El más espinoso de los cinco puntos en cuestión ha quedado en el pasado. Dependía de él el impacto total del acuerdo de paz entre el gobierno de Manuel Santos y las Farc de Colombia. La guerrilla (esta es la sustancia del segundo punto, que fue suscrito ayer) acepta el desarme y la transformación en un partido político a cambio de obtener un “Estatuto de garantías” para el ejercicio de la oposición general y, en particular, «para los nuevos movimientos que surgirán después de la firma del acuerdo final»; se obtienen también espacio en los medios de comunicación, reformas institucionales para facilitar la constitución de partidos políticos, garantías de transparencia en los procesos electorales, especialmente en las zonas en las que hay mayor peligro de que haya fraudes.


Este, en síntesis, es el resultado del segundo ciclo de las conversaciones que comenzó en junio y representa el pasaje más difícil para llegar a un acuerdo en conjunto. Un resultado histórico que podría poner punto final a medio siglo de conflicto armado.


Hay algunos que hacen notar que se pudo llegar a este acuerso bajo el Pontificado de un Papa latinoamericano. Y no hay duda de que Papa Francisco ha apoyado con convicción (y desde el primer momento) el diálogo y la negociación bilateral que se desarrolla en Cuba. Insistió al respecto con el presidente Santos en mayo, en ocasión de la canonización de Laura Montoya, la primera Santa colombiana; se lo dijo al presidente de Uruguay, José Mújica, en junio; lo ha repetido en diferentes ocasiones al hablar con los obispos que lo han visitado durante estos meses. Por lo demás, la Iglesia colombiana ha pagado un precio bastante alto por la paz, que ahora podría verdaderamente estar detrás de la esquina. Un total de 83 sacerdotes, 5 religiosas y 3 religiosos fueron asesinados de 1984 a la fecha, y con ellos un gran número de catequistas.


Pero nunca ha cedido a la ilusión de la solución militar, ni en la década de los 90 (cuando la guerrilla tenía la iniciativa en grandes porciones del país y estaba expandiéndose) ni durante la primera década del siglo XXI, después de la muerte de Manuel Marulanda Vélez, alias “Tirofijo”, líder de las Farc.


Un día antes del anuncio histórico, el martes 6 de noviembre, en la sede del episcopado colombiano, el cardenal Rubén Salazar Gómez presentó un texto de 92 páginas con los llamados “Ocho puntos para un acuerdo nacional”. El texto fue el fruto de una amplia consulta que comenzó en 2009 y en la que se vieron involucradas las realidades social, económica, política y académica del país. El documento indica las condiciones necesarias para una reconciliación y para llegar a una paz estructural y permanente, por lo que representó, de alguna manera, una cierta presión sobre las partes que estaban negociando en Cuba. Es importante notar que el contenido de los ocho puntos acabó incorporándose en el acuerdo de La Habana.


Superado el obstáculo con mayor carga política, las delegaciones del gobierno y de la guerrilla decidieron una pausa de 10 días para reflexionar. Después comenzará la discusión sobre el tercer punto, sobre las drogas ilegales, por lo que se hablará sobre la indemnización a las víctimas del conflicto antes de definir los mecanismos para someter a un referéndum el texto del acuerdo final.