“Como dijo en su día Rumsfeld, uno va a la guerra con el ejército que tiene, no con el que desearía tener. Trump es lo que hay, el único posible por el momento, para representar y dar cierta coherencia oficial a un informe pero intenso y creciente descontento en un grupo de americanos que bien podría ser mayoritario”. Con este párrafo expresaba en Gaceta.es Carlos Esteban lo que Donald Trump, ganador de las elecciones presidenciales de 2016, representaba -representa- para muchos estadounidenses. Es, explicaba, el candidato que ha sabido y querido conectar con la América alejada de las élites -de ese establishment que ha hecho lo imposible por ridiculizar al empresario- que ve cómo quienes les gobiernan no son, ni de lejos, quienes los representan.
Y llegó Donald Trump. Conocido y millonario, lo tenía todo para convertirse en una opción seria en la carrera a la Casa Blanca. Ganó a sus rivales republicanos y ganó, ha ganado, a su contrincante demócrata Hillary Clinton, a Obama, a Goldman Sachs, a Planned Parenthood, a George Soros… a todo el globalismo en este histórico supermartes.
Rozando las cuatro de la madrugada ya del miércoles las proyecciones de los medios de comunicación le concedían la victoria en Florida, el estado barómetro Ohio – “nadie gana sin ganar en Ohio”- y Carolina del Norte. Y Trump celebraba la victoria.

(Fuente: Infovaticana)