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El SIDA en África, los cristianos y el mal olvidado
15 - 11 - 2016 - EMERGENCIA ANTROPOLOGICA - Otros

Presentación, en la Universidad Gregoriana (Roma), de un libro editado por el padre Jacquineau Azetsop sobre cómo afrontar la pandemia según perspectivas teológicas, pastorales y sanitarias; se habla siempre sobre los comportamientos y mucho menos sobre las causas estructurales de la difusión del virus, que son la marginación, la pobreza y la discriminación de las mujeres.(Vatican Insider)

«A veces me da la impresión de que cuando se habla sobre el SIDA en África el tema de los condones es solo una distracción…». El padre Jacquineau Azetsop, de 44 años, es un jesuita de Camerún que enseña en la Pontificia Universidad Gregoriana, en donde es decano de la Facultad de Ciencias Sociales. Acaba de editar un volumen titulado «HIV and AIDS in Africa: Christian Reflection, Public Health, Social Transformation» (Orbis Book); se trata del estudio más completo sobre el problema del SIDA en ámbito cristiano, y reúne unas 30 publicaciones de expertos africanos. El libro contiene reflexiones y análisis según las diferentes perspectivas (teológica, pastoral y sanitaria) y será presentado el próximo jueves 17 de noviembre en la Gregoriana, a las 16.30 hrs.

En 2012 alrededor de 23 millones de personas en el África subsahariana fueron infectadas por el virus VIH que provoca el SIDA. Una pandemia que «en conjunto —explica el padre Azetsop— es un mal físico y moral que ha puesto a la prueba tanto a la medicina como a la sociedad humana». El jesuita dice que «cuando se habla de SIDA y en particular sobre su difusión en África siempre se alude a la transmisión del virus debido a los comportamientos y a la cultura de quienes son infectados. Se habla de la “promiscuidad” de los africanos y de sus comportamientos. Se habla mucho menos —añade el editor de la obra— del tema social: la marginación, la pobreza, la discriminación de la mujer». Los factores sociales, las condiciones de vida de la población son, de hecho, «factores fundamentales» para la difusión del virus.

Y también tienen responsabilidades los líderes políticos africanos, que no actúan como deberían para contrarrestar la enfermedad ni para construir condiciones de vida más humanas para sus poblaciones. «En el libro se incluyen testimonios interesantes, como el del obispo de Rustenburg en Sudáfrica, Kevin Dowling, que narra la desolación de las personas jóvenes víctimas del apartheid, la desolación psicológica de los que creen que no pueden hacer nada contra la enfermedad. Dicen: “Nada puede cambiar nada, porque mi vida no vale nada”». El enfoque para afrontar la emergencia propuesto en el libro es un enfoque «global, holístico», que tome en cuenta todas las dimensiones y todos los factores. Empezando por el enfoque cristiano del problema. La epidemia y sus consecuencias «son afrontadas desde el punto de vista bíblico y teológico, para llegar a la dinámica social de la enfermedad y lograr que la Revelación ayude a vivir a las personas afectadas».

¿Cómo ayudan los cristianos africanos a las personas infectadas y de qué manera sus comunidades (principalmente las pequeñas comunidades cristianas) sostienen a los necesitados? ¿Cuáles fundamentos teológicos y bíblicos pueden ayudar a los creyentes en sus vidas y en sus trabajos en diferentes puestos, desde los que cuidan a los enfermos hasta los directores sanitarios? ¿Cuáles son los valores y las prácticas, tanto públicos como personales, que deberían ser adoptados para mejorar el bienestar público y evitar futuras pandemias? ¿Cómo es posible adorar al Dios de la abundancia de vida y celebrar los sacramentos en un contexto herido por el dolor evitable y del sufrimiento inútil? ¿De qué manera las Iglesias cristianas deberían formar a us líderes, afrontar los conflictos y proyectar intervenciones basadas en la realidad durante momentos difíciles? Estas son las preguntas que afronta el volumen.

