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Corea del Sur, dos años después
09 - 09 - 2016 - IGLESIA - Asia

Viaje a la catolicidad coreana tras la visita de Francisco, en agosto de 2014. Ningún «efecto Bergoglio» impresionante. Pero muchos brotes que son el fruto de una realidad eclesial dispuesta a ponerse en discusión

Han pasado poco más de dos años desde el primer viaje del primer Papa americano a Asia. Entonces, la visita apostólica de Papa Francisco a Corea del Sur (del 14 al 18 de agosto de 2014) fue descrita en resúmenes y comentarios con tonos a menudo entusiastas. Había algunos que teorizaban una «prioridad asiática» en el Pontificado bergogliano, y prefiguraban un tremendo «efecto Bergoglio» incluso en los procesos de crecimiento de la Iglesia coreana y de las demás comunidades católicas en Asia.

Dos años después de aquella visita papal, los tonos entusiasmados dejan lugar a consideraciones más realistas sobre el presente, sobre el futuro y también sobre el pasado del catolicismo coreano. Los juicios de observadores cualificados y de agentes pastorales que ha reunido Vatican Insider son diferentes y, en algunos casos, discordantes, pero concuerdan en una cosa: alejarse de los estereotipos sobre los «efectos taumatúrgicos» atribuidos por algunas personas a las visitas papales en la vida de las Iglesias locales: «El viaje coreano de Papa Francisco —notó el jesuita Gabriel Byoung Young Je, Director del Instituto para la Cultura y la educación internacional de la Sogang University— encendió una pequeña llama en el corazón de la Iglesia de Corea. Pero esa semilla todavía debe convertirse en un fuego verdadero. Y esto no depende del Papa. Depende también de nosotros».

La visita de Papa Francisco, mientras él se encontraba allá, suscitó emoción y tocó el corazón de tanta gente: «Desde antes de que él llegara —recordó Vincenzo Bordo, misionero en la periferia de Seul desde hace casi 25 años— había grandes expectativas. Se decía: “Ahora viene él, y cambia todo”. Vino, hubo entusiasmo, pero después se fue, y también en la Iglesia cambió poco. Claro, dejó un signo que no se puede ignorar. Sus palabras siguen representando un término de comparación, incluso para la praxis eclesial. Pero las cosas no cambian por magia o mecánicamente».

El obispo Peter Kang U-il Kang, a quien muchos consideran un hijo espiritual del desaparecido cardenal Stephen Kim (1922-2009), describe datos y dinámicos de una realidad pluriforme: «En muchas diócesis, incluida en la mía, después de la visita papal se ha registrado un incremento de las personas que se han acercado a la Iglesia y al anuncio del Evangelio. Muchas personas no cristianas quedaron sorprendidas por su personalidad tan simple, y también se registró un aumento en los catecúmenos que pedían el bautismo, que en muchas diócesis fue del 50%, con respecto a los promedios anteriores. Dentro de la iglesia, sus palabras fueron apreciadas por los que advierten la urgencia de una renovación espiritual de la vida eclesial. Y quienes no tienen esta sensibilidad, no logran ni siquiera apreciar el núcleo del mensaje de Papa Francisco. Y olvidan de prisa lo que dijo».

Resistencias y desorientaciones

Según el juicio de algunos sectores coreanos más críticos, las preocupaciones de Papa Francisco no encuentran resonancias adecuadas en sectores influyentes de la Iglesia local. «El Papa pide que todos formen parte de una Iglesia pobre y para los pobres —subraya el teólogo Joseph Kim, director el sitio en línea de información eclesial Catholicpress—, pero en la realidad eclesial coreana hay algunos que no sienten ningún interés por este mensaje. Aquí la Iglesia parece en muchos casos una organización para ricos. Ciertas intervenciones del Papa no encuentran espacio adecuado, sobre todo cuando señala los comportamientos no evangélicos de los sacerdotes y de los obispos, o cuando denuncia el clericalismo». «Grupos eclesiales minoritarios pero que invaden espacios, todavía comprometidos a tiempo completo con la polémica anti-comunista que pervive debido al conflicto con Corea del Norte, parecen no soportar las consideraciones críticas que Papa Francisco ha dirigido al sistema de desarrollo global y a la ideología neoliberal». «Según estos sectores —explicó el padre Timothy Lee Eun-hyung, Secretario del Comité episcopal para la Reconciliación del pueblo coreano— la Iglesia no debe ocuparse de cuestiones sociales. Cada discurso con signo social es atacado como una politización de la Iglesia. E interpretan con el mismo prejuicio también muchas palabras de Papa Bergoglio».

