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Francisco y la mirada de Magallanes
27 - 05 - 2016 - PAPADOS - Francisco

«Europa, vista desde Madrid en el siglo XVI era una cosa, pero cuando Magallanes llega al fin del continente americano y mira Europa, desde ahí entiende otra cosa». Esto decía, como ejemplo, Papa Francisco en la entrevista con el periódico de las «Villas Miseria» «La Cárcova News». Es la clave de lectura que el padre Antonio Spadaro retoma para comentar el discurso que pronunció el Pontífice en ocasión de la entrega del premio Carlo Magno.
 

«¿Cuál es la visión que tiene el Papa no europeo sobre Europa?», se pregunta Spadaro. «La mirada de Bergoglio es una mirada europea, porque sus países están en Piamonte y su formación es también radicalmente europea. Él mismo, en el discurso, se reconoce hijo ‘que vuelve a encontrar en la madre Europa sus raíces de vida y de fe’. Sin embargo, él sigue siendo argentino y su experiencia eclesial es latinoamericana. El itinerario de sus viajes al continente comenzó en Lampedusa (‘puerta de Europa’, y como tal meta de un viaje más Europeo que italiano) y en Albania, tierra de Europa que todavía no forma parte de la Unión Europea y que tiene una mayoría islámica. Desde estas ‘periferias’ el Papa pasó brevemente al ‘centro’, es decir a Estrasburgo, para visitar las Instituciones europeas, y después prosiguió por las fronteras: Turquía, Bosnia-Herzegovina y Lesbos, otra trágica "puerta de Europa". En octubre irá a Lund, Suecia. La misericordia, para Francisco —observa el director de la revista ‘La Civiltà Cattolica’— se configura políticamente en libertad de movimiento».

Para comprender esta afirmación, más allá de fáciles consignas, hay que volver a leer la entrevista que concedió en marzo de 2015 a «La Cárcova News», revista popular producida en una «Villa miseria» argentina: «Cuando hablo de periferia hablo de límites. Normalmente nosotros nos movemos en espacios que de alguna manera controlamos. Ése es el centro. Pero a medida que vamos saliendo del centro vamos descubriendo más cosas. Y cuando miramos el centro desde esas nuevas cosas que descubrimos, desde nuestras nuevas posiciones, desde esa periferia, vemos que la realidad es distinta. Una cosa es ver la realidad desde el centro y otra cosa es verla desde el último lugar a donde vos llegaste. Un ejemplo. Europa, vista desde Madrid en el siglo XVI era una cosa, pero cuando Magallanes llega al fin del continente americano y mira Europa, desde ahí entiende otra cosa».

«La mirada de Bergoglio es, pues —escribe el padre Spadaro—, la de Magallanes, y quiere seguir siéndolo. Francisco quiere conocer Europa partiendo de Roma y circunnavegar el continente a partir del sur, prosiguiendo por el este y dirigiéndose (lo hará en octubre) hasta el norte profundo, en Suecia. No ha habido, por el momento, ninguna etapa en el oeste, hacia el Occidente». En la entrevista citada, el Papa prosigue: « La realidad se ve mejor desde la periferia que desde el centro». Este es el motivo de su «trayecto exterior, de la circunnavegación por las orillas. Esto es lo que Francisco busca en Lampedusa, Tirana, Lesbos y Lund: ‘el alma’ europea. Y el alma no es solo el ‘centro’, sino el ‘corazón’ que late y está vivo. Francisco —observa Spadaro— es como un médico que trata de comprender si funciona el corazón observando si fluye la sangre y cómo, y auscultando también la circulación periférica. Otro término para referirse a esta mirada es ‘multipolaridad’».

Francisco lo explicó claramente en su discurso al Consejo de Europa el 25 de noviembre de 2014: Europa no puede ser comprendida en términos de pocos «centros» polares, porque «las tensiones (tanto las que construyen como las que disgregan – se producen entre múltiples polos culturales, religiosos y políticos». La multipolaridad implica «el desafío de una armonía constructiva, libre de hegemonías». Y es por ello que hay que pensar en Europa de manera poliédrica, con todas sus relaciones y tensiones. «La de Francisco es una geopolítica europea no determinista —se lee en el artículo de ‘La Civiltà Cattolica’—, consciente de que la redistribución de la potencia entre los actores principales no da cuenta de las dinámicas profundas del Continente».

Europa, pues, no es «una cosa», sino un «proceso» que sigue su curso dentro de un «mundo más complejo y fuertemente en movimiento». Sus padres fundadores «arquitectaron» un «proyecto iluminado», que siempre se está construyendo. Lo que hay que averiguar no es si se sostiene el edificio, sino si su construcción sigue aquel sabio proyecto. Esta es la opinión del Papa: «Aquella atmósfera de novedad, aquel ardiente deseo de construir la unidad, parecen estar cada vez más apagados; nosotros, los hijos de aquel sueño estamos tentados de caer en nuestros egoísmos, mirando lo que nos es útil y pensando en construir recintos particulares». ¿Por qué ha sucedido esto?, se preguntó el Papa. Porque, respondió coherentemente con su enfoque sobre la realidad, Europa está ante la tentación de «querer asegurar y dominar espacios más que de generar procesos de inclusión y de transformación; una Europa que se va ‘atrincherando’ en lugar de privilegiar las acciones que promueven nuevos dinamismos en la sociedad; dinamismos capaces de involucrar y poner en marcha todos los actores sociales (grupos y personas) en la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas actuales, que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos; una Europa que, lejos de proteger espacios, se convierta en madre generadora de procesos».

