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Pekín, el Papa y aquellos “sabotajes” occidentales
30 - 08 - 2016 - CULTURA - Política

El Ministerio de Exterior chino muestra aprecio por las últimas declaraciones del cardenal Parolin que en su “discurso de Pordenone” ha relatado también dos siglos de obstruccionismo por parte de las potencias de Occidente contra el afianzamiento de las relaciones entre China y la Santa Sede

Cuando China y la Iglesia católica se acercan, no todos están de acuerdo. Por esto la larga y sufrida historia de relaciones entre China y el Papado, ya antes de la Revolución mahoísta, está llena de falsos inicios y fracasos, pero también de sabotajes orquestados desde el exterior. Un factor recurrente en las complejas relaciones chino-vaticanas, sobre las que ha vuelto a poner el foco el cardenal Pietro Parolin en su reciente conferencia magistral en Pordenone dedicada a la figura del cardenal Celso Costantini (1876-1958), aperturista del diálogo vaticano con Pekín y primer Delegado apostólico en China desde 1922 a 1933.

En aquel texto, pronunciado en la ciudad friuliana el sábado pasado, el actual Secretario de Estado vaticano ha delineado con claridad los criterios pastorales y no mundanos que guían la Santa Sede en la nueva estación de diálogo en acto con las autoridades de Pekín: una “reinicio” que mira “al bien de los católicos chinos, al bien de todo el pueblo chino y a la armonía de la entera sociedad, en favor de la paz mundial”. En Pekín, las expresiones calibradas por Parolin han sido apreciadas por las autoridades chinas. Ya ayer Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Exterior, preguntado durante la reunión diaria con la prensa sobre las frases de Parolin, ha confirmado la existencia de “canales de comunicación muy eficaces” con los Palacios de más allá del Tévere: “Conocemos muy bien posiciones y preocupaciones recíprocas”, ha añadido el portavoz chino “y por esto esperamos poder trabajar juntos para alcanzar nuevos progresos en nuestras relaciones. Creo que es algo bueno para ambas partes”.

A los funcionarios de Pekín no se les escapará tampoco el “hilo rojo” seguido por Parolin para delinear la figura de Costantini: la historia de los intentos pacientes y tenaces llevados a cabo por el propio Costantini para favorecer la soldadura de las relaciones directas entre la Santa Sede y las autoridades chinas, y de los sistemáticos sabotajes –casi siempre llegados a buen fin-- perpetrados por las potencias de Occidente para impedir al Papa tratar con Pekín sin intermediarios. Una trayectoria recorrida por el Secretario de Estado vaticano sin controversias o conspiraciones, dando voz a los documentos oficiales y a las investigaciones históricas más cualificadas.

El arco histórico recorrido por Parolin comprende casi los dos siglos en los que la política imperialista y colonialista de las potencias occidentales –empezando por Francia e Inglaterra-- han mantenido secuestrado entre connivencias, presiones e incluso chantajes las relaciones entre la Santa Sede y el Imperio Rojo, y la entera actividad apostólica y misionaria de la Iglesia en China. Ya desde 1720 y hasta 1810 –ha recordado en Pordenone el más estrecho colaborador del Papa Francisco-- se concedió a un vice-procurador de la Congregación de Propaganda Fide residir en Pekín para tratar con la Corte Imperial los intereses de las misiones católicas. Pero después las políticas colonialistas de Francia e Inglaterra que culminaron con las Guerras del Opio, hipotecaron irremediablemente su obra apostólica en territorio chino. En su “discurso de Pordenone”, Parolin ha definido “nefasto” los llamados “Tratados desiguales” con los que las potencias occidentales –empezando por Inglaterra, Estados Unidos y Francia-- impusieron a golpe de cañón a China su supremacía colonial, y que incluían también privilegios y garantías siempre más amplias para los misionarios occidentales: “El Tratado de Tien-Tsin, del 1858”, ha recordado Parolin “otorgó a Francia el Protectorado 'general' en China sobre todos los cristianos, de cualquier confesión o nación, incluso si eran chinos, garantizando las actividades de culto y evangelización a la religión cristiana y la compensación económica por los daños causados por posibles ataques”. En este escenario, durante las décadas sucesivas, se registraron los episodios más desvergonzados de boicot occidental –todos trazados por Parolin-- hacia los intentos de China y la Santa Sede de consolidar las relaciones directas. Ya en 1881 Pekín hizo conocer al Vaticano su deseo de establecer relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Las negociaciones, en 1886, llegaron hasta el nombramiento de un nuncio apostólico para enviar al gobierno chino. “Pero el representante pontificio”, dijo Parolin, “no pudo partir a causa de la insidiosa oposición de Francia, determinada a defender a ultranza su Protectorado contra cualquier posible redimensionamiento”.

En su intervención, el Secretario de Estado vaticano se detuvo sobre todo en la intensa fase de negociación que tuvo como protagonista a Costantini, abierta tras el fin del Imperio y con la proclamación de la República de China (1912). En aquel contexto, mientras el pueblo chino reclamaba la abolición de los 'Tratados desiguales' y el fin de la obediencia a los occidentales, el gobierno republicano chino dio a conocer al Vaticano su voluntad de establecer relaciones diplomáticas con la Sede apostólica. “Las negociaciones”, subraya Parolin, “se concluyeron felizmente en 1918 pero por las mismas dificultades no tuvieron ningún seguimiento”. Entonces Pío XI, en 1922, decidió enviar precisamente a Costantini para representarlo en China como Delegado apostólico. “Su misión –ha destacado Parolin-- fue llevada en secreto hasta su llegada a Hong-Kong “para no exponerla al peligro de 'naufragio' a causa de los intereses políticos de las potencias europeas”. Una vez en su destino, el delegado apostólico anotaba en sus memorias: “Frente a los chinos, especialmente, he creído oportuno no tener que acreditar de ninguna manera la sospecha que la religión católica sea puesta bajo tutela y, aún peor, como instrumento político al servicio de las naciones europeas. Quise, desde mis primeras actuaciones, reivindicar mi libertad de acción en el ámbito de los intereses religiosos, rechazando ser acompañado hasta las Autoridades civiles locales por los Representantes de Naciones extranjeras. Habría parecido que estaba en China subordinado a aquellos Representantes”.

Como Delegado apostólico, Costantini consiguió hacer que se celebrara el primer Concilio nacional chino (Shanghai 1924) y comenzara el proceso de descolonización religiosa, luchando contra las obstinadas reservas del Protectorado. Consiguió buenos resultados también en la lucha contra lo que Parolin ha definido “el occidentalismo”, que “daba una apariencia europea al cristianismo en Extremo Oriente terminando por representarlo como una religión extranjera, tratada como un 'cuerpo extraño'”. Pero sus intentos de iniciar negociaciones para establecer acuerdos diplomáticos entre China y la Santa Sede continuaron provocando reacciones poco normales. Y también entonces, las oposiciones más feroces venían desde prestigiosos exponenes clericales: “Francia”, ha contado Parolin en Pordenone, “se opuso decididamente, apoyada por algunos círculos misionarios e incluso por obispos franceses en China, sobre todo de Tianjin, Zhengding, Xianxian, Yuanpingfu y Pekín”. En aquel clima sobreexcitado, Costantini se convirtió incluso en el objetivo “de una ráfaga de ataques vulgares e inauditos, los cuales le llevaron a suspender la extensión de la red diplomática”. Así se perdieron ocasiones y años preciosos.

Una representación china en el Vaticano se pudo instituir sólo durante la Segunda Guerra Mundial y sólo por la insistencia de China de tener el mismo reconocimiento que el Vaticano había concedido a Japón, aliado de la Alemania nazi. La Delegación apostólica de Pekín fue elevada al rango de nunciatura sólo después de la guerra, en 1946. Ese mismo año –ha añadido Parolin-- Pío XII instauró la jerarquía episcopal china reconociendo “la responsabilidad y la autonomía del gobierno respecto a las instituciones occidentales”. Resultados conseguidos también gracias al trabajo paciente y tenaz de Celso Costantini –convertido en Secretario de la Congregación de Propaganda Fide desde 1935 a 1953--, que serían rápidamente arrastrados por la Revolución mahoísta.

Ahora, tras décadas de tragedias y sufrimientos por parte de los católicos chinos, el posible cambio de marcha en las relaciones entre la Santa Sede y la China comunista –ha dicho Parolin en Pordenone-- se encuentra frente a “problemas no del todo diferentes a los afrontados hace 70 años”. Y en contextos históricos radicalmente diferentes, la perspectiva de las relaciones más estrechas entre la China Popular y la Iglesia de Roma continúa provocando alarmas y angustias –con anexa sección eclesiástica-- entre aquellos que se obstinan en identificar a la Iglesia católica como conexión religiosa del Occidente a guía norte-atlántica y, a pretender un “tutor papal” ético-espiritual en los procesos de globalización a guía estadounidense-occidental.

Así se explica la ferocidad de determinadas campañas instrumentales en Occidente para atacar y desacreditar las conversaciones en curso entre la China Popular y la Santa Sede, acusada de perseguir un acuerdo político con Pekín para su propia vanagloria "a través de la piel de los católicos chinos", o de ceder a los titiriteros chinos sin escrúpulos sólo para satisfacer su ciego e ingenuo "optimismo". Caricaturas grotescas, totalmente fuera de lugar respecto al modus operandi de la Santa Sede, acostumbrada a tener en cuenta todos los factores y los actores implicados en la gran negociación que está en juego con China. Incluyendo los posibles sabotajes planeados en Occidente, que todavía no han comenzado, como ha contado en Pordenone el cardenal Parolin. (GIANNI VALENTE -VATICAN INSIDER)