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El polémico documento sobre el diálogo entre judíos y cristianos
13 - 01 - 2016 - INTERRELIGIOSO - Hebreos

El documento de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo con motivo del 50 aniversario de la Declaración Nostra Aetate ha provocado no poca polémica. El tema es delicado y muy sensible, pero es también crucial. 

Mi impresión es más positiva que la mayor parte de las reacciones que he leído, sin dejar por ello de mantener ciertas reservas sobre las que me detendré más adelante.

En primer lugar, creo que es de agradecer, en los tiempos que corren (no hace mucho un monseñor vaticano hablaba de excomunión para quienes no abrazasen las teorías más alarmistas en el campo del cambio climático), un cierto tono de humildad en el documento que empieza por la advertencia que se incluye en el prefacio inicial:

“El texto no constituye un documento magisterial o una enseñanza doctrinal de la Iglesia Católica, sino sólo una reflexión, preparada por la Comisión para las Relaciones Religiosas con los Judíos, sobre temas teológicos actuales, desarrollados a partir del Concilio Vaticano II, que pretende ser un punto de partida para un ulterior pensamiento teológico, en vistas a enriquecer e intensificar la dimensión teológica del diálogo Judío-Católico.”

No estamos pues ante el Magisterio de la Iglesia, no se nos exige ninguna adhesión, es tan sólo una reflexión para iniciar una conversación, un contraste de ideas. Por decirlo a lo bruto, un católico podría estar en desacuerdo con la totalidad del documento y no pasaría nada (no es exactamente cierto, pues el documento recoge afirmaciones de fe y citas magisteriales, pero ya nos entendemos). Esta advertencia nos da una especial tranquilidad a la hora de señalar algunas deficiencias o imprecisiones en las que nos parece que incurre el documento. En este sentido, también llama la atención un pasaje del documento en el que, a propósito de la recepción de la declaración Nostra Aetate, se afirma que “el texto conciliar frecuentemente se sobreinterpreta y se leen en él cosas que de hecho no contiene“.

Otro de los grandes aciertos, a mi entender, del documento es que señala con claridad que el judaísmo actual no es el judaísmo de tiempos de Jesús. De ese judaísmo, que el documento califica como bíblico, nacen dos ramas: la Iglesia y el judaísmo rabínico post-bíblico. Es lo que le permite al documento afirmar que “la separación entre la Sinagoga y la Iglesia puede considerarse como la primera y la más extensa división interna del Pueblo Escogido“. Me parece muy clarificador y sirve para comprender, por ejemplo, lo desacertado de ciertas prácticas consistentes en introducir elementos provenientes del judaísmo rabínico post-bíblico en la liturgia católica como si fuera una recuperación de un elemento judío de la época de Jesús.

Otro acierto del documento: insistir en el enraizamiento de la Iglesia en el Antiguo Testamento so riesgo de caer en la Gnosis. Leemos en el documento que “Separar el Cristianismo de la fe de la Alianza con Israel significaría rechazar la verdad de la intervención de Dios en la historia y comprometer la universalidad del Cristianismo que fue prometida a Abrahán“. No se puede entender a Jesús fuera del ámbito judío, y menos en contraposición al mismo, leemos más adelante, lo que me parece una profunda verdad. O también que “la fe de los judíos testimoniada en la Biblia no es para los cristianos otra religión, sino el fundamento de su propia fe“, afirmación muy verdadera que nunca deberíamos perder de vista.

Vayamos ahora con los aspectos que me parecen discutibles. En primer lugar un detalle: el documento usa siempre, para referirse a las verdades en las que creemos, una forma de expresarse que podría considerarse relativista. Los cristianos creemos, para los cristianos, desde la perspectiva cristiana decimos… que, por ejemplo, Jesús “lleva a cumplimiento la misión y la expectativa de Israel de manera perfecta, al tiempo que las supera y las trasciende de una manera escatológica“. Se puede dar la impresión de que esto es solo una opinión, cuando es una verdad de fe, algo que sabemos y afirmamos no como una opinión más, sino como una verdad, un hecho por el que estamos dispuestos a dar la vida. No obstante, aunque no nos guste ese modo de expresarse, concedamos que es un recurso, admisible en un documento que nos es magisterial y que en ningún caso pretende reducir nuestras creencias a opiniones personales.

Otro aspecto cuyo redactado es, como mínimo, problemático es la referencia a la lectura de la Biblia judía y cristiana. Tras reconocer que “el mismo judaísmo se vio compelido a adoptar una nueva lectura de la Escritura tras la catástrofe de la destrucción del Segundo Templo en el año 70“, el documento sostiene que “los cristianos pueden y deben admitir que la lectura judía de la Biblia es una lectura posible, (…) una lectura análoga a la lectura cristiana” y que “cada una de las dos lecturas tiene como fin entender debidamente la Voluntad y la Palabra de Dios“. De este modo se silencia que una lectura es guiada por el Espíritu Santo y de este modo guía a la Iglesia, mientras que la otra es una pura lectura humana, a menudo en polémica anticristiana.

