa saludó a todos los obispos de la Región que estaban presentes y se detuvo a hablar con el cardenal Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia y firmatario (con otros tres purpurados) de las cinco “dubia” sobre la exhortación “Amoris laetitia”. Caffarra y Francisco se abrazaron fraternalmente.