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Francia se acordó que es "protectora de cristianos"
10 - 11 - 2013 - CULTURA - Política

El nuevo Cónsul general en Jerusalén reafirma el papel histórico de París como “protector”. Responde indirectamente al activismo de la Rusia de Putin al respecto.

Entró oficialmente en la Ciudad Vieja con su uniforme blanco, enarbolando, como sus predecesores, el privilegio exclusivo de un ingreso solemne al Santo Sepulcro. Así se presentó el martes en Jerusalén el nuevo Cónsul general de Francia, Hervé Magro. La solemne ceremonia –con todo y desfile desde la Puerta de Jaffa hasta la basílica cruzada de Santa Ana, es una herencia del histórico papel francés de potencia “protectora” de los cristianos de la Tierra Santa, que profundas raíces en la historia de las relaciones entre los reyes de París y los sultanes de Oriente.

La primera capitulación fue en 1535, es decir el acuerdo suscrito por el turco Soleimán el Magnífico con el «más católico de los reyes» Francisco I que (en el marco de una alianza con Carlos V) reconoció un papel especial al poder francés frente a la defensa de los cristianos de la Tierra Santa. Este papel fue reforzado en París durante los siglos posteriores, con la creación del Consulado en Jerusalén bajo Luis XIII y con numerosas intervenciones sobre la jurisdicción de los Lugares Santos o sobre la defensa de las minorías cristianas en todo el Medio Oriente (basta recordar la relación con el Líbano).


Pero la historia no es un mero recuerdo del pasado, y mucho menos en Jerusalén; el nuevo cónsul Magro demostró inmediatamente que tiene muy en cuenta este aspecto. En el discurso que pronunció durante su llegada partió, efectivamente, del tema de la “protección” de los cristianos de Oriente. El conflicto en Siria ha provocado el aumento, en muchas comunidades cristianas locales, del disgusto hacia París: el apoyo a las fuerzas que se oponen a Bashar al Assad fue interpretado por la mayor parte de los cristianos orientales como un “cheque en blanco” de regalo a las milicias islamistas. Al faltar, justamente, esa tarea de defensa hacia los cristianos que la historia del Medio Oriente había custodiado y que incluso había salido indemne ante los vientos de la Revolución fracnesa de 1789 y el laicismo de la legislación francesa de 1905 sobre la división entre la Iglesia y el Estado.


Un disgusto que, como Vatican Insider indicaba hace algunos días, va acompañado por el aumento de otro aspirante a “protector”: la Rusia de Putin, que cuenta cada vez más con la simpatía de los cristianos del Oriente. A la luz de todo esto habría que leer las afirmaciones pronunciadas por el cónsul Magro, quien declaró claramente la férrea voluntad de París ante esta tarea que la historia le ha encomendado.


«Para Francia la continuidad en el papel de protector de los cristianos –declaró el nuevo cónsul en Jerusalén– no es retórica. Es una memoria viva en el presente. Y si nos tentara el olvido, serán los eventos que se están verificando en esta región (en los que las comunidades cristianas sufren de forma particular) los que nos impondrán un compromiso constante en la misión de apoyar a los cristianos de Oriente».

Palabras que evidentemente deberán ser verificadas con los hechos (y ante las cuales, la actitud con respecto al conflicto en Siria, será una brújula importante). Pero son palabras que indican el temor que comienza a despertar el expansionismo ruso en las cancillerías occidenteles ante la reorganización de ese gran mosaico que representa el Medio Oriente. Y así, uno de los temas como las garantías para los cristianos en el mundo musulmán, vuelve a irrumpir después de haber sido sacrificado en nombre de otros intereses.(Vatican Insider) 

(NdR)Francia es la única de las cuatro naciones latinas llamadas «protectoras» de las comunidades cristianas (junto con Italia, España y Bélgica) que se beneficia de tal acogida. Es también la única nación occidental que tiene propiedades nacionales en Jerusalén y fuera de ella.
El país debe estos privilegios a su presencia histórica en el país con la apertura de un consulado bajo Luis XIII y a los acuerdos concluidos bajo Francisco I con el sultán otomano, confirmados por los acuerdos de Metilene (1901) y de Constantinopla (1913), que le confirieron una responsabilidad especial con respecto a las Iglesias cristianas y las comunidades cristianas de origen francés.