En el caso del Reino Unido, las clases medias -los trabajadores la configuran en buena medida- dieron la espalda a la unión con Europa por la confluencia de un carácter específico: el mantenimiento -¿añoranza?- de su imaginario nacional y el rechazo de unos efectos, los de la globalización, mal paliados por las políticas europeas y británicas. La City, los grandes medios de comunicación, las élites culturales y económicas, y también la racionalidad económica, fueron superadas por los malparados de la sociedad. De ahí el radical giro “social” del partido conservador para controlar este cambio social.

En Colombia hubo un rechazo de una parte de la población a lo que consideraban un acuerdo de las élites que inyectaba planteamientos inasumibles en relación a las prerrogativas otorgadas a la guerrilla, y algo que fue decisivo, la oposición frontal a los puntos del acuerdo que introducían la teoría de género. La diferencia entre el éxito y el fracaso radicó en los votos contrarios concitados por esta pretensión.

En los Estados Unidos la tónica ha sido -bajo su especificidad- semejante. Trump ha sabido dar respuesta verbal a cuestiones que hieren a la gente corriente, desde las intervenciones militares que muchos ya no entienden a la perdida de lugares de trabajo por la deslocalización y el aumento de la desigualdad. El paradigma es Silicon Valley, donde crecen los millonarios de la tecnología decrecen los puestos de trabajo y aumenta la producción deslocalizada y el precio de los alquileres en Los Ángeles y San Francisco, en un proceso de gentificación que expulsa a las familias tradicionales, mientras se multiplica la pobreza y el trabajo basura. Los amos de las tecnológicas han apoyado en bloque a Clinton, ¿Cómo van a hacer lo mismo los damnificados por sus comportamientos? Hay una contradicción objetiva que explica también por qué Clinton no arraso contra las previsiones entre las mujeres, porque muchas apoyaron a Trump, como hicieron el 30 % de hispanos y muchos negros se detrajeron de votarla. Y es que es la gente de menores ingresos la que convive con las consecuencias, muchas buenas, otras destructivas, de una gran inmigración que crea problemas precisamente en los barrios más marginados. El ¡basta ya! ha llevado a mucha gente a votar por el millonario, que ha llenado su campaña de insultos y descalificaciones pero que hablaba con rotundidad en defensa de sus necesidades

Una cifra lo puede resumir todo. Si nos atenemos a los ingresos de la población, Clinton solo ha ganado claramente entre quienes ingresan más de 100.000 dólares al año.

Simplificando, sin traicionar la realidad, puede decirse que la gente ha votado antes por clase social que por sexo, Gender, o la minoría étnica.

Cuando todo esto ocurre no le echen la culpa a la gente que protesta porque la pisan, ni aquellos -llamados populistas- que aportan soluciones simples, demasiadas veces en términos del enemigo externo que se aprovecha de la situación. No, la responsabilidad se encuentra en esa mezcla de política liberal en lo económico y transgresora en lo moral, que dicta el estilo de vida y las condiciones de trabajo en unos términos que solo son buenos para quien puede pagárselo. Cuando se celebra desde estos lares el Obamacare, la ampliación del seguro sanitario, se olvida del gran rechazo que ha generado en muchos de sus teóricos beneficiarios. Cuando Obama establece el lavabo unisex en la Casa Blanca como símbolo del proceso, ignoran el rechazo de la gente normal que no entiende que se haga ideología con las necesidades elementales. Cuando se impone el matrimonio homosexual por una vía no democrática, el Tribunal Supremo, se prescinde de la posición de la mayoría de estados a tal medida. Cuando se habla del éxito de la salida de la crisis, se ignora la tremenda desigualdad en la distribución de sus beneficios.

Trump ha ganado gracias a él y a pesar de él. Pero no olvidemos que ya antes cualquier candidato republicano vencía a Clinton en las encuestas previas. Excepto Trump. Él ha ganado con la vigorosa ayuda de lo que significa Clinton y, en buena medida, Obama y la secuela, la farándula de las Madonas, Gagas y demás “lideres” mediáticos y de las redes sociales.