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La Iglesia en las tierras del islam
02 - 05 - 2016 - IGLESIA - Asia

El obispo de Damasco: "Dios sostiene a la Iglesia en las tierras del islam". "Estamos con María al pie de la cruz", dice el maronita Samir Nassar. Y sobre la posible extinción del cristianismo en Oriente ofrece cuatro pistas para una reflexión. 

Guía un pequeño rebaño que «ve a María al pie de la cruz y, en su compañía, medita sobre la palabra de Cristo: quien quiera ser mi discípulo, que tome su cruz y me siga». El arzobispo católico maronita de Damasco, Samir Nassar, describe de esta manera la condición de los fieles sirios en una entrevista con Vatican Insider. Indica cómo su comunidad, afectada por cinco años de guerra, mantiene encendida, solamente gracias al don de la gracia de Dios, la llama de la fe. A pesar de las dificultades y tentaciones. «Debido a este largo y pesado calvario, algunos han cambiado de religión, otros eligieron abandonar el país», explica. «La pequeña comunidad de los creyentes tiene fija la mirada en Jesús, única vía de salvación. Con la certeza de que su gracia vive y que es Cristo quien conduce la historia de los creyentes en las tierras del islam».

Y a todos los que advierten el peligro inminente del fin del cristianismo en Oriente, después de dos mil años de presencia, Nassar responde indicando cuatro pistas para una reflexión.

La primera es de carácter histórico: «Los cristianos orientales siempre llevan el peso de las controversias cristológicas de los primeros cuatro Concilios ecuménicos (Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia). Aquellas asambleas definieron la doctrina cristiana, transformando a los cristianos orientales en trece Iglesias, ricas de un patrimonio cultural y espiritual, pero diferentes y, de alguna manera, ‘en competencia’. Con estas características, las Iglesias se encontraron con el islam en el siglo VII».

Además, observa Nassar, en los siglos XII y XIII, los cristianos de Oriente se aliaron con los cruzados, que llegaron para liberar Jerusalén. «Y después de la derrota de los cruzados, los musulmanes conservaron una mirada de desconfianza y sospechas hacia los cristianos, que eran considerados aliados del enemigo».

No se pueden olvidar «las severas persecuciones de los siglos XIV y XV. La memoria colectiva de los cristianos y de los musulmanes no ha olvidado estas heridas. La pregunta hoy es: ¿cómo curar esta memoria colectiva? Una petición recíproca de perdón podría ser útil», propone el obispo, incluso en la óptica de un tiempo especial como el Jubileo de la misericordia.

Además de los procesos históricos, hay que considerar (segunda pista para la reflexión) la situación demográfica: «Al convertirse en una minoría, los cristianos de Oriente, en las sociedades de mayoría musulmana, han comenzado un lento declive: han contribuido la disminución de la natalidad y las leyes sectarias que, en los matrimonios mixtos, imponen al cónyuge no musulmán que se convierta al islam, como sucede en todos los países árabes, a excepción de Líbano».

«A ello se suma el elevado índice de migración de los cristianos —prosigue— que registra un pico en los últimos años. El declive de la población cristiana debilita a las parroquias, a las familias y el peso social y político de los cristianos en las sociedades orientales. Debido a esta condición de aislamiento y marginación, se prefiere mantener un perfil bajo en el escenario público. Entonces, ¿cómo sobrevivir? Solo la comunidad apostólica de los orígenes puede ser una fuente preciosa de inspiración», observa el arzobispo.

¿El anuncio cristiano, la posibilidad de dar el «kerygma», es decir una vía fundamental de evangelización, sigue vivo en Oriente? Según Nassar, con respecto a este tercer punto, «la nacionalización de las escuelas católicas nos ha negado el acceso a la formación de nuestros hijos. Tenemos generaciones de fieles que ignoran su fe. Para remediar esta laguna, se ha intentado con el catecismo parroquial, pero solo llega al 5% de los niños en edad escolar. En Damasco, antes de la guerra, habíamos comenzado la interesante experiencia de las ‘tardes bíblicas en familia’, que se interrumpió con el conflicto. Entre otras cosas, los catequistas cualificados son cada vez menos y muchos ya han dejado el país», indica.

El Evangelio «sigue atrayendo a mucha gente que, paradójicamente, no se puede bautizar. La libertad de culto para las Iglesias, sin la libertad de conciencia para cada individuo, no es suficiente. Con el aumento del fanatismo y de la intolerancia, incluso el anuncio cristiano se ha vuelto peligroso. Vivir en un ambiente islámico a veces es difícil, pero es nuestra elección inevitable. La vía para nosotros es el testimonio cristiano que encomienda todo a la gracia de Cristo, que no nos abandona», explica.

Como última pista de reflexión, hay que considerar la cuestión de las precarias condiciones económicas: «Los cristianos, pocos y desperdigados —concluye el obispo Maronita— ya no tienen los medios financieros para sostener a sus parroquias ni a sus pastores. Las Iglesias orientales no lograrían sobrevivir sin la ayuda de las Iglesias occidentales, sin la solidaridad ni la beneficencia. Sin este apoyo, el 80% de los lugares de culto ya habría cerrado. Hay que decir que esta generosidad fraterna, con la crisis global, ha disminuido drásticamente. Nuestro futuro es difícil. Pero, como dice Papa Francisco, una Iglesia pobre sigue más de cerca el espíritu del Evangelio». Y es una Iglesia que se apoya en las certezas: «en la fe, en el hecho de que es Cristo, y no un esfuerzo humano, quien la sostiene y la construye».

(Fuente: Vaticaninsider)