El catolicismo como «status symbol»

Con delicadeza y sin fustigar abiertamente, la visita de Papa Francisco puso en discusión actitudes y reflexiones condicionadas de la realidad eclesial coreana que habían sido identificadas desde hace tiempo. Como la tendencia a «programar» el crecimiento porcentual de los católicos con criterios de mercadeo empresarial. O el peligro de concebir y vivir la pertenencia a la Iglesia católica como un «status symbol» religioso de las clases medio-altas. Hasta el peligro de un modelo eclesial «empresarial», y una imagen de Iglesia concebida como «lobby» vigoroso que pone toda su confianza no en el Señor, sino en la eficiencia de su organización estructurada. La misma obsesión por la construcción de nuevas mega-iglesias, difundida sorbe todo entre las comunidades cristianas evangélicas y pentecostales, contagia en algunos casos también a las diócesis y a ciertos sectores católicos, polarizando la situación: «»Para construir nuevas iglesias —subrayó Joseph Kim— se necesitan ricos, que pueden dar buenas limosnas. Así, los ricos son los que construyen las iglesias, y los pobres no se sienten en su casa. Es más, se sienten excluidos, o juzgados según el patrimonio, y se van». Lo mismo dice Lázaro You Heung Sin, obispo de Daejeon, en donde comenzó desde diciembre del año pasado un camino solidario diocesano programado por tres años: «Los catecúmenos que piden el bautismo pertenecen a la clase media. Los pobres son pocos. Esto nos plantea ciertas preguntas». En un país desarrollado y plasmado según modelos de competencia económica, incluso en los ambientes cristianos encuentra espacio la mentalidad que percibe el bienestar económico como una señal de la predilección de Dios, y la pobreza como un castigo divino.

Falsas comparaciones

Los efectos a largo plazo de la visita de Papa Francisco en la vida cotidiana del catolicismo coreano son comparados con las narraciones épicas sobre los cambios que fueron hechas después de los viajes que hizo Juan Pablo II al país, en 1984 y en 1989. Durante los años ochenta, en la arquidiócesis de Seúl se triplicó el número de los bautizados católicos, y llegó al número de 916 mil. Pero los analistas más listos evitan poner aquella sensible progresión en relación casi automática de causa y efecto con los viajes de Wojtyla a Corea. «Ese crecimiento —recordó el jesuita Gabriel Byoung— se dio en un momento social y político muy particular. Era un tiempo de cambio, con una gran petición de democracia y de justicia social, después de los años del gobierno militar. La de los años ochenta era la generación del “baby boom”. Había inestabilidad, pero también muchas esperanzas, con muchos jóvenes que estaban buscando sentido a la vida. La Iglesia católica ganaba estima y simpatía, porque estaba cerca del pueblo y apoyaba sus esperanzas. Y también esto llevó a muchos a acercase, hasta el punto de pedir el bautismo». Ahora, concuerdan todos, la coyuntura en la que se dio la visita de Papa Francisco es muy diferente. La sociedad coreana ya no está llena de vibrantes esperanzas generacionales. La Iglesia católica sigue contando con un aprecio extendido, sobre todo en relación con las comunidades evangélicas y las budistas, que han tenido autorizados representantes envueltos en escándalos y malos negocios. Pero el aprecio por la imagen pública de la Iglesia católica no se convierte automáticamente en al go esencial para el anuncio evangélico. Y el desarrollo económico va acompañado con procesos de individualismo y secularización parecidos a los que se viven en sociedades avanzadas.

Los «grandes eventos» y la vida cotidiana

«Cuando el pueblo sufría, durante las represiones militares —recuerda Vincenzo Bordo— la Iglesia estaba con el pueblo y sufría con el pueblo. Todavía antes, hasta mediados de los años sesenta, había hambre, y la Iglesia ayudaba a todos. En esas décadas se registró también el aumento de las conversiones, que continúan en la actualidad. Pero ahora, la secularización galopa. Y aunque haya un aumento numérico, ya no se percibe el impulso de florecimiento que hubo hace tiempo». Además, cada vez se ha revelado más inútil la moda clerical de atribuir a las visitas papales efectos milagrosos en la vida de las Iglesias visitadas. «En la historia de la Iglesia coreana —hizo notar el obispo Kang— está claro desde el principio que la Iglesia no nace y no crece por las ideas de los eclesiásticos, por las estrategias planificadas o por los grandes eventos. Los que llevaron a Corea el anuncio del Evangelio fueron pequeños grupos de laicos bautizados que se reunían en las casas, rezaban y leían el Evangelio. No había misioneros, no había sacerdotes. Vivían encomendándose a la gracia en el tejido ordinario de la vida cotidiana. Y esto los mantuvo en la fe incluso durante las persecuciones, mientras seguían encontrándose en las casas para rezar, leer el Evangelio y estudiar la enseñanza de la iglesia. Cuando vino a Corea, también Papa Francisco sugirió que por ese camino podemos caminar hoy: vivir el Evangelio en la vida cotidiana, en las familias, en las comunidades, en las parroquias. Así puede desencadenarse también una fuerza de atracción que es obra de Dios, y no del hombre».(GIANNI VALENTE-VATICAN INSIDER)