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Anticipó el fracaso
02 - 02 - 2016 - CULTURA - Grandes Personajes

La obra más conocida de santo Tomás Moro (1478 – 1535), canciller de Inglaterra y mártir, es La Utopía, o “Sobre la constitución ideal del Estado y la nueva isla Utopía”, que apareció en Londres en 1518.

Lejos de concordar con las visiones proto-socialistas de su interlocutor, el navegante Rafael Hitlodeu, que había viajado con Américo Vespucio, Moro resalta la doctrina de la Iglesia y protege la propiedad privada y la desigualdad natural.

¿Qué pasó cuando Hitlodeu le dice que el único medio de distribuir los bienes con igualdad y con justicia y de hacer feliz al género humano es la abolición de la propiedad, y que mientras que el derecho a la propiedad sea el fundamento del edificio social, la clase más numerosa y más estimable no tendrá por cuota sino miseria, tormentos y desesperación?

Santo Tomás Moro replica:

Lejos de compartir tus convicciones, juzgo, al contrario, que el país donde se estableciese la comunión de bienes sería el más miserable de todos los países.

En efecto; ¿como entonces producir para las necesidades del consumo? Todos huirían del trabajo y dejarían de preocuparse por su propia subsistencia, pues cada uno confiaría tranquilamente en el celo de los otros.

Y, en el caso de que la miseria sobreviniese sin que fuese lícito a los ciudadanos disponer de algo como de su propiedad particular, ¿qué se seguiría de ahí sino una incesante rebelión, hambrienta y amenazadora? Las matanzas ensangrentarían tu república.

¿Que barrera se opondría a la anarquía? Los magistrados tendrían sólo autoridad nominal; estarían destituidos de todo lo que impone temor y respeto. No llego siquiera a concebir la posibilidad de gobierno en ese pueblo de niveladores que repeliese toda clase de superioridad (Utopía, parte I).

Cuando estaba preso en la Torre de Londres, escribió una obra titulada Diálogo de la fortaleza contra la tribulación, donde expone sus ideas referentes a la economía. Lo interesante es que él prácticamente ya preveía lo que iba a suceder en los países socialistas/comunistas del siglo XX:

Es absolutamente necesario que haya hombres dotados de posesiones; en caso contrario, existirán más mendigos de los que ya existen, y no habrá ciudadano a la altura de socorrer a su prójimo.

Tengo para mí como cierta la siguiente conclusión: si todo el dinero existente en este país fuese mañana secuestrado a sus propietarios, acumulado en un depósito común y, a continuación, redistribuido, en porciones iguales, a cada uno de los habitantes de la región, estaríamos pasado mañana en peores condiciones que mañana.

Pues creo que si todos los ciudadanos recibiesen igual porción de bienes, los que hoy están bien colocados quedarían en posición poco mejor que la de un mendigo de hoy; por otro lado, los que hoy son mendigos, a pesar de que les sobreviniese mediante esa nueva repartición de bienes, no quedarían en una situación mucho mejor que un mendigo de hoy.

Sucedería, en todo caso que muchos de ellos que hoy son ricos, si llegaban a poseer únicamente bienes muebles (dinero), se volverían pobres para el resto de la vida.

Los hombres, como bien sabéis, no pueden vivir en este mundo sin que unos proporcionen los medios de vida a muchos otros.

Ni todos están en condiciones de poseer un barco, ni todos están habilitados para ejercer el comercio (por falta de existencias), ni todos están a altura de tener un arado (no obstante, sabéis que esas cosas son necesarias).

¿Y quién podría vivir de la profesión de sastre si no existiese quien estuviera en condiciones de encargar una ropa? ¿Y quién podría vivir de la profesión de cantero o carpintero, si no existiesen hombres capaces de mandar construir iglesias o casas? ¿Y qué harían los tejedores si faltasen propietarios de fábricas para mover su respectiva industria?

Mejor es la condición del hombre que, no teniendo siquiera dos ducados en su casa, entrega lo que tiene y se queda sin nada, que la condición de aquel que, siendo rico propietario (del cual el primero es empleado), pierda la mitad de sus bienes. Este otro estaría entonces obligado a volverse empleado a su vez. Sucede, además, que el hombre pobre (empleado) tiene su fuente de vida precisamente en los bienes del rico.

En tales circunstancias, sucederá con el pobre lo que pasó a la mujer de una de las fábulas de Esopo: esta tenía una gallina que diariamente le daba un huevo de oro; un buen día, juzgando que, de una sola vez, se podría volver propietaria de gran cantidad de huevos, mató la gallina; pero sólo encontró uno o dos huevos en el vientre del ave. Así, por codicia, perdió la fuente de su riqueza.

Interesante es notar que Moro tampoco defendía el capitalismo individualista, sino el valor social del dinero, como lo hace la actual Doctrina Social de la Iglesia.

Eso queda explícito en este pasaje: Aquel que no se preocupa por los súbditos, es peor que un apóstata de la fe. Nuestros súbditos nos fueron confiados, o bien por la naturaleza, o bien por la ley, o bien por algún mandato de Dios: (…) por la naturaleza, como nuestros hijos; por la ley, como nuestros sirvientes domésticos. Y aunque hijos y sirvientes no nos son confiados del mismo modo, creo que, en relación a los sirvientes (con los cuales tenemos un vínculo menos estrecho), estamos obligados a ser solícitos y a proveer a sus necesidades.

Estamos obligados, en cuanto nos es posible, a cuidar de que no carezcan de las cosas que les son necesarias mientras se hallan a nuestro servicio.

Por consiguiente, si enferman mientras están a nuestro servicio, hay que ayudarles y de ningún modo nos sería lícito expulsarlos de casa y abandonarlos sin ayuda, por todo el tiempo en que no están en condiciones de trabajar y de proveerse a sí mismos. Semejante procedimiento sería contrario a todas las reglas del buen sentido humano.

(Fuente: Aleteia)