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Obispo argentino pide no escapar por la "tangente" (coima)
02 - 12 - 2013 - IGLESIA - América

El 40% de lo que se paga por las grandes obras va a parar a bolsillos de los funcionarios afirma el arzobispo de la Plata y pone por ejemplo Italia cuyo servicio Anticorrupción y Transparencia estima que la corrupción le impone al pueblo italiano una tasa inmoral y oculta que supera los cincuenta mil millones de euros. Esto repercute necesariamente en el presupuesto familiar de ahí su gravedad.

 En un artículo publicado el sábado 30 de noviembre en el diario platense “El Día”, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, comentando una reciente homilía del papa Francisco, denuncia la costumbre de “algunos administradores de empresas, y también administradores públicos” de pagar y recibir coimas. “Nos preocupa actualmente -dice el prelado platense- la invasión del narcotráfico y sus consecuencias corruptoras, destructivas. Pero tendríamos que ocuparnos también, muy seriamente, de superar el vicio social de la coima”. El artículo se titula “Escapar por la tangente”, pues en italiano, lengua en la que el Papa pronunció la citada homilía, coima se dice “tangente”.
 
En un artículo publicado el sábado 30 de noviembre en el diario platense “El Día”, el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, comentando una reciente homilía del papa Francisco, denuncia la costumbre de “algunos administradores de empresas, y también administradores públicos” de pagar y recibir coimas. “Nos preocupa actualmente -dice el prelado platense- la invasión del narcotráfico y sus consecuencias corruptoras, destructivas. Pero tendríamos que ocuparnos también, muy seriamente, de superar el vicio social de la coima”.

 

El siguiente es el texto del artículo de monseñor Aguer.

Escapar por la tangente
Nuestro Papa Francisco celebra diariamente la misa en la capilla de la Casa Santa Marta, donde reside, y en la homilía hace un breve comentario del evangelio del día. El 8 de noviembre pasado, el texto presentaba la parábola del administrador infiel (Lucas 16,1-8), que el Santo Padre aplicó al caso actualísimo –y desgraciadamente tan extendido– de la coima. “Se comienza, quizá, con un sobrecito –dijo el Papa– pero es como la droga: se acaba con la enfermedad de acostumbrarse a ella”.

También invitó a rezar “para que el Señor cambie el corazón de los devotos de la diosa coima” y por sus hijos, “tantos niños y muchachos que reciben de sus padres pan sucio, un pan que hace perder la dignidad”. Porque el pan limpio, el auténtico, es el que se gana con el trabajo.

No faltó en el comentario pontificio una alusión a los probables protagonistas del suceso que en la lista clásica de pecados y en buen español se llama cohecho, o soborno: “algunos administradores de empresas, y también administradores públicos, del gobierno… quizá no sean tantos… pero es el comportamiento que toma el camino más corto, más cómodo, para ganarse la vida”.

¡El camino más corto! Precisamente, en italiano –Francisco estaba hablando en italiano– coima se dice tangente (pronunciar tanyente). La tangente es, en geometría, la recta que toca en un punto a una curva, pero el término integra también una expresión bien popular: irse o escapar por la tangente. El diccionario la define así: valerse de un subterfugio o evasiva para salir hábilmente de un apuro. El coimero “toca” al funcionario para agilizar un trámite, para obtener una concesión o licitación.

El sermón papal tuvo una resonancia amplísima, en relación con el fenómeno de la corrupción, que preocupa especialmente en algunos países. Se trata de una deficiencia ética que constituye, cuando se extiende y contagia a muchos, una verdadera lacra social. El corruptor siempre tiene necesidad de un corrupto.

Del Corriere della Sera he obtenido algunos datos sobre lo que ocurre en la península. El servicio Anticorrupción y Transparencia del Ministerio de la Función Pública estima que la corrupción le impone al pueblo italiano una tasa inmoral y oculta que supera los cincuenta mil millones de euros.

Otras opiniones autorizadas consideran que en tiempos de crisis como los actuales se puede razonablemente temer que el impacto social de la coima incida sobre el desarrollo económico del país.

Se ha calculado también que los “sobrecitos” hacen elevar en un cuarenta por ciento el costo de las grandes obras; en el programa de infraestructuras estratégicas 2013-2015 el cómputo del sobreprecio llega a noventa y tres mil millones, lo que equivale a casi seis puntos del producto bruto interno. Puesto que el costo de la coima lo pagan todos, grava el presupuesto de cada familia, como término medio, en unos cinco mil euros por año.

Una encuesta reciente revelaba que en 2012 un doce por ciento de los italianos, casi uno sobre ocho, había recibido un pedido, más o menos explícito, de “tangente”. Un último dato: ha disminuido escandalosamente el número de condenas por corrupción, peculado, concusión y abuso del oficio, y cuando las ha habido, las penas han sido levísimas.

¿Y por casa cómo andamos? No he podido acceder a datos vertidos públicamente con tanta seguridad como en el caso de Italia; si existen investigaciones y cálculos ciertos podrían disipar o confirmar la convicción pesimista, y generalizada, de que no nos quedamos atrás en el arte de “arreglar de otra manera” nuestras dificultades.

Los “arreglos” que se traban en los altos niveles cuando está en juego la realización de obras faraónicas que implican enormes inversiones, tienen su réplica popular en la oferta de un favor para aliviar los numerosos trámites que fastidian la vida cotidiana de cualquier ciudadano.

Consolémonos pensando que el problema es mundial. Pero todo tiene su límite, también la inmoralidad. En la economía moderna se puede reconocer que la diferencia entre comisión –que puede ser legal– y coima es análoga a la que existe entre préstamo a interés y usura.

Me han contado que en los Estados Unidos existen sanciones, por ejemplo no poder contratar con el Estado, para las compañías que se exceden más allá del cinco por ciento en el pago de comisiones ilegales; a ese porcentaje tolerado lo llaman “fondo de víboras”.

Debemos hacer nuestra la inquietud del papa Francisco. Nos preocupa actualmente la invasión del narcotráfico y sus consecuencias corruptoras, destructivas. Pero tendríamos que ocuparnos también, muy seriamente, de superar el vicio social de escapar por la tangente.+ (AICA)