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¿Que quedó de la primavera árabe?
28 - 01 - 2016 - INTERRELIGIOSO - Musulmanes

Muchas de las características ancladas en aquellos regímenes que se pretendía barrer, no sólo no han desaparecido, sino que se han agravado de manos del radicalismo.

Esta semana se cumplieron cinco años del inicio de la “primavera árabe” en la plaza Tahrir. Aquella euforia democratizadora ha derivado en un polvorín. Las miles de personas que desbancaron en un grito común el régimen egipcio de Hosni Mubarak pretendían desembarazarse de un historial de torturas policiales y corrupción. Unos gritos de cambio que ya habían prendido meses antes en Internet. Una revolución silenciosa que tras el 25 de enero de 2011 canalizó las protestas.

Pese a que existen voces que aún claman por aquéllos ideales, la gran mayoría de los que se movilizaron han quedado en el camino. Muchos “Jaled Said” han muerto con la esperanza de que su país cambie.

En aquel diciembre de 2010, el suicido de Mohamed Bouazizi había desencadenado la “revuelta de los jazmines” que acabó con la era de Ben Ali en Túnez. Un país que había permanecido aparentemente estable en el convulso contexto magrebí. La extensión de aquellas protestas a Egipto, Siria, Yemen, Bahréin, Jordania, etc. No cabe duda de que se abrió la puerta a un auténtico ciclo revolucionario. Muchos lo vivieron con entusiasmo. Una ola de cambio que iba a sacudir las estructuras políticas y sociológicas de esta región, con una intensidad desconocida desde 1989.

Sin embargo, muchas de las características ancladas en aquellos regímenes que se pretendía barrer, no sólo no han desaparecido, sino que se han agravado de manos del radicalismo.

El lastre del imperialismo, la dependencia neocolonial de muchos de estos Estados y el papel del Islam en la articulación del poder ha generado una mezcla explosiva. La fuerte crisis económica y el detonante tunecino alimentaron la espiral del conflicto. Tras los hechos del 11-S, deben añadirse las tensiones crecientes entre occidente y el mundo musulmán a través de conflictos irresueltos como Afganistán e Irak.

Ha habido voces que tratan de simplificar la política árabe como la disyuntiva entre la amenaza islamista o la tutela occidental de sus regímenes autoritarios. Especialmente visibles a través de las constantes amenazas terroristas o la tragedia de la inmigración en el Mediterráneo.

Sin embargo, aquella “primavera árabe” cuestionó esta visión de las sociedades árabes, cuya ciudadanía mostró al mundo su anhelo de libertad. Su deseo de superar ese freno que supone para muchos la incompatibilidad entre Islam y democracia. Túnez, Egipto o Libia demostraron la magnitud de esta imperiosa necesidad de modernización.

Tras los vientos de cambio, las esperanzas de democracia para el mundo árabe han quedado ahogadas por la guerra, la desolación y el radicalismo. No triunfó ni la revolución ni la contrarrevolución, sino el terror. Sólo en Egipto más de 60.000 encarcelados, torturas y desapariciones. Los hechos de Tahrir, contrariamente a lo que por entonces se proclamaba, han abierto las puertas al ascenso de los radicalismos en el mundo árabe de la mano del Estado Islámico en Siria e Irak.

A pesar a todo, aún existen voces que no cesan de recordar los principios que inspiraron aquellas “primavera”. Mantienen la esperanza a pesar de reconocer que la involución ha sido aplastante. Y no sólo en el plano político. La economía se ha vuelto dependiente de los petrodólares del Golfo Pérsico. La pobreza y la estigmatización han subrayado las diferencias sociales. El ejército y la policía ejercen una violencia impune, manteniendo así control asfixiante a través de las estructuras del Estado.

“Nadie puede predecir cuándo y cómo será el cambio. Habrá una nueva oleada cuando se desmorone la popularidad de Al Sisi y la gente se dé cuenta de que la policía no ha aprendido la lección de 2011”, afirma Abdelrahman Abul Futuh, uno de los protagonistas de la plaza Tahrir. Zahra, hermana del primer mártir, caído meses antes de la insurrección, asiente. “Estamos mucho peor que antes de la revolución, pero tenemos la obligación de tener esperanza”.

(Fuente: Aleteia)