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El viaje que cambiĆ³ la vida de la Madre Teresa
14 - 09 - 2016 - GENERALES -

En una travesía en tren por la India, siendo una joven monja, la santa sintió un llamado de Dios para dedicarse a los más pobres entre los pobres. El escritor Jesús María Silveyra hizo el mismo recorrido y y reconstruyó aquel momento clave.

El 10 de septiembre de 1946, la Madre Teresa, viajando en tren desde Calcuta a Darjeeling (650 kilómetros al norte, al pie de la cadena de los Himalayas), recibió una “llamada dentro de la llamada”, por la que abandonaría la Congregación de la Hermanas de Loreto, a la que pertenecía desde 1928, y fundaría las Misioneras de la Caridad. Ella lo llamó: el “Día de la Inspiración”. ¿Qué sucedió en aquel viaje para que, esta religiosa de 36 años, cambiara radicalmente de vida, pasando de ser una monja dedicada a la educación para entregarse por completo a la atención de los más pobres entre los pobres?

Algunos sostienen que estando en la estación de Calcuta, a la espera del tren, vio a un pobre hombre en harapos que se le acercó diciéndole: “Tengo sed”, y que en él vio representado a Cristo. Esta imagen fue llevada al cine como motivadora de su repentino cambio vocacional. Sin embargo, quienes han estudiado con más profundidad el tema, dan una versión diferente de los hechos, con la que concuerdo En mi caso personal, tomé el tren de Calcuta hacia Darjeeling, el 10 de septiembre de 2010 (54 años después), intentando descubrir qué había sucedido durante ese viaje. Además de lo que podía descubrirse en los propios escritos de la Madre Teresa, había un cuadro en la casa principal de la congregación en Calcuta (a la que llaman “Mother House”) que me había dado una pista: era una vía sinuosa de tren, subiendo la montaña, donde Cristo aparecía crucificado en un árbol y María a su lado.

Para entender lo sucedido, según escriben sus biógrafos, había que tener en cuenta el “voto secreto” que había realizado cuatro años antes (1942) y que consistió en su compromiso de “no negarle nunca nada a Dios”. Es decir, que a sus votos de obediencia, pobreza y castidad, añadió el de la sumisión total a la voluntad de Dios. De esta manera, se puede comprender por qué la Madre Teresa fue tan fiel y perseverante en llevar a cabo su misión, más allá de la oscuridad interior que acompañaría parte de su vida al frente de la nueva congregación.

Sobre el viaje en tren a Darjeeling, la propia Madre Teresa escribió: “Era una segunda llamada para abandonar incluso Loreto, donde estaba muy feliz, para ir a las calles a servir a los más pobres de los pobres. Fue en aquel tren que oí la llamada para dejarlo todo y seguirlo a Él a los barrios más miserables ... Yo sabía que era Su voluntad y que tenía que seguirlo. No había duda que iba a ser Su obra”. Y en otra carta agregaba: “Me hizo una llamada para saciar la sed de Jesús sirviéndole entre los más pobres de los pobres”.

Durante ese viaje ella tuvo una experiencia mística de Dios, tan extraordinaria, que cuando bajó del tren ya no era la misma. Ella dirá: “En la fuerte gracia de Luz y Amor divinos que Madre recibió durante el viaje, es donde empiezan las Misioneras de la Caridad ... en las profundidades del infinito anhelo de Dios de amar y ser amado … Fue un encuentro con la sed de Jesús”. Pero aquella sed de Jesús crucificado (que estaba representado en el cuadro que yo había visto en “Mother House”) no era sólo física, sino que era “su sed de amar y ser amado”. De allí que mandara colocar en todas las capillas de las casas de la congregación un cartel con la frase: “Tengo sed”.

A partir de aquel viaje y hasta principios de 1947 empezó a recibir locuciones de Jesús (ella llamó a este fenómeno: “la Voz”). Según escribiera a su director espiritual, el padre Celeste Van Exem y luego al arzobispo de Calcuta, monseñor Ferdinand Périer, Cristo, entre otras cosas, le decía: “Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serán Mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los moribundos y los niños pequeños de la calle … Quiero religiosas libres, revestidas con Mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes, revestidas con mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor, revestidas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por mí?”. Por momentos la Voz se volvía muy dura con ella: “¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por tu Esposo? ¿Por mí, por las almas? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy secundario para ti?” Pero, en otros momentos, la Voz era suave y suplicante: “Pequeña mía, ven, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, por eso no me quieren. Tú ven, ve hacia ellos, llévame hasta ellos”.

Envuelta en esta experiencia mística tan particular, la Madre Teresa comenzó a pedir la dispensa para salir de su congregación e iniciar la nueva obra. Primero se lo pidió a su confesor, luego al arzobispo, más tarde a la Madre Superiora y finalmente al Vaticano. Antes de dos años, obtuvo todos los permisos. Según los expertos, fue más rápido que lo habitual. Su perseverancia e insistencia para salir de la comodidad en que vivía e ir a meterse en los “agujeros oscuros” de los pobres de Calcuta, fue notable. Así, esta pequeña religiosa, de origen albanés y apenas un metro y medio de altura, dejó la casa de las Hermanas de Loreto, se vistió como una hindú, con un sencillo sari blanco orlado con bordes azules y salió a llevar la luz de Cristo a los barrios marginales de Calcuta, sobre todo entre los parias de la casta inferior, conocidos como los “intocables”.

Personalmente, cuando en mi propio viaje subía las verdes montañas cubiertas de té con rumbo a Darjeeling, recorriendo aquel camino sinuoso que estaba pintado en el cuadro, no tuve dudas de que fue en ese trayecto donde la Madre Teresa debió recibir su “segundo llamado” y que, tiempo después, se lo relataría discretamente al pintor. La mejor prueba era que yo había pasado por allí.

En estos días de celebración y alegría por su canonización, sugiero a quienes tanto la admiramos recordar lo que ella misma anticipara mucho antes de morir: “Si alguna vez llego a ser santa, seguramente seré una santa de la oscuridad, porque estaré continuamente ausente del Cielo, para encender la luz de aquellos que en la tierra están en la oscuridad”. Entonces, seguramente le diremos: “Madre Teresa, ven, sé mi luz”.

(Fuente: Valoresreligiosos)