Y llegamos a la raíz de la polémica: ¿sigue siendo el judaísmo actual una vía para llegar a Dios o no hay más vía que la Iglesia?

Aquí el documento es contradictorio. Empieza negando lo que denomina teoría del reemplazo, que reconoce que es lo que defienden muchos Padres de la Iglesia y que fue la doctrina general de la Iglesia durante muchos siglos, incluso hasta la Declaración Nostra Aetate. Esa teoría del reemplazo es definida así: “las promesas y compromisos de Dios no se aplicarían más a Israel porque no habría reconocido a Jesús como el Mesías e Hijo de Dios, sino que se habrían transferido a la Iglesia de Jesucristo, que era el verdadero “nuevo Israel", el nuevo Pueblo elegido por Dios“. El documento insiste en que Dios se mantiene fiel a sus promesas, lo cual es muy cierto, y no niega la infidelidad de Israel (de la que, por otra parte, la Biblia está llena… igual que nuestras propias vidas), pero afirma que ninguna infidelidad humana puede anular las promesas de Dios. Bien. No obstante, choca que se niegue lo que muchos Padres de la Iglesia y Santos Padres han sostenido durante casi dos mil años. Quizás el problema esté en una visión reductiva y excluyente de la elección de Dios. ¿No se puede afirmar que las promesas y compromisos de Dios se extienden a toda la humanidad sin dejar por ello de aplicarse también a Israel? ¿No se puede afirmar que la Iglesia es el nuevo Israel sin dejar de afirmar que Dios es fiel a sus promesas realizadas al pueblo de Israel? ¿Por qué lo uno tendría que excluir lo otro, como parece derivarse de la formulación que emplea el documento?

Algo de esto se puede vislumbrar en la afirmación, en el punto 23:

“La Iglesia es llamada el Nuevo Pueblo de Dios (cf. “Nostra Aetate", Nº.4), lo cual no significa que el Pueblo de Dios de Israel ha dejado de existir. […] La Iglesia no reemplaza al Pueblo de Dios de Israel, aunque como comunidad fundada sobre Cristo representa en él el cumplimiento de las promesas hechas a Israel. Esto no significa que Israel, al no haber alcanzado ese cumplimiento, no puede considerarse ya por más tiempo Pueblo de Dios.”
No hay reemplazo, sino cumplimiento, la elección de Dios sobre Israel no queda cancelada, sino que es llevada a su plenitud en la persona de Cristo y en su Cuerpo místico, la Iglesia. Creo que quizás la formulación del documento podría ser más precisa, pero también creo que se puede entender de un modo ortodoxo y en continuidad con lo que siempre ha enseñado la Iglesia.

Tras el punto 24, que expone que “para los judíos esta Palabra (se refiere a la Palabra por la que “Dios se reveló a sí mismo") puede aprenderse mediante la Torá y las tradiciones basadas en ella“, en contradicción con lo afirmado al principio del documento sobre la diferencia entre el judaísmo de tiempos de Jesús y el actual, encontramos la afirmación de que “Torá y Cristo son la Palabra de Dios, su revelación para nosotros los hombres como testimonio de su amor ilimitado“, sin añadir que lo son en diferentes momentos de la historia de la Salvación y que la primera, limitada e imperfecta, es preparación para el segundo, completo y perfecto, la misma Palabra de Dios hecha carne. Así llegamos al punto 25, donde podemos leer lo siguiente:

“El Judaísmo y la fe Cristiana, como aparecen en el Nuevo Testamento, son dos caminos por los que el Pueblo de Dios puede apropiarse las Sagradas Escrituras de Israel. Consecuentemente, la Escritura, que los Cristianos llaman el Antiguo Testamento, se abre a ambos caminos. Una respuesta a la palabra de Dios expresada soteriológicamente, que vaya de acuerdo con una u otra tradición, puede por lo mismo franquear el acceso a Dios, quedando siempre en el poder de su consejo salvífico determinar, para cada caso, en qué manera piensa salvar a la humanidad.”

Creo que este texto, tal y como está redactado, en su literalidad, entra en contradicción con lo que la Iglesia enseña. No hay dos caminos para llegar a Dios (la idea de Franz Rosenzweig), sino que Cristo es el único Camino para llegar al Padre.

A continuación encontramos una afirmación cuya lógica se me escapa. Quizás consciente el redactor de la enormidad que acaba de escribir sobre los dos caminos que llevan a la salvación, uno para los judíos y otro para los cristianos, recuerda que “Las Escrituras testimonian la universalidad de su voluntad salvífica (de Dios)“. Perfecto. Y sigue, en lo que parece una negación de la primera afirmación, explicando que:

“Por consiguiente no existen dos caminos de salvación conforme a la expresión: “los Judíos sostienen la Torá, los Cristianos sostienen a Cristo". La fe Cristiana proclama que la obra salvífica de Cristo es universal y abraza a toda la humanidad.”

¿En qué quedamos?

Judaísmo y cristianismo sí serían vías diferentes para acceder a Dios, pero al mismo tiempo “no existen dos caminos de salvación“. Me imagino que el único modo de sostener esto sin violentar el principio de no contradicción es diferenciar entre acceder a Dios y salvarse, que no tendrían por qué coincidir, pero a mí me parece francamente confuso.