Lo que quiso, dijo el padre Azetsop, no fue «editar un libro dedicado a Europa o a Estados Unidos (aunque haya teólogos estadounidenses que han contribuido), sino, sobre todo, para las nuevas generaciones de africanos, para ayudarlos a estar frente a este drama y acompañar a las personas afectadas». El estudioso confirma que «la Iglesia está haciendo mucho, muchísimo, por quienes sufren y para prevenir la difusión del virus. En ciertos países hace más que los gobiernos. Se trabaja para que la enfermedad no equivalga a una sentencia de muerte y, sobre todo, para eliminar el estigma de maldición que la acompaña. No estoy de acuerdo —nos dice el jesuita— con todos los que ponen a la Iglesia y sus enseñanzas morales sobre la sexualidad en el banquillo de los acusados. La Iglesia hace muchísimo».

Le preguntamos al padre Azetsop qué piensa sobre las polémicas que provocó la frase que Benedicto XVI pronunció en 2009 durante el vuelo hacia Camerún, cuando Papa Ratzinger, basándose en resultados positivos obtenidos gracias a campañas de educación, observó que el problema no podía ser resuelto solamente con la distribución de dinero y preservativos. «A veces la discusión sobre el condón representa una distracción. Hay que afrontar las causas estructurales de la pobreza. Hay que visitar los “slums” en donde las personas viven amontonadas. ¿Por qué los más pobres son también los más infectados? Hay un problema de condiciones de vida, de promiscuidad, de acceso a curas pediátricas, de acceso a los fármacos. Comportamiento, cultura y educación son importantes, pero si no se afrontan los temas de las condiciones sociales y de desarrollo humano integral no resolveremos el problema».

Vale la pena recordar la respuesta que al respecto dio Papa Francisco en noviembre de 2015 (volviendo de su viaje a África) cuando un periodista alemán le preguntó, después de haber hablado de la difusión epidémica del SIDA, si no había llegado la hora para que la Iglesia cambiara de postura frente a los preservativos. El Papa dijo que la pregunta era «parcial» y la comparó a las que le hacían a Jesús los doctores de la ley. La que citaba el Pontífice era la que le habían hecho los fariseos a Jesús cuando se encontraba en la casa de uno de ellos como huésped y había «un hombre enfermo de hidropesía». Y fue Jesús mismo quien hizo una pregunta para los apasionados de la casuística: «¿Es lícito o no curar de sábado?».

Francisco recordó que sí, que los condones son uno de los métodos para limitar la difusión e la infección y que la «moral de la Iglesia se encuentra sobre este punto frente a una perplejidad», pues debe tener en cuenta tanto la necesidad de preservar la vida de las personas, evitando que sean infectadas, como defender el ejercicio de una sexualidad abierta a la transmisión de la vida. «Pero este no es el problema —añadió el Papa. El problema es más grande». «¡Es obligatorio curar!», explicó haciendo propia la respuesta de Jesús que curó al enfermo de hidropesía a pesar de que era sábado. Y continuó: «La desnutrición, la explotación, el trabajo esclavo la falta de agua potable, estos son los problemas. No hablemos sobre si se puede usar tal curita para una herida. La gran injusticia es una injusticia social, la gran injusticia es la desnutrición. No me gusta ir a reflexiones tan casuísticas cuando la gente muere por falta de agua o por hambre. Pensemos en el tráfico de armas. Cuando no existan estos problemas, creo que se podrá hacer la pregunta: ¿es lícito curar de sábado? ¿Por qué se siguen fabricando armas? Las guerras son el motivo de la mortandad más grande. No hay que pensar si es lícito o no es lícito curar de sábado. Hagan justicia y, cuando todos estén curados, cuando no haya injusticia en este mundo, podremos hablar sobre el sábado». Bergoglio, pues, invitó a una mirada realista sobre la realidad y sobre los males de África.(Andrea Tornielli)