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Santo Padre "Los Reyes pudieron adorar porque se postraron ante el pobre "
06 - 01 - 2017 - PAPADOS - Francisco

 "Los Magos reflejan la imagen de todos los que no han dejado que se les anestesie el corazón". El Papa Francisco ha dedicado su homilía de la Misa de la Epifanía a la actitud de "nostalgia por lo divino" que empujó a los sabios del Oriente a buscar al Señor, en contraposición a la sed cegadora del poder que caracterizaba al rey Herodes. Texto completo de la homilía. (Religión Digital)

Hoy, la Solemnidad de la manifestación del Señor a los gentiles, es una fiesta para "la contemplación de la hermosura de la gloría de Dios", tal como se aprecia en la Colecta del Día. Las lecturas del día: la de Isaías 60, 1-6, en primer lugar: "las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso". Después, el Salmo 72: "que te teman mientras el sol brille y mientras la luna permanezca en el cielo". Luego, de Efesios 3, sobre el misterio divino que por fin se les ha dado a conocer a los seres humanos.

"Vimos su estrella en Oriente y hemos venido para adorar al Señor". Este fue el Aleluya que procedió al Evangelio, el de la llegada de los sabios procedentes del Oriente a Jerusalén y al rey Herodes, para enterarse de donde había nacido el Cristo. Después del Evangelio hubo el anuncio de la Pascua y las fiestas móviles del año, una tradición antigua de la Iglesia que se remonta a una época en la que los calendarios no estaban fácilmente disponibles.

En su sermón, el Papa empezó observando que los Magos de Oriente "no se pusieron en camino porque hubieran visto una estrella, sino que vieron una estrella porque ya estaban de camino". Les empujo, dijo el Pontífice, una "santa nostalgia" por lo divino, la misma que "empujó al anciano Simeón, al hijo pródigo, a salir de una actitud de derrota". "La misma la sintió María Magdalena, y la empujó para salir al sepulcro y verle resucitado".

Esta nostalgia de lo divino "es la actitud que rompe aburridos conformismos, que va en busca del futuro", continuó el Papa. "La nostalgia de Dios va a la periferia, a la frontera... ahí donde la Buena Nueva es un terreno sin explorar".

En cuanto a los otros protagonistas del Evangelio de hoy, Francisco comentó que "Jerusalén y Herodes dormían bajo una anestesia cauterizada, en un estupor". Ese estupor, dijo, "es un desconcierto que brota de la cultura del ganar a toda costa, que nace del miedo, del dolor. Así el rey Herodes tuvo miedo. Ese miedo le llevó a buscar la seguridad en el crimen". "Herodes"; dijo el Papa: "Matas a niños en el cuerpo porque a ti te mata el miedo en el corazón".

 

"La osadía más difícil y más lograda de los Magos fue descubrir que la mirada de Dios sana, que ha querido nacer donde no lo esperamos, donde no lo queremos, donde lo negamos". Lo que los Reyes descubrieron, dijo el Papa, es que la "fuerza y poder" de Dios se llama "misericordia", no la sed de poder de Herodes y las autoridades terrenales. "Ay, ¡qué lejos se encuentra para algunos Jerusalén de Belén!", se lamentó Francisco.

"Herodes no pudo adorar porque buscaba que le adorasen. Conocía las profecías. No estaba dispuesto a cambiar ni a caminar". Y eso en contraposición a la actitud de los Reyes: "Los Magos estaban cansados de los Herodes de su tiempo. Pudieron adorar porque se postraron antes el indefenso, el pobre, el herido".

"La mirada de Dios levanta, perdona, sana". Este fue en resumen el mensaje de la homilía del Papa de hoy. "En la mirada de Dios hay espacio para los heridos", tal y como descubrieron los sabios de Oriente. "Descubrieron la promesa de novedad, gratuidad, estaba sentándose algo nuevo. Postrándose ante el indefenso, descubrieron la Gloría de Dios".

 

Texto completo de la homilía del Papa:

«¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2).
Con estas palabras, los magos, venidos de tierras lejanas, nos dan a conocer el motivo de su larga travesía: adorar al rey recién nacido. Ver y adorar, dos acciones que se destacan en el relato evangélico: vimos una estrella y queremos adorar.
Estos hombres vieron una estrella que los puso en movimiento. El descubrimiento de algo inusual que sucedió en el cielo logró desencadenar un sinfín de acontecimientos. No era una estrella que brilló de manera exclusiva para ellos, ni tampoco tenían un ADN especial para descubrirla. Como bien supo decir un padre de la Iglesia, «los magos no se pusieron en camino porque hubieran visto la estrella, sino que vieron la estrella porque se habían puesto en camino» (cf. San Juan Crisóstomo). Tenían el corazón abierto al horizonte y lograron ver lo que el cielo les mostraba porque había en ellos una inquietud que los empujaba: estaban abiertos a una novedad.
Los magos, de este modo, expresan el retrato del hombre creyente, del hombre que tiene nostalgia de Dios; del que añora su casa, la patria celeste. Reflejan la imagen de todos los hombres que en su vida no han dejado que se les anestesie el corazón.
La santa nostalgia de Dios brota en el corazón creyente pues sabe que el Evangelio no es un acontecimiento del pasado sino del presente. La santa nostalgia de Dios nos permite tener los ojos abiertos frente a todos los intentos reductivos y empobrecedores de la vida. La santa nostalgia de Dios es la memoria creyente que se rebela frente a tantos profetas de desventura. Esa nostalgia es la que mantiene viva la esperanza de la comunidad creyente la cual, semana a semana, implora diciendo: «Ven, Señor Jesús».
Precisamente esta nostalgia fue la que empujó al anciano Simeón a ir todos los días al templo, con la certeza de saber que su vida no terminaría sin poder acunar al Salvador. Fue esta nostalgia la que empujó al hijo pródigo a salir de una actitud de derrota y buscar los brazos de su padre. Fue esta nostalgia la que el pastor sintió en su corazón cuando dejó a las noventa y nueve ovejas en busca de la que estaba perdida, y fue también la que experimentó María Magdalena la mañana del domingo para salir corriendo al sepulcro y encontrar a su Maestro resucitado. La nostalgia de Dios nos saca de nuestros encierros deterministas, esos que nos llevan a pensar que nada puede cambiar. La nostalgia de Dios es la actitud que rompe aburridos conformismos e impulsa a comprometernos por ese cambio que anhelamos y necesitamos. La nostalgia de Dios tiene su raíz en el pasado pero no se queda allí: va en busca del futuro. Al igual que los magos, el creyente «nostalgioso» busca a Dios, empujado por su fe, en los lugares más recónditos de la historia, porque sabe en su corazón que allí lo espera su Señor. Va a la periferia, a la frontera, a los sitios no evangelizados para poder encontrarse con su Señor; y lejos de hacerlo con una postura de superioridad lo hace como un mendicante que no puede ignorar los ojos de aquel para el cual la Buena Nueva es todavía un terreno a explorar.
Como actitud contrapuesta, en el palacio de Herodes -que distaba muy pocos kilómetros de Belén-, no se habían percatado de lo que estaba sucediendo. Mientras los magos caminaban, Jerusalén dormía. Dormía de la mano de un Herodes quien lejos de estar en búsqueda también dormía. Dormía bajo la anestesia de una conciencia cauterizada. Y quedó desconcertado. Tuvo miedo. Es el desconcierto que, frente a la novedad que revoluciona la historia, se encierra en sí mismo, en sus logros, en sus saberes, en sus éxitos. El desconcierto de quien está sentado sobre su riqueza sin lograr ver más allá. Un desconcierto que brota del corazón de quién quiere controlar todo y a todos. Es el desconcierto del que está inmerso en la cultura del ganar cueste lo que cueste; en esa cultura que sólo tiene espacio para los «vencedores» y al precio que sea. Un desconcierto que nace del miedo y del temor ante lo que nos cuestiona y pone en riesgo nuestras seguridades y verdades, nuestras formas de aferrarnos al mundo y a la vida. Y Herodes tuvo miedo, y ese miedo lo condujo a buscar seguridad en el crimen: «Necas parvulos corpore, quia te necat timor in corde» (San Quodvultdeus, Sermo 2 sobre el símbolo: PL, 40, 655).
Queremos adorar. Los hombres de Oriente fueron a adorar, y fueron a hacerlo al lugar propio de un rey: el Palacio. Allí llegaron ellos con su búsqueda, era el lugar indicado: pues es propio de un rey nacer en un palacio, y tener su corte y súbditos. Es signo de poder, de éxito, de vida lograda. Y es de esperar que el rey sea venerado, temido y adulado, sí; pero no necesariamente amado. Esos son los esquemas mundanos, los pequeños ídolos a los que le rendimos culto: el culto al poder, a la apariencia y a la superioridad. Ídolos que solo prometen tristeza y esclavitud.
Y fue precisamente ahí donde comenzó el camino más largo que tuvieron que andar esos hombres venidos de lejos. Ahí comenzó la osadía más difícil y complicada. Descubrir que lo que ellos buscaban no estaba en el palacio sino que se encontraba en otro lugar, no sólo geográfico sino existencial. Allí no veían la estrella que los conducía a descubrir un Dios que quiere ser amado, y eso sólo es posible bajo el signo de la libertad y no de la tiranía; descubrir que la mirada de este Rey desconocido -pero deseado- no humilla, no esclaviza, no encierra. Descubrir que la mirada de Dios levanta, perdona, sana. Descubrir que Dios ha querido nacer allí donde no lo esperamos, donde quizá no lo queremos. O donde tantas veces lo negamos. Descubrir que en la mirada de Dios hay espacio para los heridos, los cansados, los maltratados y abandonados: que su fuerza y su poder se llama misericordia. Qué lejos se encuentra, para algunos, Jerusalén de Belén.
Herodes no puede adorar porque no quiso y no pudo cambiar su mirada. No quiso dejar de rendirse culto a sí mismo creyendo que todo comenzaba y terminaba con él. No pudo adorar porque buscaba que lo adorasen. Los sacerdotes tampoco pudieron adorar porque sabían mucho, conocían las profecías, pero no estaban dispuestos ni a caminar ni a cambiar.
Los magos sintieron nostalgia, no querían más de lo mismo. Estaban acostumbrados, habituados y cansados de los Herodes de su tiempo. Pero allí, en Belén, había promesa de novedad, había promesa de gratuidad. Allí estaba sucediendo algo nuevo. Los magos pudieron adorar porque se animaron a caminar y postrándose ante el pequeño, postrándose ante el pobre, postrándose ante el indefenso, postrándose ante el extraño y desconocido Niño de Belén descubrieron la Gloria de Dios.