En el punto 26 se vuelve a presentar la cuestión de las dos vías de salvación de modo confuso y que parece justificar la afirmación de que los judíos no están llamados a reconocer a Jesucristo como el Mesías esperado por su pueblo. Lo hace en estos términos:

“Torá y Cristo son la Palabra de Dios, su revelación para nosotros los hombres como testimonio de su amor ilimitado.[…] pensada así, la Torá y Cristo representan el camino de salvación, ya que ambos se enraízan y expresan la Palabra de Dios”.
Luego, en la cuarta parte del documento, se plantea el tema de la vigencia de la Antigua Alianza. Se empieza afirmando que “la alianza que Dios dispuso con Israel es irrevocable“, que “la Nueva Alianza no reniega las alianzas primitivas, más bien las lleva a cumplimiento” y que “la Nueva Alianza nunca puede reemplazar a la Antigua, sino que la presupone y le confiere una nueva dimensión“. Me parece que todas ellas son afirmaciones que se pueden hacer, que son verdaderas. Creo también que se podrían haber expresado con algo más de precisión añadiendo que la Nueva Alianza lleva a su plenitud la Antigua, la presupone y la lleva a su consumación, parafraseando al mismo Jesucristo cuando afirma que no ha venido a abolir la Ley, sino a llevarla a su cumplimiento.

El punto 35 insiste en negar lo que antes se ha afirmado, o al menos se ha expresado de modo confuso, dando pie a la noción de las dos vías, cristiana y judía, de salvación: “La teoría de que puede haber dos caminos diferentes de salvación, el camino judío sin Cristo y el camino con Cristo (…) pondría de hecho en peligro los fundamentos de la fe cristiana“. Afirmación de gran claridad que, por desgracia, no encontramos en otros pasajes del documento.

Por último, una de las cuestiones que más polémica ha suscitado es la de la misión a los judíos, que el documento rechaza. En realidad el documento no dice exactamente eso, pues afirma que “los cristianos están llamados a dar testimonio de su fe en Jesucristo también a los judíos“. No podría ser de otra manera, pues el id y predicad a todas las criaturas no incluye ninguna excepción. Lo que sí afirma el documento es que no debe de haber una misión institucional hacia los judíos (aunque en el pasado haya podido haber alguna congregación cuyo carisma era rezar por la conversión de los judíos). No queda del todo claro el motivo de que la Iglesia no deba hacer lo que hacen los cristianos, pero en cualquier caso no veo ningún impedimento insalvable para que la Iglesia sostenga, si así lo considera conveniente, una “misión institucional específica dirigida a los judíos". Eso sí, me parece evidente que el anuncio de Cristo a los judíos es diferente del anuncio a los gentiles. En el caso de los judíos no tienen que renegar de sus antiguas creencias, sino llevarlas a su plenitud al aceptar a Jesús, el Hijo de Dios, como el Mesías profetizado.

De lo expuesto hasta aquí se comprende que el documento, junto a pasajes muy acertados y claros, tiene otros confusos, imprecisos, incompletos o incluso contradictorios. Ante esta segunda situación, lo correcto es interpretar el pasaje problemático a la luz del Magisterio, aclarando, precisando, completando lo que sea necesario. No es lo que ha hecho la Iglesia ortodoxa en Italia en un texto muy duro, que llega a decir que “aunque el documento vaticano no es sorprendente, es cuanto menos problemático, o a lo peor herético“.

Los ortodoxos se basan en San Pablo para afirmar que “la Antigua Alianza no era falsa, pero sí es obsoleta, y lo que es obsoleto es viejo y queda abolido. Es la Nueva Alianza, a través de la fe y la obediencia a Jesucristo, la que ha cumplido la Antigua Alianza, superándola, la que ofrece a todos redención eterna“. Se trata de una lectura en términos de incompatibilidad de las dos Alianzas. Que algo sea viejo no implica que quede abolido de modo automático. Lo que creo que se puede interpretar correctamente del documento vaticano es que la Antigua Alianza no ha sido abolida por la Nueva Alianza, sino que ha sido asumida, consumada, llevada a su plenitud por Cristo en la Nueva Alianza, lo que es muy cierto. Sí, la salvación viene de Cristo y no hay otro camino fuera de Él, pero esto no significa que Dios no sea fiel a las promesas que hizo al pueblo judío. La crítica ortodoxa es, pues, sesgada. Más adelante, esa crítica ortodoxa afirma que “el nuevo documento del Vaticano equivale a presentar otro evangelio que niega la totalidad del deber del pueblo judío de tener fe en Cristo, porque su alianza es aún válida para su salvación“. Reconociendo que hay algún pasaje que puede prestarse a esa lectura, son más los que afirman lo contrario. Además, esa afirmación no es cierta: la Iglesia católica sigue afirmando que no hay salvación fuera de Jesucristo, el único camino para la bienaventuranza eterna. Otra cuestión es el modo en que esto se realizará, peor por hoy ya es suficiente. (Jorge Soley-INFOCATOLICA)