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El Papa: que Europa vuelva a descubrir la solidaridad
25 - 03 - 2017 - CULTURA - PolĂ­tica

El discurso a los líderes de la Unión en el 60 aniversario de los Tratados de Roma. No tengan miedo «de asumir decisiones eficaces, capaces de responder a los problemas reales de las personas» (Andrea Tornielli-Vatican Insider)

«Europa vuelve a encontrar esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones». Esto implica «la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos» que la componen. Lo dijo Francisco a los líderes de los 27 países de la Unión Europea, que fueron recibidos en el Vaticano este 24 de marzo de 2017 por la tarde, en ocasión de los sesenta años de los Tratados de Roma, que marcaron el nacimiento de la Comunidad Europea. Se trata de un discurso que continúa con el recorrido que comenzó con los discursos de Bergoglio en Estrasburgo (en noviembre de 2014) y en ocasión del Premio Carlo Magno (en mayo de 2016) y que llega un momento en el que crecen los movimientos populistas de la mano del miedo por los atentados yihadistas. Después de los discursos iniciales del Presidente del Consejo italiano, Paolo Gentiloni, y del Presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, el Papa comenzó su discurso invitando a volver a descubrir y a dar vida a los ideales de los padres fundadores, recordó las raíces cristianas de Europa, habló sobre la solidaridad como «el más eficaz antídoto contra los modernos populismos» e invitó a los líderes europeos a «no tener miedo a tomar decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las personas y para resistir al paso del tiempo».


Europa no es un conjunto de reglas que hay que seguir

En la primera parte de su discurso, el Papa volvió a proponer los ideales europeos con las palabras de los padres fundadores, recordando que el aniversario «no puede ser sólo un viaje al pasado, sino más bien el deseo de redescubrir la memoria viva de ese evento para comprender su importancia en el presente» y poder afrontar los desafíos «del futuro». Los padres fundadores nos recuerdan, dijo Francisco, que Europa «no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir», sino «una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar». El origen de la idea de Europa, decía Alcide De Gasperi, es «la figura y la responsabilidad de la persona humana con su fermento de fraternidad evangélica, [...] con su deseo de verdad y de justicia que se ha aquilatado a través de una experiencia milenaria». El espíritu de solidaridad europea, continuó Francisco, «es especialmente necesario ahora, para hacer frente a las fuerzas centrífugas, así como a la tentación de reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras».

Los muros que se levantan y la paz «por descontado»

El Papa también recordó todos los esfuerzos que hubo que hacer para derrumbar la barrera artificial que dividió a Europa en dos, cuyo simbolo era el Muro de Berlín. «¡Cuánto se ha luchado para derribar ese muro! Sin embargo, hoy se ha perdido la memoria de ese esfuerzo. Se ha perdido también la conciencia del drama de las familias separadas, de la pobreza y la miseria que provocó aquella división. Allí donde desde generaciones se aspiraba a ver caer los signos de una enemistad forzada, ahora se discute sobre cómo dejar fuera los “peligros” de nuestro tiempo: comenzando por la larga columna de mujeres, hombres y niños que huyen de la guerra y la pobreza, que sólo piden tener la posibilidad de un futuro para ellos y sus seres queridos». Después Francisco se refirió al gran éxito de la paz en Europa, «el tiempo de paz más largo de los últimos siglos». Un bien que «para muchos», de alguna manera, «se da por descontado, y así no es difícil que se acabe por considerarla superflua. Por el contrario, la paz es un bien valioso y esencial, ya que sin ella no es posible construir un futuro para nadie, y se termine por “vivir al día”».

La crisis es una oportunidad

Bergoglio explicó que el común denominador de los padres fundadores de Europa unida «era el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y a la conciencia de que en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo, sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles». Esos valores, continuó, «seguirán teniendo plena ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró. En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas», sin «contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente». La «crisis», concepto que domina nuestro tiempo (desde la crisis económica hasta la de la familia, pasando por la de las instituciones o la de los migrantes) es un término que «por sí mismo» no tiene «una connotación negativa», y no indica «solamente un mal momento que hay que superar»: la palabra en griego significa «investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades».

¿Cuáles son las esperanzas para la Europa del mañana?

Las respuestas a esta pregunta, según Francisco, se encuentran justamente en los pilares sobre los que fue edificada la Comunidad económica europea: «la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al futuro». Los que gobiernan deben «identificar los procesos concretos» para evitar que «los pasos significativos» que se dan se dispersen, sino que «aseguren un camino largo y fecundo». Para volver a encontrar la esperanza se requiere «la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos que componen la Unión». Desgraciadamente, «a menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una «separación afectiva» entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión». Bergoglio recordó que «Europa es una familia de pueblos» y que la Unión Europea «nace como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias».

Los populismos y el liderazgo político

Hoy la Unión Europea necesita «redescubrir el sentido de ser ante todo «comunidad» de personas y de pueblos». La solidaridad, explicó el Papa, es «el antídoto más eficaz contra los modernos populismos», e «implica la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para “simpatizar” con el otro y con el todo. Si «uno sufre, todos sufren. Por eso, hoy también nosotros lloramos con el Reino Unido por las víctimas del atentado que ha golpeado en Londres hace dos días». Por el contrario, los populismos «florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante». Se necesita, como consecuencia, «volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos». Los líderes políticos, afirma Francisco, deben evitar «usar las emociones para ganar el consenso, para elaborar en cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de modo que el que corre más deprisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce para alcanzar al que está a la cabeza».

Migrantes, un desafío cultural

Europa «vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades». Por lo demás, su historia «su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural». «No se puede limitar —observó el Pontífice— a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad. La cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo cultural». Francisco subrayó que el miedo advertido a menudo encuentra «su causa más profunda en la pérdida de ideales». Sin «una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el bienestar material». Por el contrario, «la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia». Europa, insistió Bergoglio, «tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo». Estos son los ideales «que han hecho a Europa, la “península de Asia” que de los Urales llega hasta el Atlántico».

Invertir en el desarrollo y en la familia

El Papa recordó que «no hay verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria», ni cuando «falta el trabajo o la expectativa de un salario digno», ni «en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia».

Hay que ofrecerles a los jóvenes «perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo». Europa vuelve a encontrar su esperanza «cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad».

A sus 60 años, la Unión no está vieja

«A diferencia de un ser humano de sesenta años —concluyó Francisco—, la Unión Europea no tiene ante ella una inevitable vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud. Su éxito dependerá de la voluntad de trabajar una vez más juntos y del deseo de apostar por el futuro. A vosotros, como líderes, os corresponde discernir el camino para un “nuevo humanismo europeo”, hecho de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo a tomar decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las personas y para resistir al paso del tiempo». Y es por ello que Francisco, retomando las palabras del Primer Ministro de Luxemburgo, Joseph Bech, concluyó diciendo: «Creo que Europa merece ser construida».