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Descentralización y papado; sintonía entre Benedicto y Francisco
10 - 03 - 2016 - PAPADOS - Benedicto XVI

El cardenal Ratzinger, hace 15 años, planteó el tema de la reforma y del papel mayor que habrían debido tener las conferencias episcopales nacionales y continentales. La idea ecuménica de un «portavoz de la cristiandad». La sintonía con Francisco

Desde que Papa Francisco fue elegido hace tres años, uno de los argumentos que han capturado la atención de los medios ha sido el de la reforma dela Curia vaticana, acompañada por la descentralización de las labores y de las actividades que llevan a cabo el Papa y sus más estrechos colaboradores, para conferir un papel mayor a los obispos y a las diferentes Conferencias Episcopales nacionales y continentales.

Hay que añadir que desde el principio Bergoglio explicó que el Papa no tiene la última palabra en relación con todos los problemas abiertos en el mundo contemporáneo (no es capaz, no forma parte de sus responsabilidades ni se reduce a este aspecto su mandato), incluso sin renunciar a su papel de guía y de pastor de la Iglesia universal. El Papa es un principio de unidad pero está despojado de un rol absoluto o monárquico, y establece una delación viva de diálogo con los demás obispos. El papel del «jefe» de la Iglesia universal implica desde hace tiempo tal cantidad de trabajo que lo ha vuelto casi imposible de desempeñar por completo, y extremadamente fatigoso. Además, el peligro (identificado por los últimos Pontífices) es el de renunciar a los aspectos espirituales del propio ministerio, o a las relaciones directas con los fieles, obispos y colaboradores, con tal de responder a todas las exigencias concretas. Francisco, reflexionando sobre estos temas, planteó la cuestión de la colegialidad, es decir un compartir las decisiones o las respuestas que la Iglesia trata de ofrecer a la condición humana de la propia época. En este sentido, el sínodo debería convertirse en la sede de la confrontación abierta y libre entre los obispos.

Muchas de estas cuestiones no son, evidentemente nuevas, pero es interesante observar que el cardenal Joseph Ratzinger, como atento estudioso de la vida de la Iglesia que ha sido, las planteó problemáticamente. En particular en un libro, «Dios y el mundo», escrito con el periodista y amigo Peter Seewald , publicado en 2001. En el volumen, el cardenal teólogo afrontó las cuestiones relacionadas con la reforma del papado; en una breve síntesis de la historia de la institución hasta nuestros días afirma: «más tarde nació el estado pontificio, que implicó muchas mezclas y al final se derrumbó en 1870, gracias a Dios, hay que decir hoy. Llegó en su lugar la construcción de un mini-estado, que solamente tiene la función de garantizar al Papa la libertad de su servicio. Si los mecanismos para que funcione este aparato pudieran simplificarse aún más, es una cuestión que puede ser afrontada».


Así se expresaba el teólogo Ratzinger durante los últimos años del larguísimo pontificado wojtyliano. Y añadía: «el número de las encíclicas escritas por el Papa, la frecuencia de sus intervenciones, son cuestiones que varían según las circunstancias y del temperamento mismo de los diferentes Pontífices. Como sea, podemos preguntarnos si, a pesar de todo ello, la tarea no es excesivamente onerosa. La masa de los contactos que le imponen las responsabilidades para con la Iglesia universal; las decisiones que hay que tomar; la necesidad de no descuidar el estado contemplativo, de arraigar la propia misión en la oración… todo esto representa un dilema». Es decir, el futuro Benedicto XVI tenía bien claro cuál era el grumo de cuestiones que tenía que afrontar una institución que corría el peligro de ser arrollada por un exceso de «funcionalismo».

«Se puede pensar —afirmaba el cardenal alemán— sobre la contribución que formas de descentralización podrían dar a la reducid de las funciones papales. El Papa mismo (Wojtyla, ndr.), en su encíclica ecuménica, pidió que se hicieran propuestas y sugerencias sobre una posible reforma de la institución papal». Una referencia al tema planteado por Juan Pablo II fue hecha también por Papa Francisco. El cardenal Ratzinger subrayaba en el mise texto la importancia de las visitas «ad limina» de los obispos de todo el mundo, puesto que garantizaban un encuentro personal menos ritual y más informal entre el mismo Pontífice y los obispos; después planteó la hipótesis de un Papa que se convirtiera (incluso para otras denominaciones cristianas) en «portavoz de la cristiandad, un simbolo de la unidad de los cristianos. Y si el papado fuera reformado en esta dirección, podríamos aclararnos de acuerdo, según algunos. De cualquier manera, se trata de una tarea onerosa, casi más allá de las fuerzas humanas. Por otra parte, es también una tarea imprescindible y que, con la ayuda del Señor, puede ser llevada a cabo».

Ratzinger también había propuesto que las Conferencias episcopales tuvieran un mayor peso: «Son necesarios —explicaba refiriéndose a la organización de la Iglesia—, sin duda, fórums supraregionales que se encarguen de las funciones que hasta ahora se ocupa Roma». «El Concilio Vaticano II identificó en las conferencias episcopales las formas organizativas de unidad supraregional a las que se han añadido la unidades continentales. América Latina, África y Asia se han dotado, mientras tanto, de sedes de discusión comunitaria (con estructuras diferentes) que involucran al episcopado continental».

Francisco ha dado algunos pasos en la misma sintonía. En la «Evangelii gaudium» afirmó: «También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden ‘desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta’. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrina. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera».

Y en otra página de la misma Exhortación apostólica retomó algunos de los temas sobre los que han reflexionado en otras ocasiones, sobre todo con motivo de los festejos por el final del Concilio: «Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable descentralización».(VATICAN INSIDER)