Si Europa se considera a sí misma como un «espacio», observa Spadaro, «entonces, antes o después, llegará (y ya ha llegado) el momento del miedo, del temor de que el espacio sea invadido. Antes que nada hay que defender el espacio. En cambio, si Europa es concebida como un proceso en marcha, entonces se comprende que pone en movimiento energías, aceptando los desafíos de la historia. Entonces también las dificultades y las contradicciones ‘pueden convertirse en promotoras potentes de unidad’».

Después de haber recorrido las referencias que utilizó el Papa el pasado 6 de mayo para dar valor a los discursos de los padres fundadores de Europa, el artículo publicado por «La Civiltà Cattolica» concluye con una reflexión sobre la tarea de la Iglesia frente al fin de la idea carolingia del continente. En su discurso sobre Europa, Francisco citó a un autor muy importante para él, el gran teólogo jesuita Erich Przywara, maestro de Hans Urs von Balthasar: «en su magnífica obra ‘La idea de Europa’, nos reta a considerar la ciudad como un lugar de convivencia entre varias instancias y niveles. Él conocía la tendencia reduccionista que mora en cada intento de pensar y soñar el tejido social. La belleza arraigada en muchas de nuestras ciudades se debe a que han conseguido mantener en el tiempo las diferencias de épocas, naciones, estilos y visiones».

Al citar «La idea de Europa», que conoce tan bien, subraya Spadaro, Francisco revela su convicción, que era la que tenía el teólogo jesuita: estamos al final de la época constantiniana y del experimento de Carlo Magno. Es interesante, pues, que el Papa haya citado a Przywara justamente en este contexto carolingio. La «cristiandad», es decir ese proceso que comenzó con Constantino en el que se manifiesta un vinculo orgánico entre la cultura, la política, las instituciones y la Iglesia, está concluyendo. Przywara, de la mano del historiador austriaco Friedrich Heer, está convencido de que Europa nació y creció en relación y en contraposición con el «Sacrum imperium», que tiene sus raíces justamente en la intención de Carlo Magno «de configurar Occidente como un Estado totalitario».

Este proceso, según Heer, es una «posibilidad para la Iglesia de retomar los caminos evangélicos que pusieron en marcha Francisco de Asís, Ignacio de Loyola y Teresa de Lisieux, rompiendo la barrera que la separaba de los pobres, a quienes el cristianismo (en la coyuntura teológica-política de las diferentes formas de la cristiandad) siempre les ha aparecido como la ideología política (y la garantía) de las clases dominantes». Según Heer, recuerda Spadaro, el fin de la cristiandad no significa el ocaso del Occidente, «sino más bien un recurso teológico decisivo, puesto que la misión de Carlo Magno está concluyendo. Cristo mismo retoma la obra de conversión. Cae el muro que casi hasta nuestros días ha impedido al Evangelio llegar a los estratos más profundos de la conciencia, penetrar hasta el centro del alma. Se rechaza radicalmente de esta manera la idea de la cristalización del reino de Dios en la tierra, que fue la base del Sacro Romano Imperio y de todas las formas políticas e institucionales semejantes, hasta la dimensión del ‘partido’».

El Papa confirmó esta visión al citar a Przywara pocos días después de hacer recibido el premio, el 9 de mayo, en la entrevista con el periódico francés «La Croix». Cuando le preguntaron que por qué habla sobre «identidad europea» y no utiliza la expresión «raíces cristianas de Europa», el Pontífice respondió: «Hay que hablar de raíces en plural, porque hay muchas. En este sentido, cuando oigo hablar de las raíces cristianas de Europa, a veces temo el tono, que puede ser triunfalista o reivindicativo. Entonces se vuelve colonialismo. Juan Pablo II habla sobre ellas con un tono tranquilo. Europa, sí, tiene raíces cristianas. El cristianismo tiene el deber de regarlas, pero en un espíritu de servicio, como con el lavatorio de los pies. El deber del cristianismo para Europa es el servicio. Erich Przywara... nos lo enseña: el aporte del cristianismo a una cultura es el de Cristo con el lavatorio de los pies, es decir el servicio y el don de la vida. No debe ser un aporte colonialista».

Nace aquí la idea de la Iglesia como «hospital de campo», concluye Spadaro. Y, en efecto, Francisco prosigue en su discurso afirmando que «la Iglesia puede y debe ayudar al renacer de una Europa cansada, pero todavía rica de energías y de potencialidades». ¿Cómo? Anunciando el Evangelio, que «se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima».