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2016, “año horrible” del liberalismo
31 - 12 - 2016 - CULTURA - Economia

El año 2016 ha sido un tiempo de retrocesos para el liberalismo. Así lo ve The Economist, publicación que se precia de contarse entre el universo de personas e instituciones cuyo credo fundamental son las sociedades y economías abiertas en las que se anima al libre intercambio de bienes, capital, personas e ideas (en ese orden) y a preservar de las libertades contra los abusos del Estado. Ha sido un annus horribilis, y “no solo por el Brexit o por la elección de Donald Trump”. (Aceprensa)

Además de lamentar el hecho de que Siria continúa abandonada a su triste suerte, el semanario británico deplora que la “democracia iliberal” haya ganado tan “amplio apoyo en Hungría, Polonia y más allá”. “En la medida en que [la palabra] globalización se ha vuelto un insulto, han florecido el nacionalismo y el autoritarismo. En Turquía, el alivio por el fracaso del golpe de Estado fue superado por las salvajes represalias. En Filipinas, los votantes eligieron a un presidente que no solo ha desplegado escuadrones de la muerte, sino que alardea de haber apretado él mismo el gatillo. Todo el tiempo, Rusia, que ha hackeado a la democracia occidental, y China, que la semana pasada se burló de EE.UU. al capturar uno de sus drones marinos, insisten en que el liberalismo es solamente un disfraz de la expansión occidental”.

En este contexto, The Economist apunta que muchos partidarios del liberalismo “han perdido los nervios”, que algunos han escrito epitafios del orden liberal y lanzado advertencias sobre las amenazas a la democracia, mientras que otros argumentan que haciendo retoques a las leyes de inmigración y pagando un precio adicional, la vida volverá sencillamente a la normalidad.

“Eso no es suficiente. La amarga cosecha de 2016 no ha destruido repentinamente la reivindicación del liberalismo de ser el mejor modo de conferir dignidad y traer prosperidad y equidad. En lugar de esquivar la batalla de ideas, los liberales deberían saborearla”.

Según explica la publicación, en el último cuarto de siglo el liberalismo lo había tenido todo “demasiado fácil”, pero su dominio tras el colapso del comunismo soviético derivó en pereza y complacencia. En un contexto de creciente desigualdad, “los ganadores se dijeron a sí mismos que vivían en una meritocracia, y que por tanto, su éxito era merecido. Los expertos reclutados para dirigir los grandes sectores económicos se maravillaron con su propia genialidad. Pero la gente común a menudo vio la riqueza como una tapadera para el privilegio, y la experiencia como un egoísmo disimulado”.

Los liberales, señala, debieron haber visto venir la revancha. Ya desde el siglo XIX, frente a las tentaciones tiránicas, tenían una respuesta diferente: antes que la concentración del poder, proponían su dispersión mediante el imperio de la ley, los partidos políticos y los mercados competitivos. Antes que ciudadanos al servicio de Estados todopoderosos, preferían individuos capaces de elegir lo mejor para ellos. Las naciones, en vez de dominar el mundo a través de la guerra, debían abrazar el comercio y los acuerdos.

“Tales ideas han quedado impresas en Occidente, y a pesar del flirteo del señor Trump con el proteccionismo, probablemente perduren. Pero solo si el liberalismo puede lidiar con su otro problema: la pérdida de fe en el progreso. Los liberales creen que el cambio es bienvenido porque, en general, es para bien. Seguramente pueden apuntar cómo la pobreza global, la esperanza de vida, las oportunidades y la paz están mejorando, incluso a pesar de la guerra en Oriente Medio. De hecho, para la mayoría de la gente en la Tierra no ha habido nunca un tiempo mejor para estar vivo”.

Pero tiene que haber cambios, precisa The Economist: “Los liberales tienen que explorar los caminos que abrirán la tecnología y las necesidades sociales. El poder debe retornar del Estado a las ciudades, que actúan como laboratorios de políticas frescas. La política debe escapar del partidismo estéril mediante nuevas formas de democracia local. El laberinto de la fiscalización y la regulación puede ser reconstruido de una manera racional. La sociedad puede transformar la educación y trabajar para que la ‘universidad’ sea algo que derive en carreras diversas para industrias nuevas. Las posibilidades son inimaginables, y un sistema liberal en el que la creatividad individual, las preferencias y la iniciativa tengan una expresión completa, es más adecuado que cualquier otro para aprovecharlas”.

¿Es posible ese sueño tras este 2016?, se pregunta el editor. “Esta publicación cree que el Brexit y la presidencia de Trump serán, posiblemente, costosos y dañinos. Estamos preocupados por la actual mezcla de nacionalismo, corporativismo y descontento popular. Sin embargo, 2016 también representa una demanda de cambio. No olvidemos la capacidad de reinvención, propia de los liberales. No subestimemos el poder la gente […] para pensar e innovar su solución a los problemas. La tarea es aprovechar este impulso inquieto mientras se defiende la tolerancia y la apertura mental, que son la piedra angular de un mundo decente y liberal”.